CAPÍTULO 29

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Zedd, esto ya no es normal. Te lo juro. Nadie más en Alemania sabe que amo a The Hockland Homicide. ¡Te lo juro!

-Eso debe ser mentira.

-Zedd, por favor. Es cierto. Nadie más que tú. Y no vayas a decir que ha pasado lo mismo que con los chocolates, porque esto no es América. Por ende significa que no a todo el mundo le gusta este tipo de música. Esto es increíble.

-Haz memoria, Taylor. Haz memoria, porque sé que... sé que a alguien más aparte de mí le habrás dicho-, Zedd lo había dicho como si hubiera alguien más a quien yo quisiera.

-Déjame pensar- Empecé a esculcar en lo más profundo de mi memoria. -¡No!- No podría ser cierto.

-¿No qué?

-¡No, no!- Me tapé la boca con la mano que no estaba sujetando el teléfono. -La única persona a la que le había contado sobre mi banda favorita había sido...-

¡Derek Hoffman!

-¡¿Quién?!- Insistió impaciente.

-Na... Nadie.- Tartamudeo, y de inmediato cuelgo la llamada.

Me alisté con toda prisa y me dirigí a como fuera lugar al satélite de la empresa de envíos.

Casi dos horas exactamente para llegar ahí, pero al fin había llegado.

-Lo siento, señorita. Los servicios al cliente cierran a esta hora todos los días hábiles. No podrá hacer su reclamo hoy- Me contestó una de las empleadas.

-¡No, eso no puede ser posible, eso significa que no será sino hasta el lunes que podré regresar!- Todo estaba en mi contra. No era posible. Incluso parecía que estaba destinada a cargar con la sombra de Derek Hoffman para siempre.

-Así son las reglas- Dijo ella.

-¡Rayos!- Exclamé con impotencia. Odiaba la vida. ¿Por qué me hacía esto cuando más trataba de olvidarlo? Aunque ni siquiera sabía si era él el que los había enviado. Pero entonces si no era él, ¿quién más? Llegué tarde a casa gracias a la distancia del satélite hasta allí, incluido el congestionado tráfico y lo único que conseguí fue perder el tiempo. Y deprimirme. No quería deprimirme más de lo que estaba. Al menos mi depresión por ahora estaba controlada, pero tan pronto atravesaba una tormenta ésta volvía a rebosar.

Esta vez no me quise quedar callada y en cambio le conté a mi dulce abuela Ster. Le conté todo. Todo lo que había pasado desde que llegué a Alemania. Sin ningún secreto, sabía que no me iba a juzgar, aparte de que era mi única amiga. Esa era la verdadera forma de sanar mi herida emocional.

Por supuesto lloré después y ella sólo me abrazó, me dijo que no me decayera  ya que habían muchos hombres en el mundo, y ese sólo había sido el primero del que me había enamorado. Enamorado locamente, lo admito.
Y era cierto, realmente me había obsesionado con él, después de que lo dejé de ver; al principio había sido porque pensé que había muerto, después por su absoluta ausencia.

-Pero entonces, Taylor, me mentiste cuando hice la lectura de las cartas.

-Simplemente pensé que así evadiría ese tormento.

-Ah, de acuerdo. Por eso las cartas indicaban que tenía que ver con trabajo.

-Todo apuntaba a que era él.

-Así es.

-Pero entonces... todo apunta a que él me envió los boletos- La miré y ella me miró con confidencialidad, y con una sonrisa.

-Y...

-¡No!- Exclamé con gracia.

-Los chocolates- Confirmó ella. Recordé entonces que Derek supo cuánto amaba yo el chocolate desde que fuimos a tomar algo en una cafetería, el día en el que estaba tremendamente molesto conmigo.

-No puede ser- Ella sonrió y enarcó una ceja. -Entonces aun... quiere mantener en contacto conmigo.

-¡Somos todas unas Sherlock Holmes!- Exclamó mi divertida abuelita.

-Pero entonces no sé porqué no me ha contactado. No entiendo. ¿A caso quiere jugar o algo así?

-No lo sé, pero... lo cierto es que hay algo que también lo une a ti.

-¿Sí?- Pregunté entusiasmada y emocionada. -¿Cómo lo sabes?- Agregué.

-Lo siento; lo puedo sentir en el ambiente- Guiñó un ojo. -Así que si no pensabas ir a ese concierto pues ibas a tomar una mala decisión.

-¿Por qué?

Estando en Berlín - (Manuel Neuer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora