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»Albafica... te has quedado dormido, otra vez.

El sereno caballero abrió los ojos violentamente al sentir que había logrado escuchar la voz de su maestro Lugonis. Podría jurar que lo hizo, incluso se vio a sí mismo imposibilitado de mover un solo dedo pero pronto tuvo que regresar a la realidad y pensar con lógica.

Su maestro ya no estaba con él, se había ido. Y él ya no era un niño que esperaba ansioso su regreso de las peligrosas misiones para comer juntos al anochecer y que éste le relatara lo que sea que tuviese importancia para ambos.

Miró el techo con parsimonia.

Apenas recobró los sentidos, se incorporó y volvió a analizar la habitación en donde estaba, por un segundo Albafica creyó que esta se transformaría en sus aposentos demostrándole cruelmente que todo lo que había pasado no había sido más que otro iluso sueño donde se creía libre por un par de minutos.

Para bien o para mal este no fue el caso.

Se había quedado dormido en la cama (sorprendentemente) sin darse cuenta; en vez de sentarse por un rato como era lo planeado y descansar un par de minutos como el ser humano que aún era, su cuerpo había extendido ese momento de relajación hasta hacerlo perder la noción de sí mismo.

Al poco tiempo estos minutos se convirtieron en horas, que para variar, habían traído consigo la noche demostrándole lo inútil que había sido un regalo tan valioso como el agua extraída de los Campos Elíseos. No supo si maldecir o sentirse no tan mal ya que al menos podría regresar al hueco oscuro de donde había salido sin sentir remordimientos.

Lento y silencioso se levantó de la cama con lentitud, pues se había mareado un poco al hacer ese despertar tan brusco. La resaca de la mañana al fin había pasado, sin embargo tenía demasiada hambre.

«Debo irme» pensó sintiendo algo de pena por la chica florista. Y él que le reclamaba por su comportamiento indebido y él iba y se dormía en su cama sin pedirle ningún permiso.

Qué vergüenza.

Tuvo que admitir que el karma era rápido.

Tratando de no ser demasiado ruidoso, salió de la alcoba y contempló el parámetro oscuro que le esperaba en el pasillo que dividía dos habitaciones; dedujo que la otra debió pertenecer al padre de Agasha, de quien por cierto tenía conocimiento de su muerte por boca de Shion.

»¿No irás a la sepultura? —Le cuestionó, a lo que Albafica respondió que no tenía nada que hacer ahí—. Sí tú lo dices.

Maldito carnero entrometido.

Toda esa noche Albafica no pudo cerrar los ojos sin que viese el rostro de la niña que durante un tiempo estuvo acarreando arreglos florales al Santuario con una sonrisa resplandeciente y un aura más que cálida, pasando por su Casa e intentando hablar con él sin éxito alguno.

Y por culpa de Shion, esa noche Albafica había bajado por las 11 Casas restantes hacia el cementerio donde se hallaba la tumba del hombre en cuestión.

Dejó una flor roja no envenenada junto a las otras y se marchó sin decirle nada.

¿Después de todo qué podría decirle a una lápida?

Agasha no regresó al Santuario desde entonces. Y no es como si se hubiese entristecido por eso...

¿Seguro?

Por supuesto no, su aparente molesta se debía a que sólo que se había mantenido acostumbrado a tratarla de lejos, como un molesto chapulín que no dejaba de saltar a su alrededor ignorando olímpicamente que si no medía sus distancias podría ir preparándose para acompañar a su padre en los Campos Elíseos.

𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora