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—Tu hermano cocinó —siguió Blas.
    Dante abrió los ojos grandes, sorprendidos.
—¿Y no quemó nada? —preguntó.
    Blas y Junior rieron al tiempo que el último le tiraba un pedazo de tostada a la cara.
—¡Pero qué decís! Soy un chef profesional.
—Te olvidaste cómo hiciste la comida —le recordó Blas.
—Bueno, pero él no tenía por qué saberlo —le susurró el menor.
    Blas rio.
—No quiero bajarlos de la nube, pero ¿hablaste con Mauro, Junior?


        De pronto, el semblante de Junior cambió a serio.
—Quiere hablar con vos desde que te fuiste. No dejó de hinchar las pelotas.
—Me llamó, me estuvo mandando mensajes, pero no le respondí —dijo junior—. ¿Ustedes a Mauro le dijeron algo? —preguntó luego, mirando fijamente a su hermano. Su expresión era miedosa. Dante sabía a qué se refería: a su relación con Blas.
—No le dijimos nada, pero no es tonto. Se va a dar cuenta.
     Junior resopló: sabía que Dante tenía razón, pero a la vez quería retrasar lo más que pudiera que su padre se enterara sobre su relación con Blas. Si no se enteraba nunca, mejor. No iba a hablar con su padre de lo que tenía con Blas, no iba a ponerlo en peligro. Le tenía miedo a la manía que tenía Mauro con él… Si al menos lo aceptara… Pero no dijo nada más y siguió con el desayuno.   
      Dante y Blas se miraron en silencio al verlo tan extraño, y el primero se encogió de hombros. Blas después iba a hablar con él y se lo hizo saber a Dante en silencio, moviendo los labios y haciendo gestos.
    Al terminar de desayunar, Junior fue a buscar su chaleco.
—Gracias, Dante, por haberme dado estos días.
   Los dos chicos habían estado viendo a Junior mientras este subía las escaleras.
—Me lo agradeciste mil veces, Cabezón. Todo bien. Se los ve felices. Que sea así siempre.
—No tengo cabeza grande, solo son mis rulos.
—Sí, sí, claro. —Se lo quedó mirando unos segundos—. Los tenés más largos.
—A tu hermano le gusta así.
   Y a él le encantaba sentir la mano de Junior cuando acariciaba su cabello.
    Luego, Dante se lo quedó mirando fijamente.
—¿Qué? —preguntó Blas.
—¿Y cómo te sentís? ¿Todavía tenés ese miedo de que Junior se arrepienta?
—No. Ya no pienso eso. Estoy con él, lo disfruto y no pienso en nada más.
—Me alegro —sonrió Dante.
    Cuando llegaron al bar, la realidad cayó más dura aún para Junior. Ya se había acostumbrado a estar en Mar del plata con Blas, solos, lejos de todos, felices, por lo que volver a ver su casa y el bar fue algo chocante. Como si aquel viaje hubiera sido, en realidad, un sueño y acabara de despertar. ¿Realmente había pasado? Lo sentía tan lejano todo.
—¡Ey, volvieron! —la voz entusiasta de Renata lo sacó de la ensoñación en la que se había sumido. Blas y Junior la miraron. Blas, con una sonrisa, y Junior, tratando de entender qué hacía él allí—. ¿Todo bien? ¿Cómo les fue? —La sonrisa de Renata no se iba aún de su cara.
—Bien, bien —respondió Blas al tiempo que Junior contestaba con un “Todo bien”.
—Me alegro, me encanta la parejita… Emm…. —dijo, al ver la cara de Dante—. Voy a seguir trabajando —dijo y volvió a irse.
—Me cae bien, siempre me cayó bien —comentó Junior, mirando a Renata irse.
    Dante miró a su hermano y a su cuñado, al tiempo que ellos le devolvían la mirada a él.
—Podrían imitarla —les dijo Dante.
—¡Claro!
—¡Sí!
    Y en seguida, se prepararon para empezar a trabajar. Y volvieron al trabajo. Servir. Hacer tragos. Buscar pedidos.
     Mauro apareció en el bar a las tres de la tarde, cuando Junior estaba durmiendo en la barra. Había apoyado su cabeza en un puño y el codo, sobre la barra. Blas estaba al otro lado, pasando un trapo a unos vasos.
—¡Mirá quién se dignó a venir! —exclamó el hombre, acercándose a su hijo. Aquello hizo que Junior despertara de golpe.
—Hola, papá —lo saludó el chico, desganado.
—¿Dónde estabas que no pudiste agarrar el teléfono para hablar conmigo? —le preguntó Mauro, de una.
—Estaba de vacaciones, quería estar tranquilo.
—Estaba de vacaciones conmigo —soltó Blas. Que se atreviera a mirarlo mal o hacerle algo, él no iba a dejarse intimidar. Y la mirada dura y fría que le dirigía Blas al padre de Junior era una clara manifestación de ese pensamiento.
—Blas —le advirtió Junior en un susurro.
—Ya lo sé eso —espetó Mauro.
    Junior tragó saliva. Pensó que iba a decir algo feo a Blas, pero Mauro miró a Junior y le dijo:
—¡Podrías haberme respondido los mensajes aunque sea!, ¿no, papito?
—Quería estar tranquilo —repitió el menor.
—Pero un “Estoy bien” no costaba nada, papito. Estaba preocupado —dicho eso, el hombre dirigió su mirada a Blas por unos milisegundos—. Estás hablando como si fuera un monstruo.
    La cara de Blas en ese momento era: “Ni que fueras un santo”.
—Mirá, Mauro, tu hijo y yo… —volvió a interponerse el mayor.
    Mauro lo miró fijamente.
—… estamos trabajando —completó Junior. Blas suspiró. Claramente, no iba a decir eso.
    Mauro miró a Blas.
—¿Podés irte así hablo con mi hijo?
   ¿Para que empezara a pelearlo y hacerlo llorar?, se preguntaba Blas.
—Él no se va a ningún lado.
—Tampoco me iba a ir.
—¿Realmente, estás bien, Junior? —Mauro se acercó a él, susurrando… Como si Blas no pudiera escucharlo de igual manera.
—Todo bien.
—¿Seguro?
—Sí, viejo, todo bien.
—Después tenemos que hablar más tranquilos nosotros dos —le dijo Mauro a Junior, dirigiendo una mirada de reojo al chico de rulos, quien lo miraba atento. Dio media vuelta y volvió a salir del bar, lo que hacía que quedara claro que había ido hasta ahí solo para ver si estaban.
    Junior se volvió hacia Blas y exclamó, con disgusto:
—¡Blas! —dio media vuelta y se alejó, para seguir trabajando.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora