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Notando de primera mano la cara enfadada que Albafica había hecho ante las últimas palabras del monstruo, la chica entrecerró sus ojos sintiendo bastante lástima por la gorgona.

―Te sugiero que le hagas caso y lo sueltes ―advirtió Agasha sacudiendo el látigo que volvió a ser una alabarda.

¡Tú, zorra! ¡Tenemos asuntos pendientes!

―No te lo voy a repetir ―dijo Agasha ignorando el insulto―, suéltalo o te pesará.

¡Ven aquí, maldita!

El monstruo se arrojó con vehemencia por el cuello de Agasha. Lamentablemente este ser desconocía que un Santo Dorado era un Santo Dorado. Y aún en esa forma, subestimar a Albafica fue un error que le costó a la Gorgona-caballo su comida, cuando el cosmos del infante creció tanto que quemó sus brazos y manos.

Chillando soltó al niño que cayó de pie y corrió hacia Agasha. Ella al verlo a salvo se lanzó con la alabarda y fue por su cabeza. Con un corte limpio hizo que la cabeza de la bestia cayese al piso. Más tarde, Agasha pateó el cuerpo y lo regresó al mar donde los condenados esperaban su alimento.

―Eres muy fuerte ―le dijo Agasha a Albafica, sorprendentemente él sonrió sonrojándose un poco. Sonriendo con él, Agasha se agachó dándole la espalda―. Anda, hay que irnos de este maldito sitio de una buena vez.

Asintiendo, el niño se subió y Agasha de un poderoso salto comenzó a ir de roca en roca.

―¿Y qué hay del hombre que buscabas? ―le preguntó Albafica.

―Creo que ya habrá tiempo para él, mi prioridad ahora es sacarte de aquí ―saltó a la siguiente roca.

―Pero no quisiera que lo olvidases por mí, estoy seguro que si vamos juntos...

―No importa.

Agasha recordó que sacar a Albafica de su infierno era una parte vital de su misión, pero aún tenía algo más que hacer. Miró en su pecho el collar otorgado por la diosa Nyx y dejó que este la guiase.

―Ya te lo dije antes, ¿o no? Él es fuerte.

Albafica asintió no muy convencido. Apoyó su mentón en el hombro de Agasha sintiéndose muy cómodo, cálido. Sin poder evitarlo sonrió dejándose llevar por esa extraña muchacha.

―¿Cómo te llamas? ―quiso saber.

Agasha tuvo que tragarse la tristeza de saber que él no la recordaba en lo más mínimo. Aunque claro, no es como si en la realidad él la recordase extraordinariamente bien.

―Mi nombre es Agasha ―respondió saltando entre otras rocas.

―Agasha ―suspiró él, sonriendo un poco―. Me gusta tu nombre, es muy bonito.

Por primera vez desde que llegó a ese infernal agujero Agasha sintió su corazón latir apresurado por un buen motivo.

―Gracias.

El collar de pronto le ordenó que no se detuviese y saltase hacia el mar. Por un segundo lo dudó, pero luego recordó el dolor que pasó cuando dudó de su armadura. ¡Debía confiar!

No pasará nada.

Más valía porque no tenía ganas de cocinarse en sangre hirviendo.

—¡¿Qué haces?! ¡Ya no hay más rocas! ¡Caeremos! —Albafica se aferró a ella. Agasha confió en que no sería así, qué algo impresionante pasaría.

—¡Cierra los ojos!

—¡Pero...!

—¡Confía en mí!

Al saltar de la última roca, Agasha supo que el collar le había guiado a un círculo infernal distinto antes de que tocasen el mar. Aunque lo vieron cerca pues sus rostros casi impactaron con la sangre.

Este sitio al que cayeron, ella lo desconocía enteramente.

Dando una voltereta enorme, justo como la que hizo al entrar al inframundo desde los Elíseos, Agasha se enfrentó a un suelo frío cuya ventisca helada los estremeció a ambos. Agasha y Albafica habían dejado muy atrás el Mar de Sangre sin saberlo.

Habían sido trasladados mágicamente a otro lugar donde... no había absolutamente nada. Sólo un duro suelo muerto y oscuro con algunas grietas. Cuando Agasha giró sobre sí misma, ambos se dieron cuenta de que en efecto, como ella predijo, algo increíble pasaría.

Pasar de un sitio horrible y caluroso a un sitio súper horrible y frío, no debería significar precisamente malas noticias, ¿cierto?

Prestando más atención a su entorno, vieron que estaban rodeados de un páramo negro con un cielo extrañamente gris nada parecido al de los anteriores lugares. El lugar era incluso más frío y lúgubre que el bosque.

Se encontraron en un sitio vacío. Al frente, sólo habitaban un par de normes puertas de metal negro con bordados extraños de adorno. ¿Por qué sólo había eso en un lugar tan desolado?

Las puertas eran lo único que había en todo este sitio hueco que incluso parecía carecer del sonido.

Cuando estas dos puertas se movieron hacia enfrente, chillando tenebrosamente, Agasha tomó su postura de defensa, esperando el momento para correr y no perder a Albafica, que también se había quedado mudo ante tal cambio de lugares y duda sobre, qué saldría de ambas puertas una vez abiertas.

Agasha no se esperó ver a una enigmática diosa hermosa y sensual mirada, saliendo de estas puertas.

―Me alegra que ya estén aquí ―dijo Perséfone aplaudiendo lento.

―Sabe por lo que vengo, ¿no es así?

―Así es. Felicidades, has completado tu primera misión —sonrió con más arrogancia—. Y llegaste hasta este punto porque fue mi deseo... y por lo que tienes en el cuello —Agasha no se molestó en seguir los ojos de la diosa que fueron en dirección al collar—. Les estaba esperando a los dos. Adelante, pasen.

―Agasha ―llamó Albafica tratando de advertirla del mal presentimiento que le recorría al ver a Agasha siguiendo a la diosa al interior de lo que sea que fuese aquello que dejó de ser la nada para irse revelando, desde las puertas, poco a poco como una gigantesca fortaleza.

Un enorme castillo que dejaba en ridículo a cualquiera hecho por el hombre, se iba materializando frente a sus ojos como si este lugar fuese oculto por un espejismo y un sitio al que no debería ser tan sencillo acceder.

―Tranquilo ―le susurró ella―, estaremos bien.

―Tranquilo ―le susurró ella―, estaremos bien

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𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora