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―Estabas viva ―farfulló con enojo, abriendo los ojos para posarlos sobre ella.

―Tenía prohibido salir del Santuario ―soltó Agasha su última arma que podría usar como excusa.

Ella sabía que estaba siendo cobarde, no quería admitir que en el fondo siempre supo que podía bajar a verlo durante alguna de las noches anteriores, pero tenía miedo. Tanto de admitirlo como de no hacerlo. Tenía miedo a seguir siendo rechazada. Estaba cansada de eso.

―Tenías prohibido ―se burló él ácidamente, soltándola. Agasha movió los dedos en un deseo inesperado de alcanzar los suyos, cosa que logró.

―Y tenía miedo.

―¿Miedo?

―Sí.

Decirle a Albafica exactamente a qué temía Agasha sería como si un guajolote tratase de explicarle a un perro de caza por qué no debería destazarlo y comérselo. Ella dudaba que él pudiese entenderla o más bien, que pudiese entenderla y aun así decidiese juzgarla como Agasha sabía que merecía.

En todo caso, ¿por qué se sentía como si tuviese que decírselo todo?

Ellos dos no eran nada.

―No quiero hablar ―esta vez ella quiso soltarlo e irse, pero Albafica fue más rápido y fuerte por lo que no le costó nada obligarla a mantenerse en su sitio, aferrándose a sus muñecas de mujer―. Basta ya.

―¿Basta? ―musitó él apretando su agarre, sin hacerle daño―. Has estado viva durante todo este tiempo... y yo no he dejado de sentirme miserable por pensar que habías muerto... ¿y tú dices "basta ya"?

―¿Por qué habrías de sentirte así? ―preguntó Agasha aún sin poder verlo a la cara―, al final solo yo morí, ¿o no?

―¿Y eso qué se supone que significa? ¿Qué tu vida no vale nada? ―espetó enojado.

―Digo que no deberías sentirte afectado por lo que me pase. Es todo.

Ella estuvo a punto de reafirmar que, en efecto, no sentía que su vida valiese la pena. Sin embargo, él acababa de afirmar que se había sentido miserable por su muerte.

―¿Y quién eres tú para decirme lo que debo sentir o no?

―Nadie ―aceptó Agasha―, y ese es el punto. Yo no soy nadie.

―¿Entonces nadie salvó mi vida? ¿Nadie descendió desde los Campos Elíseos para sacar mi putrefacta alma del hades? ¿Yo desnudé lo poco que me quedaba de corazón a nadie? ¿Eso intentas decirme?

Agasha no entendía por qué todo lo que él decía le producían unas inmensas ganas de llorar. Quizás era porque aún tras su fachada de santo severo, había un hombre herido por su culpa.

¿Acaso Albafica estaba... interesado en ella? ¿Le habría tomado algo de cariño? ¿Cuándo habría sido eso?

―Entonces dígame usted, ¿qué soy? ―Con un nudo en su garganta, Agasha levantó la vista para observarlo. En esta ocasión Albafica no desvió ni menguó su mirada―. ¿Qué soy?

Él descendió sus manos hacia las de ella y dio un suave apretón.

―Es triste.

―¿Eh?

―Es triste ―repitió con una mirada afligida―. Es triste que no puedas ver lo que otros sí. Incluso Nyx pudo detectar lo que te hace valer más que cualquier otra cosa. Qué tú seas la única ciega... es triste.

Lágrimas pesadas bajaron con rapidez por sus ojos oscuros.

―No entiendo... no entiendo nada.

Albafica sonrió tristemente recordando la noche en la que se entregó a Agasha por primera vez.

―Pero lo entenderás.

Desprendiéndose de su armadura por cuenta propia, Albafica tomó la cabeza de Agasha y la puso sobre su pecho. Quería que ella oyese su corazón, ese que latía gracias a su valentía. A su destreza. Él deseaba que Agasha se diese cuenta que su vida no tenía precio y nadie tenía que decirle quien era ella, eso debía descubrirlo por sí misma.

Rendida a su mar de emociones, Agasha lloró sobre su pecho, lo abrazó fuertemente del torso y para deleite de Albafica, ella no se apartó cuando él comenzó a acariciar su cabeza. Le hubiese gustado pegar su mejilla a la coronilla de la muchacha, pero para hacer eso tendría que flexionar mucho las rodillas. La diferencia de estaturas entre ambos era más que notable cosa que le produjo mucha gracia.

Sentirla así, junto a él, despejó su mente, su alma y su corazón. Él aun no terminaba de entender lo que sentía al tenerla a su lado, pero lo que sí sabía era que no quería que ella se marchase de nuevo.

No ahora que veía el infierno en el que se convertía vivir sin su luz. La falta que le hacía sentir su cuerpo pegado al suyo. Oír su voz, su risa. Apreciar el brillo inocente de sus ojos.

Creyendo que después de una larga charla con calma, toda duda y enfado quedaría en el pasado, Agasha se sonrojó y saltó en su sitio cuando sitió las manos del Santo descender de su cabeza para bajar a su espalda y dar suaves masajes en círculos.

―Lo lamento ―musitó ella. ¿Por qué exactamente? Agasha no sabría decirlo con claridad.

Albafica negó con la cabeza.

―No, soy yo quien debe disculpase. Puse tu vida en peligro al acercarme a ti. Debí haberte dejado en paz...

―Estaría muerta en la acera o bañada en mi propio vómito. Por favor, ¿podemos dejarlo en que ambos lo sentimos?

Él sonrió.

―De acuerdo. Aunque aún tienes mucho que explicar.

Agasha frunció el ceño.

―¿Cómo qué?

―Mmm, no sé. Empezando por dónde aprendiste a pelear.

 Empezando por dónde aprendiste a pelear

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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora