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Sin rechistar Albafica subió a su espalda cubriéndose bien con la manta, el niño tuvo especial cuidado de no jalarle el cabello que sobresalía del casco de la armadura. Por su lado, Agasha usó sus propias muñecas para que él se sentase bien sobre éstas. Una vez acomodados ella empezó a correr sin miedo al daño que recibiría producto de la fiera ventisca eterna. Confió en que Albafica también soportaría al próximo reto que les esperaba.

Dolería sin duda, pero era necesario sacrificarse un poco más. Estaban a punto de lograrlo.

En el camino no sólo el viento y la arena eran peligrosas; varios condenados les estorbaron el paso golpeando el piso debido al cruel movimiento. Hasta entonces Agasha había traspasado ese desierto bien hasta que sintió un jaloneo.

―¡Intenta llevársela! ―gritó Albafica siendo su voz un poco opacada por los gritos de la gente y el viento―, ¡se quiere llevar su manta!

Aferrada con todas sus fuerzas en el piso, y completamente enojada, Agasha miró al condenado que se aferró a la manda y al cabello de Albafica.

Su furia se desató cuando se percató de que el Santo estaba sufriendo mucho al tratar de sujetarse a la manta y no soltarla, ni siquiera ante el peligro de perder una gran cantidad de su bellísimo cabello. Albafica no quería perder la prenda porque Agasha se la había prestado.

La chica convocó su arma en su mano derecha, haciendo que está funcionase como un gancho que pudiese perforar las costillas del maldito que se negaba a ser castigado por ofender a los dioses de alguna manera.

Éste al recibir el impacto se soltó y Agasha pudo seguir corriendo agarrando bien las piernas del chico.

―¡Sujétate! —le dijo cubierta por la adrenalina y la temerosa sensación de que en cualquier momento, las cosas podrían ponerse peor—. ¡No te sueltes!

Lo sintió abrazarse con fuerza a ella. Metiendo la cara en su hombro.

Tardaron un poco. Varios condenados más trataron de quitarle a Albafica la manta, por suerte llegaron con daños leves al final de desierto.

Cayeron al piso. Él sobre ella.

Ambos respiraban agitados y sangraban, Albafica de las piernitas y los brazos; y Agasha de la cara, manos, piernas y trasero. Estúpida falda corta.

―No hay que relajarnos ―dijo agitada, Agasha al pequeño―, aún nos falta el mar.

Albafica asintió viéndola seriamente.

La chica por su lado meditó si debía darle el agua a Albafica ya o tendría que esperar a buscar la salida del Inframundo.

Sea como sea, tenía que atravesar primero el Mar de Sangre. Aún no veía a su guardiana merodeando por ahí pero no dudaba que estaba cerca y tal vez estuviese mirándolos en espera de acecharlos. Diablos, la sangre en sus extremidades y el dolor en ellas era imposible de ignorar.

Necesitaba descansar.

―¿Qué es eso? ―preguntó Albafica señalando al mar con su dedito.

―Es un mar, Albafica ―respondió Agasha saliendo de sus pensamientos, revisando sus heridas en los brazos tratando de recuperar el aliento.

―Eso ya lo sé, lo que no sé es qué está saliendo de él.

Girándose y prestando atención, Agasha vio cómo varios condenados salían de la sangre hirviendo, hechos esqueletos con musculo rojizo carcomido. Sin ojos ni lengua, sólo un aspecto demacrado. Agonizante, agresivo.

¡¿Esas cosas podían salir?!

Uno cuando gritó, escupió sangre en su dirección. Agasha se quitó rápido viendo que dicha sangre deshacía la roca en la que había caído.

Dudosa, miró en dirección a Albafica y vio que él tenía la manta.

―Albafica, no te acerques a mí.

―¿Qué? ¿Por qué?

―Esas criaturas me persiguen a mí. Ya viste lo que hacen con la sangre que escupen ―esquivó otros ataques dirigidos a ellos―. Yo me encargaré de ellos, tú cúbrete.

―Pero...

―Hazme caso —espetó.

Con torpeza él logró mantenerse de pie, echándose para atrás, mientras Agasha enfrentaba a los monstruos con su alabarda, haciendo movimientos extraños y unos torpes. Como si nadie le hubiese enseñado a usar un arma como esa antes y por suerte, estuviese acertando sus golpes.

Por otro lado, el niño vio que ella tenía razón, debido a la manta que llevaba y él no recordaba que esa era la razón de porqué los monstruos no le hacían daño, aquellos seres le ignoraban por completo para seguir e intentar dañar a la chica.

No quiso ser un estorbo, su poder estaba neutralizado y físicamente tampoco era fuerte. Así que Albafica dio pasos atrás para darle espacio a la chica de pelear.

Viendo que debía mantener distancia, Agasha convirtió su arma en un mortal látigo que (quién sabe cómo) manejó medianamente bien. Con gracia y agilidad, fue despachando a los cadáveres uno por uno hasta que no quedó nada.

―¡Vámonos antes de que aparezcan más! ―grito acercándose a Albafica para irse.

Antes de poder llegar hasta él, bajo la impactante sorpresa de ambos, Albafica fue tomado por algo muy veloz.

―¡Suéltame! ―gritó el niño forcejeando contra la mujer monstruo Gorgona-caballo.

Quédate quieto bocadillo ―le siseó sujetándolo del cuello y la cintura―, no quisiera tener que rebanarte de una vez esa hermosa carita.

―Quédate quieto bocadillo ―le siseó sujetándolo del cuello y la cintura―, no quisiera tener que rebanarte de una vez esa hermosa carita

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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora