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Después de que Albafica de Piscis dejó al dios Érebo con sus colegas y Sasha, éste suspiró tratando de desligar algunos recuerdos que conservaba de sus años de juventud. Cuando era más orgulloso, volátil y cruel de lo que es ahora.

Desplazar su propia negatividad a los condenados del hades, le había congelado un poco el humor, estar solo y pensar en algo más allá de sí mismo, le habían dado también el don de la mejor forma cuando alguien le ganaba una disputa. Además, Érebo no había sentido la mentira o la arrogancia en ese insignificante hombre mortal, lo que por supuesto, mantenía al dios en su lugar y no sobre el mundo destruyendo ciudades en medio de un berrinche.

Para variar, Nyx todavía seguía superándole en todos esos campos, sobre todo en el explosivo carácter.

―¿Érebo? ―musitó Athena tocando su hombro.

Él la miró seriamente.

Tan pequeñita e ingenua. Una deidad de mil años, tan estúpida como el día en el que nació. Una hipócrita amante de la paz, que era lo peor de todo. A él le daba asco respirar cerca de esa violenta mujer metida en una cara bonita que traspiraba inocencia. Athena siempre fue una diosa vanidosa, rencorosa y celosa, cuyos pecados, se contaban sólo con la ayuda de las estrellas.

¿Acaso buscaba redimirse? ¿Buscaba borrar todo lo malo que había hecho, con estas guerras sin sentido?

Él y Nyx al menos aceptaban que eran monstruos. Zeus admitía que era un degenerado sin remedio. Hades aceptaba que era un perfecto imbécil la mayor parte del tiempo que se hallaba afuera, en el mundo humano, propagando caos. Pero, Athena, y sus perros, la tenían a ella en un pedestal de generosidad, que no se merecía.

Pero, Érebo entendía que, en el fondo, Athena verdaderamente había cambiado ciertos aspectos insufribles de su personalidad con los años.

De cierto modo, Athena le recordaba a su esposa cuando eran más jóvenes, por esa tenacidad. La diminuta guerrera era tan insignificante como su tío Hades y el resto de arrogantes dioses que no servían ni para calentar una fogata.

Acostumbrado a usar humanos que peleasen en sus batallas, los dioses se habían vuelto fofos y flojos. Si él o Nyx quisieran patearlos los colectivos culos podrían hacerlo aún si no tenían un ejército con ellos.

Los tiempos de supuesta paz eran sólo la ilusión de la verdad en el mundo. Eso Érebo, como hijo del cosmos puro del Caos, lo sabía a la perfección.

Dudaba algún día ver a Athena y a sus Santos como una amenaza; aunque fuertes, no poseían la inmortalidad y Athena en su profunda idiotez no les concedería ningún favor después de muertos. Por Érebo eso no se alarmó ni se alteró cuando Athena trató de animarlo acercándose a él, ¡por favor! Qué alguien le dijese a esa mocosa que no todos necesitaban de su gentileza de papel.

―Ni se te ocurra volver a tocarme ―replicó quitándose su mano con brusquedad. Desapareciendo de la vista de Sasha o como se llamase ahora.

Qué Zeus se preocupase de que sus hermanos e hija tratasen de eliminarse entre sí y con ellos a un sinfín de humanos. El río de sangre que ya llevaban formando desde hace años, algún día rebasaría el borde, y entonces, sería él, el que tuviese que decidir. Antes de que el Creador perdiese la paciencia justamente como hizo con Nyx y Érebo, Zeus tendría que detener esa masacre.

El gran dios primordial estaba harto de todos ellos.

Por un lado quiso seguir al humano y golpearlo hasta mandarlo de regreso al Inframundo, para la suerte de ese bastardo, Érebo tuvo que admitirse a sí mismo que el humano no estuvo del todo equivocado. Salvo por la parte de su egoísmo. Había olvidado que las Sỹdixx eran muy unidas a Nyx, y las emociones de su esposa eran dirigidas a las guerreras quienes no tenían más elección que reflejarlas a escases de las suyas propias.

𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora