Siendo que éste al menos se mostró arrepentido por el dolor ocasionado a su hijo adoptivo y al final con una sola mirada atormentada pareció haberle pedido perdón, Albafica no pudo evitar pensar en cómo hubiese sido para el hombre mayor. ¿Sufrió más que él? ¿Su respectivo maestro tuvo la misma consideración? ¿Sus heridas seguían sangrando? ¿Su propio maestro le ayudó a superar el trauma? Albafica nunca lo supo y en el fondo creía que eso era lo mejor.
A la edad de 17 años, Albafica se enteró de que esa práctica inhumana era tan antigua que había registros de algunos maestros que habían empleado el papel de verdugos ellos mismos, causando lesiones y traumas aún peores a sus discípulos que todo lo que él pensó, había sido horrible indagar en esa parte de la historia y darse cuenta de que no tenía idea de nada.
Hubo un caso especial que nombraba a un Santo de Oro que había llevado a su tierno discípulo de 5 años a un grupo de 10 hombres y lo dejó con ellos durante 2 días y 3 noches enteros. Ese niño al crecer mataría a su maestro en un entrenamiento (aunque se rumoreaba que no lo había sido), y luego crecería como un sádico caballero vengativo, fuerte y letal. Uno de los más recordados por su crueldad y falta de empatía u obediencia, tanto así que incluso había iniciado una pelea de 100 días con un colega que al final se vio interrumpido por la mismísima Athena.
Ese Caballero al final moriría traicionando al Santuario, siendo recordado como un vil bastardo con la mente retorcida. Sólo él sabría lo que le había pasado en tan poco tiempo para terminar así de loco. Tan lleno de ira y frustración.
Todo esto sólo llevaba a una sola conclusión: quien creía que la vida de un Santo (de oro o no) era todo rosas y gloria podía irse bailando de puntitas al infierno. Pues estas anécdotas eran unas pocas entre miles que faltaban por ver la luz del sol y era mejor que permaneciesen así.
La historia de cualquier Santo es dura, cruel, solitaria. Demencial. Sólo los más fuertes recorrían los oscuros y espinosos caminos que los dioses imponían para los aprendices humanos y aun así nada te garantizaba tu supervivencia ante el ataque del enemigo. Sólo las Moiras lo decidían y todos, incluso los dioses, sabían que ese trío de arpías era maldad pura. Si ellas estaban aburridas y tenían ganas de joderte lo harían sin que pudieses hacer nada para evitarlo.
La única buena noticia es que el mundo iba modernizándose, cambiando y progresando. Y así como las técnicas de lucha, había primitivos preparativos que iban dejándose en el pasado a la vez que se empleaban mejores técnicas para entrenar a los futuros caballeros.
El diálogo comenzaba a ser una opción más viable para razonar y enseñar.
La generación de Albafica sería la última en utilizar ese método sexual en especial. Kardia y él no tuvieron la suerte de eludirla antes de que fuese considerado por su Ilustrísima como una práctica barbárica y sin sentido. Por ende, prohibida. La propia Athena había dado su consentimiento a ello una vez que se le notificó la decisión.
Pero el daño ya estaba hecho.
Al poco tiempo de aquella noche, al niño Albafica ya no le costaba tanto rehuir del contacto humano incluso desde antes de empezar el ritual de los Lazos de Sangre.
Él jamás le preguntó a Kardia si había sentido lo mismo que él, pues ambos eran compañeros de armas, guerreros destinados a ver y sentir horrores que pocos podrían presenciar y sobrevivir. Además, seguía existiendo esa estúpida creencia de que los verdaderos hombres debían acarrear sus dolencias en soledad o vivir como cobardes llorones.
Albafica sólo lo mira desde lejos y al parecer el Santo de Escorpio lo sobrellevó mejor que él, y si no lo hizo al menos aparentó bien lo contrario.
—¿Señor Albafica? —musitó Agasha acercando su temblorosa mano hacia el rostro del enigmático caballero que se había quedado mudo de un segundo a otro.
Ella ya había repetido su nombre por lo menos 6 veces y sentía que hablaba con una estatua que no la miraba a ella a pesar de que sus enigmáticos ojos azul cobalto estuviesen sobre los suyos.
Regresando a la realidad, con un par de lentos parpadeos, éste se alejó con la misma elegancia con la que se le acercó.
Tan alto e imponente, Albafica de Piscis le dio la espalda y se encaminó hasta la puerta de la entrada principal. Ya no tan burlón como en un principio, el caballero parecía haber retomado esa antigua actitud reacia a socializar que Agasha recordaba bastante bien.
A ella le preocupó mucho verlo cambiando así sus acciones, de la nada.
Y así como él, de un segundo a otro ella también cambió su vergüenza por la angustia; quería saber qué le había afectado así. Aunque aún, ella se seguía sintiendo apenada por sus acciones nocturnas, la maldita cruda y dolor de cabeza disminuyeron exitosamente cuando Agasha maldijo con fuerza en su interior por no poder ofrecerle el confort que Albafica necesitaba.
Temía ser rechazada otra vez.
Agasha se encontraba al borde del declive emocional por él, por el hombre que la confundía tanto con sus actos, con sus palabras y acercamientos, como la incitaba a creer que ella no le era tan indiferente como Albafica quería hacerle pensar. Pero, ella dudaba que todo fuese así de fácil; nada era sencillo con él.
Agasha se aferró a su cordura y trató de ignorar el hecho de que Albafica aún se hallaba con solo la capa amarrada sobre su cintura mientras su pálida piel se encargaba de hacer brillar esos músculos tan bien esculpidos, apenas ocultos bajo el largo cabello azul que a la chica le costó horrores no mirar hasta que sus propios ojos se le derritiesen.
Incapaz de seguir ignorando el golpeteo de su corazón, Agasha se mordió los labios desviando la vista hacia abajo. Sus mejillas ardían con fuerza.
—¿Ocurre algo? —preguntó ella en un tono tan bajo que pensó que él no la había oído, pero Albafica le respondió casi de inmediato.
—¿Podrías ir ya por mi ropa? —demandó con severidad—, debo irme.
Sí. Volvía a ser él.
Viéndole el lado positivo y pensar en que era un buen escape para librarse de su vergüenza por un par de minutos, Agasha afirmó que lo haría una vez que se cambiase de ropa por una menos transparente. Luego, y creyendo que la veía irse (cosa que no pasó) subió como un relámpago fugaz hacia su dormitorio.
Una vez adentro, Agasha buscó desesperadamente entre sus atuendos, uno digno de llevar frente a él, pero no que no diese el mensaje obvio de querer llamar su atención pero que tampoco la hiciera ver menos atractiva. Retornó abajo una vez que se puso una toga blanca de falda larga hasta los tobillos sin mangas ni tirantes, ajustado por encima y por debajo de su pecho con lazos rojos.
Antes de salir de su alcoba intentó acomodarse el cabello pero no hubo caso, se quedó como siempre, alborotado como un manojo de paja color castaño claro y sin gracia. ¿Por qué su cabello no lucía hermoso con caireles cuando lo necesitaba? Tampoco tenía tiempo de arreglarse, no estaba dispuesta a desafiar la paciencia del Santo.
Bajó las escaleras casi sin autoestima.
—En un momento regreso —le dijo quedamente viéndolo beber un poco de agua en un vaso distinto al que usó ella.
Su porte tan masculino y elegante casi la hizo jadear como un perro sediento, menos mal que no lo hizo, ya no necesitaba más vergüenza encima de ella.
—Mhmm—respondió él roncamente, sirviéndose más agua.
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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅 | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】
Romantizm『Albafica x Agasha』"Тәи мμсно сμіժαժо сои ӏоѕ оճѕәԛμіоѕ ժә ӏоѕ ժіоѕәѕ". No hay Santo que no conozca bien esa advertencia. Sin embargo, cuando llega el momento de debilidad adecuado, hasta el más sensato de los hombres puede ser tentado y engañado. ...