❁⁎✬⁂【:.29.:】⁂✬⁎❁

330 31 3
                                    

Dado a que la cocina y la sala estaban prácticamente bajo sus pies, Albafica pudo oír el momento exacto en el que Agasha comenzó a tomar leña para encender el fuego.

Durante su ausencia se había permitido mirar a su alrededor y notar lo hogareña que era la casa bajo la luz del sol.

Una cocina y una sala pequeñas. Al lado de la puerta principal había una ventana con unas feas y viejas cortinas amarillas, un segundo piso con un pasillo espacioso y 2 habitaciones. Afuera, tras pasar una puerta trasera, se encontraba su lavabo debajo de la ventana de la cocina, un gran tambo hecho de barro para almacenar agua a un lado y el baño que estaba justamente afuera, junto a la casa del lado derecho. Uno grande y espacioso con una tina.

Todo era especialmente acogedor.

No muy lejos un huerto que era donde Agasha debía mantener sus plantas para vender, también había un tendedero no muy grande. En verdad era una construcción que podría sacar la envidia de cualquiera.

Luego de ponerse la ropa y asegurarse de que estaba en condiciones presentables hizo un llamado a su armadura y en pocos segundos ya se encontraba luciéndola como si nada hubiese pasado. Como si no sintiese que la cabeza le punzaba un poco y necesitaba beber algo de té para relajarse.

En esos momentos, Albafica deseó poder saltar por la ventana e irse pronto, pero hacerlo sería una ofensa para Agasha. Además sería estúpido pensar que ella no lo escucharía huyendo de su casa en vez de hacerlo por la puerta como era lo adecuado.

Agasha... aún recuerdas su nombre.

Las acciones de amabilidad para con él eran tan escasas (mayormente por su estado de lobo solitario) y las pocas veces que había pensado que la vida le sonreía, él terminaba sangrando. A excepción de su maestro, Albafica no guardaba sentimientos emotivos por nadie. Menos si se trataba de una mujer.

A su diosa, por supuesto, la protegía con su vida. Le admiraba por su valor, piedad y poder, pero no podía decir que... la amaba. Sólo le era leal con cada uno de sus huesos, y la seguiría en esta lucha hasta el final porque confiaba en que bajo su ala, la humanidad podría mantenerse viva. Y eso era todo.

Y luego estaba Agasha; pequeña, ilusa y tímida. Con un ardiente fuego llameando en sus ojos verdes y una fiera determinación que no todas las chicas del mundo poseían, incluso había visto a las inclementes amazonas dudar con respecto a muchas cosas, pero no Agasha. Ella iba hacia adelante.

En sus delicados y brillantes ojos no había duda, sólo curiosidad y cuidado por lo que decía o hacía. Su estatura y otros aspectos físicos habían cambiado demasiado con el paso de los años, seguía siendo bastante diminuta para él, pero no así era su espíritu. Esa alma, que cada vez que hacía contacto con la suya, le invitaba a sacar su lado más necesitado de afecto, ese que se retorcía como un miserable gusano por desear el toque de una mano gentil como la de Agasha, acariciando su cabeza.

Tantas cosas que él deseaba y pocas, que sabía, podría tener (con suerte) en la otra vida.

Reafirmando su resignación, Albafica tomó la capa oscura entre sus manos. Abrió con cuidado la ventana asegurándose de que no había gente trascurriendo por la calle, entonces sacudió con fuerza la prenda afuera, antes de volver a ponerla encima de su cabeza.

No quería que nadie lo viese. Odiaba la atención que llamaba su aspecto físico y lo último que deseaba era matar a alguien más y no contar con la suerte de que fuese un indeseable. Pero sencillamente no podía irse con tan descortesía; sus pies se negaban a guiarlo afuera (muy lejos) de esta pequeña morada.

Había un pequeño espejo sobre una mesa, donde Agasha tenía su cepillo hecho de madera para el cabello y un pequeño frasco de perfume. Miró su reflejo en él, o lo que apenas alcanzó a ver. Debido a su altura que, sin duda alguna, era más que la de Agasha, Albafica (en broma) pensó que él debía ser una especie de gigante para ella. Aunque en realidad ella le llegase hasta su pecho.

Retrocedió un par de pasos y al fin pudo ver con desánimo que gracias a la capa podría mantenerse oculto bajo las miradas de los pueblerinos hasta llegar al Santuario.

Se conocía lo suficiente como para saber que si seguía conviviendo con la gente, más desearía permanecer junto a ella, entonces vendría lo peor: su debilidad posterior a una segura aflicción lo harían presa fácil para los enemigos y por ende su fuerza de nada le serviría para defenderse.

Lo que quería decir que al final todo el esfuerzo de Lugonis por hacer de él un Caballero se iría por el desagüe al igual que su vida, la cual sólo tenía permiso de perder en una batalla.

Este sitio...

Este sitio comenzaba a parecerle demasiado cómodo para su salud mental, la cual debía permanecer en su lugar, en el Santuario... en la Casa de Piscis, junto a toda su soledad.

Hasta su muerte.

Hasta su muerte

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝑀𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜𝑠𝑎 𝑷𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅  | 🔞 |【 Dэcяэтos Diviиos Ⅰ 】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora