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Pocas veces Albafica de Piscis se sentía tan miserable.

Esta noche pensaba que realmente pertenecía a la peor clase de basura desechada por el hombre, y no se sentía con los ánimos de discutir eso. Tampoco iría contracorriente con el hecho de que viviría con esa friolenta realidad como con el veneno en su sangre hasta el fin de sus días.

¿Por qué esta niña seguía sin entender?

No quería hacerle daño... no quería matarla; no deseaba preservar su rostro como una víctima más.

Pero claramente estaba haciendo algo peor. Estaba matándola. No físicamente sino al parecer, él mismo hería su interior con sus palabras de una forma que rayaba lo ruin. No era como si Albafica no hubiese hecho eso mismo en un antaño con otros para evitarse encuentros innecesarios sin embargo algo en Agasha la hacía notable; quizás especial. Ir por esos rumbos lo estaba confundiendo más de lo normal. Debía parar.

Para peor, él con claridad veía que estaba hiriendo sin piedad ese hermoso corazón puro y cálido que se había abierto para él. Ese que ella le entregaba y él no dejaba de apuñalar.

¿Por qué?

—Agasha —musitó apartando las manos de ella; verla intentando impedirlo con toda su fuerza significó tanto para él, que Albafica comprendió lo mucho que esta chica valía.

No es que antes no fuese así, es sólo que en este instante vio lo que Agasha estaba haciendo sin que ninguno se diese cuenta.

Ella se enterraba en su corazón causándole un daño que la mismísima Rosa Sangrienta envidiaría. Con su gentileza estaba envolviéndolo en un hechizo tan sublime como peligroso.

Viendo la luna por la ventana, Albafica tuvo el presentimiento de que esto era el fin.

Con su corazón latiendo fuerte, no había más que pelear.

Ella lo había vencido.

Desde el momento en que se encontraron en aquel páramo lluvioso y creyó que luego de extenderle su capa, no la vería nunca más. Desde que se acostumbró a verla constantemente pasar por su tempo para ir a visitar el Santuario para entregar sus flores a su Ilustrísima y la señorita Athena. Desde que insistentemente buscaba charlar con él, recibiendo desplantes groseros de su parte.

Él había perdido esa batalla y ni siquiera se dio cuenta de ello.

Cerrando sus ojos con fuerza, Agasha soltó un quejido adolorido al instante en el que Albafica separó sus temblorosos brazos y pudo darse la vuelta, bajándolos sin esfuerzo.

Sollozando y sin intenciones de abrir sus ojos, lo oyó suspirar y más tarde, sintió sus dedos limpiando su rostro.

La situación no era graciosa, Albafica no pensaba que esto fuese un chiste ni mucho menos algo de lo que pudiese reírse. Pero ella hipaba de una forma tan inocente como cómica que él no pudo evitar soltar una pequeña risa.

Ella lloró aún más por pensar que él se reía de ella.

—Ya no llores —pidió Albafica sin dejar de limpiar—. Mírame, Agasha.

—E-e-es que no pu-puedo pa-parar —chilló intentando evitar que él siguiese viéndola en ese estado.

Albafica no cedió a su plan, ignorante de su vergüenza, la sostuvo con la fuerza necesaria para mantenerla en su sitio. Incluso flexionó sus rodillas un poco para hacerlo sin tener que lastimarla más. Cada lágrima que salía de sus ojos, era la misma que él limpiaba con el mayor tacto posible.

—M-me siento ta-tan avergonzada —admitió ella hipeando—, n-no quería humillarme de nuevo —chilló—, y aquí estoy. Llorando otra vez. ¡Lo siento, no era mi intención incomodarlo tanto!

𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora