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"Mantén a salvo a Albafica de Piscis. No lo liberes hasta que sea el momento propicio".

Agasha despejó su cabeza luego de que Érebo se marchó desapareciendo del mismo modo que Nyx.

Sus órdenes fueron claras.

Recordando su encuentro con la araña gigante, descubrió que no era capaz de mentir y siendo que estaba en el infierno y todos querrían el alma que custodiaba, Agasha caminó hasta llegar a la telaraña que aún se mantenía fuerte en el suelo.

Érebo la había liberado de decir el nombre del santo. Eso había hecho antes. Nada le garantizaba a Agasha que su boca no fuese a abrirse otra vez.

Y para evitar errores...

Tomó la telaraña y la analizó. Era resistente como gruesa.

Era ideal.

Un poco asustada como convencida de esta locura, Agasha convocó su arma, al tenerla en su mano derecha la empequeñeció hasta que ésta se convirtió en un alfiler largo.

Con sus dedos índice y pulgar, concentró su energía en la punta del alfiler una vez que pudo seleccionar bien la telaraña que usaría como hilo. Incluso se sentó, apoyando su espalda contra la pared.

«Este será mi último sacrificio por ti» no tuvo el valor de decir su nombre ni siquiera en pensamientos, «por favor. No te pido que me ames, sólo que no me olvides».

Por error o por confiada, ella podría decir su nombre en cualquier momento y entonces todo habría sido en vano. Decepcionaría a Albafica, a los Santos Dorados y a sus señores; eso era algo que ella no podía permitir. Con todo eso en mente, Agasha se ayudó con su mano izquierda para tomar sus labios y estirarlos hacia enfrente.

Suspiró por la nariz, llevando la punta afilada a su piel; entonces desde abajo, de forma brusca y rápida, penetró la carne con el alfiler. Aguantando el dolor con los dientes apretados, Agasha jaló hacia afuera mientras la sangre escurría y la telaraña iba pasando por su carne hasta llegar al punto final.

Respiró agitada; una vez recuperando aire, volvió a repetir la ejecución.

Un pinchazo, dos pinchazos, tres pinchazos, ¡cuatro! ¡Y cinco! ¡Y más, y más, y más!

Agasha no se detuvo, ni aunque sus dedos resbalasen por la sangre y la saliva; no hasta que de sus labios no pudiese salir ni un solo suspiro.

Afianzando bien el amarre, Agasha cortó el hilo convocando su arma de regreso a la armadura.

Temblorosa, se llevó los dedos cubiertos de carmesí a la boca, sintiendo el hilo que los unía con fuerza, la sangre escurriendo por las heridas, y el dolor que aún palpitaba sobre su piel. Al tragar saliva ésta le supo a hierro.

Durante todo el tiempo que estuvo cosiendo su propia boca, Agasha mentalizó no sólo la misión encomendada por su dios, sino al rostro de la persona por la que lo hacía. Comenzaba a preocuparse por descubrir que la imagen del Santo de Piscis ya no aceleraba su corazón como antes.

Tragándose su debilidad, Agasha se puso de pie y caminó más decidida que nunca a la puerta que la llevaría de regreso.

El asunto entre Érebo y Nyx ya no le incumbía, sólo salir de ahí con el alma del señor Albafica lo hacía. Una vez que pudiese liberarlo ella trataría de disculparse con los demás Santos, con la señorita Sasha y sobre todo con la señora Tábata y sus hijos, a quienes ya empezaba a extrañar.

Entró a la puerta, esperó por un par de segundos y al abrirla no se encontró con el palacio de Perséfone ni con la diosa. Ante sus ojos apareció un campo rojizo de montañas de espinas enormes con gente viva empalada en ellos, unos sobre otros y numerosos enemigos que los atormentaban.

Al verla, los pequeños demonios se abalanzaron contra ella.

Sin temor ni duda, Agasha convocó su arma para deshacerse de ellos de uno en uno.

Nada podía detenerla ahora.

...

Nyx no supo qué le dolía más. Si saber que su amado Érebo no había estado encerrado ni sufriendo como ella creyó, o escuchar de su propia boca que no quería volver a su lado.

―¿De verdad planeas quedarte con el alma de la humana para hacer renacer tu ejército? ―le preguntó, un poco asustada, Psique a su lado.

Usando un vórtice gris en medio de los Campos Elíseos, Psique y Nyx veían a Agasha volviéndose cada vez más y más fuerte. A medida que combatía, su cuerpo espiritual se iba mezclando a la perfección con la Armadura de Elecea y la alabarda.

―¿Tendrías algún problema con que así fuese? ―la retó Nyx, dispuesta a evaporizar a Psique si la diosa era tan tonta como para enfadarla.

―Te conozco, Nyx ―susurró la diosa―, y sé que esto no era lo que buscabas al mandarme a separar el alma de Agasha de su cuerpo.

Más lágrimas silenciosas cayeron de los ojos de Nyx.

«Sólo quería dejar de estar sola, ¿cuál es el problema con que desee compañía?» pensó enfurecida, pero más que nada entristecida. Su corazón estaba muy herido. Más su orgullo era demasiado como para decirlo en voz alta. «Estoy tan sola», incluso su propio esposo había huido de ella.

La humana había elegido y se había resignado a quedarse como su nueva Sỹdixx; tan solitaria como ella, Agasha sería una buena compañera. Nyx estuvo segura que juntas podrían ser muy buenas amigas para aliviar la soledad de la otra.

Nyx no planeaba compartirla.

Nyx no planeaba compartirla

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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora