Capítulo 34

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—Alexander —logré articular, estupefacta.

—Jessica —me habló dulcemente—. Tanto tiempo sin verte.   

 Alexander había cambiado, y mucho en estos años. Él era castaño, con ojos color miel, un hombre bien formado, robusto y fuerte. Se podía decir que lo opuesto a Adam en complexión, pues ambos eran sexys, pero Adam era delgado, mientras que Alexander mostraba más musculatura. Ahora, sus facciones habían madurado bastante, conservaba una ligera barba de hace días. Físicamente, yo esperaba que hubiera engordado, pero no, se había puesto mejor de lo que estaba. Los años, al contrario de perjudicarle, le habían venido muy bien. 

Tardé un momento en asimilar aquella situación y en poder tomar una postura firme ante él.

—¿Qué haces aquí? —pregunté extrañada.

—Vine a verte —respondió, encongiéndose de hombros.

—Oh, ¿en serio? —cuestioné con sarcasmo—. No lo sé, creí que venias a ver a Robert.

Éste soltó una risa forzada.

—Tú preguntaste.

—Sí, pero yo me refería a ¿qué es lo que quieres aquí? —interrogué, optando finalmente seriedad y frialdad a este asunto.

—Quisiera hablar contigo —sinceró sonriendo.

—Pues vaya lástima —dije sonriendo falsamente y cerrandole la puerta en la cara.

Acto seguido, éste volvió a tocarla.

—¿Qué? —contesté tras abrirla nuevamente.

Observé que ahora Alexander tapaba su nariz con una mano y la sangre comenzaba a chorrear a través de sus dedos.

—De acuerdo, creo que merecía esto —comentó sonriendo—. ¿Quieres desquitarte más?

—No. Disculpa, ¿estoy siendo muy mala contigo? —simulé importancia a mi comportamiento con él.

—Tienes derecho a serlo —aceptó—. Podrías tan solo, ¿darme algo de papel? Por favor.

Me giré y tomé una servilleta de la mesa del comedor. Se la aventé y éste logró atraparla. Seguido, la colocó bajo sus fosas nasales y alzó levemente su cabeza.

—De acuerdo, ahora adiós —me despedí, volviendo a cerrar la puerta, pero éste la detuvo en esta ocasión.

—Jessica, ¿podríamos hablar? —pidió—. Te lo suplico. Por favor, hablemos.

—Tú y yo no tenemos nada que hablar Alexander —le espeté.

—Sí. Si quiera escucha lo que tengo para decirte —imploró—. Si después de lo que te diga no tienes ganas de volver a hablar conmigo, de acuerdo. Lo aceptaré.

Abrí la puerta por completo y me le quedé viendo de brazos cruzados. Dudaba en si hablar con él o no. Una parte de mí me decía que escuchara lo que tenía para decirme, mientras que otra, me decía que lo mandara al carajo.

—¿Y?¿Qué dices? —consultó.

—En un segundo vuelvo. Iré por mi bolso —respondí finalmente.

Fui por lo antes nombrado a mi habitación y una vez regresé con él, salí de la casa. Nos encaminamos a un café, a petición de Alexander. Llegamos y nos sentamos en una mesa junto a la ventana, con una vista panorámica. Éste tiró su servilleta sangrienta en un bote de al lado de nuestra mesa.

—¿Quieres algo de la carta? —preguntó amablemente, observándo ésta—. Va por mi cuenta. 

—Estoy bien, gracias —respondí cortante.

My Heart Is Open (Adam Levine) // [Reescribiendo] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora