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Luego de comprender que lo mejor era medir su distancia con Albafica, Agasha se fue a sentar a un sitio no tan alejado, pero no tan cercano. La única buena noticia, era que las ramas de los árboles no estaban yendo hacia ella, sólo se movían como serpientes. Lo malo es que las ramas que sostenían a Albafica avanzaban muy lento, dispuestas a cubrirlo.

Con Agasha, daba lo mismo si se acercaban a atacarla, ella podría cortarlas cuantas veces fuese necesario. Aunque los gritos que daban los árboles siguiesen provocándole migraña.

Llevaba poco tiempo mirando de reojo a los árboles, a Albafica y a las ramas que le sostenían a él, intercaladamente, tratando de formar un plan en su cabeza que no acabase en desgracia. Hasta ahora no había tenido suerte con eso.

Mientras tanto, se mantenía alejada de él, sentada al piso, pero en alerta por si alguien venía al ataque. Otra buena noticia era que aquel canto ya no se escuchaba en esta zona del bosque. Muy probablemente, esas criaturas se hallaban en el centro de este sitio.

Por otro lado, con su lejanía, Albafica no se veía mejor o más confiado, pero al menos su estado no era peor. Para empeorar la situación él todavía no apartaba sus ojitos asustados y llorosos de su persona.

A Agasha le dolía inmensamente ver que él temblase tanto; era surrealista que un Santo de su categoría ahora fuese un pequeño niño asustado que gritaba, que temblaba y lloraba, un niño que parecía no saber nada del mundo. Un infante que la miraba como si ella fuese el monstruo del cuento y no este sitio infernal.

Pasó un tiempo más en el que todo se mantuvo en silencio. Pero de pronto, Agasha detectó el momento en el que el bosque pareció quedarse estático.

«Los árboles no se han movido más» pensó analítica, mirando las ramas y las raíces de los árboles, sobre todo de las que sostenían a Albafica.

¿Sería por el intenso frío que empezaba a acentuarse más y más que las raíces que la habían estado persiguiendo a ella se hubiesen ido? ¿O sería algo peor? ¿Otros enormes enemigos rompe bolas de los cuales preocuparse?

Agasha tuvo que recordarse que el bosque era peligroso como desconocido. No debía sacar conclusiones tan rápido acerca de él, si es que ella no llevaba tanto tiempo paseándose por ahí. Descubriendo sus secretos y sintiéndose cada vez más enferma con tantas almas condenadas a su alrededor.

Hacía cada vez más frío y Agasha se preocupó por la desnudez de Albafica.

―Oye... ―musitó tranquila al notar que él temblaba más con su llamado.

El niño le prestó atención, sin embargo, esta vez en su mirada se leyó que estaba dispuesto a defenderse de ella; pues también la había observado con atención. Aunque muy para su desgracia no pudiese ni mover un dedo.

Al menos, a estas alturas, el miedo en sus ojos azules ahora estaba acompañado por una chispa de valor que encendía su mirada un poco.

¿Sería esa una buena señal para acercarse?

―¿Me oyes, Albafica?

―¿Qué? ―rezongó con la guardia alta.

Ese tono... dioses. ¿Qué tenían algunos por responder de ese modo cuando uno les hablaba con educación?

―¡Hey! No me hables así, mocoso malcriado ―espetó ella ofendida, levantándose lentamente―. Sólo quería darte algo para que te cubrieras.

En serio odiaba ese tono chillante e inmaduro de los niños y niñas. Calínico y sus hermanos lo hacían a menudo cuando la señora Tábata le pedía cuidar a sus hijos y Agasha trataba de imponer orden cuando éstos peleaban. Se le había salido por error llamarlo "mocoso malcriado" pero eso pareció ayudar a su interacción ya que Albafica se descompuso con eso.

―¿Cómo me llamaste? ―preguntó pasmado.

Caminando poco a poco hacia él, Agasha lo miró con irritación.

Mo-co-so mal-cri-a-do ―lo dividió en fuertes sílabas acercándose con cada una de ellas para tomar la manta que le dio Perséfone y tirar de él para apartarla de su armadura. La toga que usaba hizo un movimiento brusco dejando ver su entrepierna apenas cubierta.

Desviando su cara, Albafica se asustó, pero también enrojeció de su cara. Las raíces no se movieron por alguna razón que Agasha desconocía. Pero ella también se entretuvo, avergonzada por no haber tenido cuidado con aquello. Se sentía como una enferma corruptora de menores.

―¿Por qué, en el nombre de Zeus, esta cosa es tan corta? —se refirió a la falda de la toga—. Tú, ¿ves esto? Te lo voy a dar —alzó la manta—. Me lo regaló una generosa diosa para protegerme de... las cosas que hay por aquí —no quiso dar detalles de los últimos acontecimientos—, pero te lo voy a entregar a ti para que te quite el frío. Después me iré por donde vine si eso es lo que quieres. O... ―enfatizó la vocal―, puedo sacarte de ahí.

Sin esperar su aprobación o dejar de caminar con lentitud, Agasha sacudió el polvo que debió haber acumulado la manta transparente color gris, antes de ponerla sobre los delgados hombros de Albafica que no pudo gritarle porque lo dejase en paz.

Una vez sobre él, la manta creció por sí sola tapando por completo el cuerpo del niño. Albafica parpadeó un poco confuso como cansado y luego la miró a los ojos.

—Ya está —le susurró Agasha dando dos pasos atrás con las manos enfrente para demostrarle que no iba a hacer nada más.

Jamás se esperó que él le preguntara con un deje de inocencia:

―¿Eres otra prostituta? 

―¿Eres otra prostituta? 

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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora