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Albafica dejó que una leve corriente de viento meciese sus cabellos mientras permanecía cerca de las flores envenenadas que protegían el camino de las escaleras al Santuario. Debía mantenerlas vivas, frondosas y listas para paralizar, luego matar, a cualquier intruso. Se hizo una pequeña cortada superficial en el dedo meñique de la mano derecha, luego dejó que un par de gotas de su sangre, bañadas en su cosmos, fuesen absorbidas por las raíces; las cuales al recibir un poco de alimento, se removieron cobrando fuerza.

Cuando no hubo más sangre que exprimir, miró con algo de atención dicha herida, la cual no tardaría en cicatrizar junto a otras pequeñas que estaban adornando su mano. La que más llamó su atención, era la cortada que estaba presente en su dedo índice de la misma mano. Esa que le había quitado a su maestro.

El ritual de los Lazos Rojos era algo terrible. Algo abominable, pero necesario.

Negándose a caer de llano a los brazos de la melancolía, Albafica bajó la mano e inhaló profundo, alzando la cabeza hacia arriba.

Tenía que ser sincero, el fondo no esperaba sentirse así de miserable luego de partir de la casa de Agasha como una rata que se escabullía para no ser encontrada infraganti robándose comida. Tampoco esperaba que durante todo el camino de regreso al Santuario se haya estado planteando la posibilidad de regresar únicamente para dormir cómodamente en la cama de la chica y robar el calor de su pequeño cuerpo un poco más.

Él no sabía y dudaba comprender algún día lo que era el amor de una pareja, o algo parecido a lo que Agasha le profesaba, tampoco podía decir que ella se había convertido en lo más importante que tenía en la vida luego de esa noche, pues su misión como Caballero siempre había estado primero que cualquier otra cosa o persona.

Y si estaba convencido de todo eso... ¿entonces por qué se sentía tan fastidiado y enojado consigo mismo y con todo el mundo?

¿Por qué no podía sencillamente sentirse libre?

—Tienes miedo, es algo común en los humanos y dioses por igual.

Sorpresivamente, Psique apareció atrás de él con sus delicados pies blanquecinos sobre las flores, flotando arriba de ellas.

Volteándose rápido, Albafica la miró severamente. ¿Acaso planeaba atacar al Santuario?

—Definitivamente hasta enojado me pareces uno de los hombres humanos más apuestos que he visto en mi vida ―lo miró fijamente―, aunque... me aterra que te parezcas un poco a mi esposo; incluso pensaría que eres hijo suyo pero sé que él jamás me sería infiel —masculló mirándolo fijamente—. Da igual, eso no es lo que me trajo hasta acá.

—No es posible que nadie, ni siquiera un dios pueda perpetuar el Santuario...

—No si Athena así me lo permite —respondió con un tono suave—, verás ella y yo tenemos nuestros asuntos. Pero eso tampoco es de lo que vengo a hablar contigo.

—¿Qué quieres?

A Psique le tembló una ceja con enojo.

—Desagradecido —espetó ella—, me compadezco de tu miserable existencia y así me lo pagas —gruñó ofendida.

Él tampoco estaba para hablar con nadie y menos con ella. Estaba demasiado confundido y enojado como para ahora tener que lidiar con basura filosófica de los dioses.

—Yo no te lo pedí.

—Orgullo, eso es lo que percibo al oírte hablar ―siseó cual sirena―. En otra época te habría colgado de tus pulgares por esa osadía.

Casi divertido por su amenaza, Albafica no dijo nada. ¿En serio querían torturarlo más?

—Como sea, ¿qué haces aquí? —preguntó resignado a que ella era una diosa que Athena no necesitaba como enemiga.

𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora