Epílogo /2

186 13 62
                                    

Parte 2

Narra Jessica

Habían pasado seis meses desde que la felicidad había vuelto por completo a mi vida. Desde que Adam y yo habíamos regresado, todo era perfecto. No tenía más dilemas amorosos que afrontar y mucho menos sufrir. Habíamos dejado todo en el pasado y volvimos a empezar desde cero, como si se hubiera tratado de una mala pesadilla. Lo único que quedaba de ella era Austin, a quien tanto Adam como yo, aceptabamos y cuidabamos como si se tratara de un hijo de ambos, pues él era el menos culpable de todo lo ocurrido. Valentina, por su parte, lo veía como su pequeño hermano; creía que se trataba de un hijo de Adam del que ahora nosotras nos haríamos responsables junto con él. Lo que realmente no sabía, y dudaba mucho contárselo en algún momento, es que ambos compartían al mismo padre biológico.

Por otro lado, la gente que me rodeaba sí que conocía lo sucedido. Adam y yo se los relatamos tras volver a la fiesta de Christina el día que regresamos. Nadie lo creía, por supuesto, porque ni siquiera yo les había contado algo al respecto. Lo había guardado para mí, al igual que Joe, a quien tuvimos que excluir de la historia al momento de decírselo a Christina, pues ella aún no tenía ni idea de lo que él había hecho. Fue hasta días después que él finalmente le contó la verdad, lo que provocó una breve separación entre ambos de no más de quince días; pues al final, Christina comprendió que lo había hecho por un motivo razonable, por su hijo, Christof, quien adoraba a Christina, tanto como a su madre. Cassie, por su parte, tenía un gran aprecio hacia Joe. Él era la figura paterna que ella necesitaba en su vida tras la muerte de Robert, a quien, por cierto, ninguno de nosotros olvidaba y cada que se presentaba la ocasión, visitábamos en el panteón.

—Listo, por fin ha subido esto —anunció Christina con alivio.

Me observé frente al espejo, inspeccionandome. Me sentía mucho más cómoda con este vestido largo suelto, que con el bromoso vestido blanco de novia. Observé mi cabello y maquillaje, que por fortuna aún permanecían intactos. Por la mañana Adam y yo nos habíamos registrado en el civil, finalmente, como marido y mujer. A eso del medio día nos unimos en matrimonio por la iglesia. Y dentro de un rato se llevaría a cabo la fiesta en un lugar al aire libre, con carpas colocadas para cubrir las mesas. Para después, hoy a la media noche, partir hacia Europa en un crucero de una semana.

Todo esto era posible gracias a un largo papeleo que Adam había tenido que hacer tras la muerte de Behati, para volver a contraer matrimonio, esta vez, conmigo. Claramente, antes de ello, tuvo que consultármelo y volverme a proponer el ser su esposa. Esta vez había sido de una manera distinta a la anterior e, incluso, más romántica.

Valentina y yo estábamos saliendo de casa. Ella había insistido en que fuéramos a Santa Mónica el día de hoy y pasáramos la tarde y parte de la noche por allá. Así, a eso de las seis, llamé a un Uber para que nos llevara hasta nuestro destino. Había llamado a Adam horas antes, preguntándole si es que deseaba acompañarnos, pero me informó que tenía pendiente una sesión de grabación con los chicos para una nueva canción. Lo comprendí perfectamente, por lo que mi segunda opción fue llamar a Christina y ver si le apetecía venir junto a Joe y Cassie a pasar el día; extrañamente, ella tampoco podía, pues según esto, había quedado en ir con sus padres y regresaría tarde. Rehusada, terminamos por salir únicamente nosotras dos. 

Llegamos a la playa en cuestión de algunos minutos. El Sol comenzaba a ocultarse, dando su maravilloso espectáculo, adornando el cielo de distintas tonalidades. Valentina corrió hacia el mar, no esperando ni un segundo y restándole importancia a cambiarse, mojando por completo toda la ropa que llevaba puesta. Reí y desenrollé una de las toallas que había cargado, en el piso. En ese momento, noté que ahí se encontraba puesto un pétalo de rosa roja. Extrañada, lo levanté y contemplé un segundo. No tenía sentido que esto estuviera aquí. Miré a mi alrededor y me di cuenta que la playa se encontraba casi vacía. Había un par de niños jugando a unos cuantos metros, pero cerca de mí técnicamente no había nadie. Esto resultaba más raro aún, pues Santa Mónica nunca solía estar del todo desierta. Siempre había al menos unos cuantos grupos de turistas queriendo recorrer la playa. 

My Heart Is Open (Adam Levine) // [Reescribiendo] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora