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Quiso implorar por un beso suyo, pero hasta ahora se había tomado un acercamiento que en su vida pensó que lograría obtener.

»Vive en el mundo real. Cásate con un buen hombre y posiblemente te irá bien en un futuro, quiero verte con hijos, casada y feliz, Agasha. Eso es lo que hubiese deseado tu padre —decía la señora Tábata hasta que como todos, se rindió de hacer que Agasha dejase sus fantasías.

Fantasías que al fin podrían hacerse realidad.

Viéndose a los ojos, el señor Albafica movió sus brazos sin decir nada y los pasó por debajo de los de ella, los cuales aún estaban arriba con el fin de no dejar su cara, temiendo que se desvaneciese si lo hacía. Agasha sonrió poniendo sus manos sobre los hombros de él, pegando su rostro al peto de la armadura, sintiendo el frío que esta le provocaba mientras sentía las cálidas manos del Santo sobre su espalda alta.

«Perdóname papá, pero no puedo simplemente olvidar al señor Albafica y casarme con alguien que no sea él». Apretó sus manos sobre los hombros de él y se aferró con fuerza mientras sus pies cedían al peso y la orillaban a darse cuenta que para poder cubrirlo como quería hacerlo le hacía falta altura, complexión y solidez.

Por eso mismo Agasha se sorprendió mucho cuando fue el propio Caballero de Piscis quien la apartó lo suficiente como para agacharse lo suficiente y tomar el control completo del abrazo; metiendo su rostro entre su cuello y su cabello, tan desesperado por frotarse con ella que olvidó que la armadura era un poco dolorosa para Agasha, quien sólo puso pasar las manos por debajo de los brazos de él para toparse con la fría armadura que cubría la espalda del hombre.

»Todos los Santos... y sobretodo los Dorados, son hombres con la que la gran mayoría de niñas tontas se ilusionan. ¿Pero sabes por qué sólo una en un millón puede estar junto a uno ellos? —la joven Agasha de aquel entonces negó con la cabeza—. Porque ellos cargan con un peso tan grande que cuando la bella ilusión se desvanece y la cruda realidad les pega en la cara, esas tontas suelen huir como cobardes. Sin importarles que ellos, como todos nosotros, son humanos y sus sentimientos pueden ser heridos también.

El temblor en Albafica fue evidente, su ansiedad por apretarla claramente demostraba todo lo que años de soledad le hicieron a su salud, tanto física como mental. Todo su dolor.

El peso del que le habló la señora Tábata no era ni la mitad de lo que sentía emanar de él. Los labios de Agasha temblaron con tristeza; las lágrimas que esa pobre alma llena de penuria le provocó, se deslizaron por sus mejillas. Este peso la lastimaba tanto que por un segundo creyó que se desmoronaría en sus brazos.

No supo de dónde sacó la fortaleza para no sollozar. Dejó que él deslizase sus manos por su espalda, mientras ella pasaba las suyas por la armadura y suave cabello azul, dándole más espacio para acomodar su mentón sobre su hombro.

»Ellos podrán ser poderosos y lucir inclementes ante los ojos de todo el mundo. Pero siguen siendo humanos y como tal pueden sentir el dolor y la decepción —la señora Tábata tenía tanta razón—. Por eso usualmente no congenian con personas fuera de su círculo, porque no todos tienen la capacidad de ofrecerles confort de ningún tipo; sólo conversaciones sin sentido y caricias frívolas. Querida, recuerda mis palabras. Amistades y amoríos vacíos no les sirven de nada.

¿Estaba siendo tan arrogante? ¿Tan insensible con él? Agasha no dudaba en que lo que sentía era verdadero. Pero temía demasiado por salir herida, o peor, herirlo a él... temía tanto que por un segundo se encontró con la mente en blanco.

Se prometió a sí misma que no se alejaría del Santo; mucho menos se acobardaría.

Aun así tenía miedo de fallarle.

𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora