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      En ese momento, sonó el celular de Blas y Junior se calló.

—¿No vas a atender?

—Sí, sí, claro.

       Agarró el celular y atendió.

—Hola, Ailín.

    Junior recordó que existía Ailín en la vida de Blas y quiso saltar la baranda, tirarse al río y ahogarse en las profundidades.

—Quería saber cómo estabas.

     Junior se agarraba de la baranda mirando el río. Se hacía el que estaba en otra, pero intentando escuchar cada palabra.

—Bien, bien, todo bien.

—¿Estás haciendo algo?

—Estoy con Junior en el río.

—Ah. ¿Y cómo va eso?

—No puedo hablar ahora. Después te llamo y hablamos.

     Junior se empezó a preguntar por qué no hablaba nada delante de él; de qué cosas tan secretas tenían que hablar para que Blas no quisiera decir nada en ese momento. Entonces, Blas lo miró.

—Vamos.

     Junior suspiró y se pusieron uno al lado del otro para dirigirse al auto.

     Mauro estaba en el sillón del living de los Guerrico mirando con furia la puerta de entrada. Ya eran las cinco de la tarde y Junior no volvía. ¿Por qué no regresaba? ¿Tanto iba a tardar por algo del bar? Miraba de vez cuando la hora en el reloj, y fue a las cinco y cuarto cuando Junior entró a la casa. Mauro se puso de pie y fue directo hacia él.

—¿A esta hora llegás?

—No es tarde.

—¿Estuviste todo el tiempo con el chico ese?

—¿Y qué te importa?

—Hijo, por favor, me preocupo por vos.

—Estoy bien, viejo. No te preocupes. —Entonces lo abandonó en el living para irse a su cuarto. —Chau —dijo en el camino.

     Mauro quedó pensando en Blas y le hirvió la sangre. Blas no iría a manchar ni a enfermar a su hijo. Tenía que demostrarle al sinvergüenza que a Junior le gustaban las chicas, así dejaba de mariconear con su hijo y dejaba de acosarlo.

     Blas entró a la casa unos minutos después con las manos llenas de bolsas de la compra que había hecho para la casa, con algo tenía que colaborar, y con uno de los abrigos que se había puesto. Mauro seguía ahí en el living, sentado en el sillón, pero el chico siguió camino intentando no mirarlo.

—Pero escúchame una cosa… —espetó el hombre de repente, poniéndose de pie y acercándose a Blas, que se detuvo—. ¿Quién te creés que sos, pibe?

     Blas lo escuchó a unos pasos de llegar a la cocina y tuvo unas ganas tremendas de darle un golpe. Apretó los labios y se dio la vuelta a enfrentarlo.

—¿Qué te pasa, Mauro? —le preguntó con seriedad—. Tu hijo y yo fuimos a dar un paseo a pasarla bien. Nada más.

—¿A pasarla bien?

—Sí, y no vi que le haya pasado algo a tu hijo, por lo que no tenés de qué preocuparte.

—Por supuesto que no. Además, a Junior le gustan las chicas.

—Bueno, si estás tan seguro de eso, no rompás más, Mauro. —Se dio la vuelta para retomar el camino.

—¡A mí no me vas a hablar así!

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora