(77) 2da parte/Capítulo 9

294 20 7
                                    


—Siento que así no querés pelear por nuestra relación. 
     Junior hizo trompita y bajó la cabeza. Blas lo agarró del mentón y lo obligó a mirarlo.
—Nunca digas eso. Solo quiero que nosotros estemos bien… Que vos estés bien.
—No voy a estar bien sin vos. Y si yo quiero que te alejés, te lo voy a decir, acordate de eso la próxima vez que pensés que no quiero estar más con vos.
—Mejor lo voy a recordar… La próxima ya veo que agarrarás los guantes de boxeo y practicás conmigo —bromeó Blas. Junior le dio otro empujoncito, esta vez más juguetón. 

Se siguieron besando unos segundos más hasta que Junior se separó, y sonriendo, sin sacarle la mirada de encima al rostro de Blas, empezó a bajar el cierre de su campera. Blas se fue hacia atrás, para observarlo mientras tiraba la campera a un lado. Después, siguió con la remera. Se desvestía ante la atenta mirada de Blas, una mirada con los ojos bien abiertos, brillosos. La piel lisa y suave invitaba al mayor a rozar sus dedos en ella, pero no lo hizo. Siguió observando. Ahora Junior se desabrochaba el cinturón de los jeans, después de haberse sacado las zapatillas y las medias. Las piernas largas y velludas descubriéndose a medida que se bajaba el pantalón. Junior no dejaba de mirarlo a la cara, encantado de ver la mirada que hacía Blas al verlo desnudarse. Cuando, por último, se sacó los bóxers, se acostó en la cama y palmeó a su lado. 
      Ahora fue el turno de Blas, y Junior se entregó a la maravilla de observarlo, de apreciar todo de él, como antes Blas había hecho con el menor. Blas también se tomó su tiempo para desvestirse.
    Cuando su ropa quedó prolijamente doblada sobre la mesita de luz, Blas se acostó al lado de Junior, que había pasado la sábana por encima de él, y este lo tapó a él también. Ambos se pusieron de costado, para mirarse de frente. La mano de Blas acariciando el costado de Junior con suavidad. Junior se acercó a presionar sus labios en cada partecita del rostro de su novio. La nariz, el mentón, los cachetes, frente, labios y otra vez el mismo recorrido. La mano de Blas seguía acariciándolo, esta vez apretando un poco, agarrando más fuerte, palmeando. Cuando llegó a su cadera, el agarre se aflojó y Junior dejó de darle besitos para darse cuenta de que Blas se había quedado dormido.
     Le dio un beso en el cachete y recostó su cabeza. Ante ese contacto, Blas se había movido un poco, pero igual siguió durmiendo, todavía con su mano descansando en la cadera del chico. Junior agarró esa mano y empezó a acariciarla con los dedos mientras lo observaba dormir. La boca del mayor ligeramente abierta.
     Junior rio apenas.
—Todo baboso, mirá —le susurró, soltando su mano y acercando su pulgar y pasándolo suavemente por la comisura y luego por todo el borde de sus labios. —Te amo. —le seguía susurrando, aunque sabía que no podía estar escuchando. Le dio entonces un besito en la nariz y le dijo: —Descansá, Mi Rulitos. Que sueñes con los angelitos.
    Luego, cerró los ojos.
     Dante los encontró, durmiendo abrazados, desnudos y tapados hasta la cintura, unas horas más tarde, cuando la joda ya había terminado y todos ya se habían ido. Apenas los vio, frenó, volvió sobre sus pasos y cerró la puerta.
    Blas sintió de pronto unos labios presionando en su cachete y abrió los ojos. Junior, vestido ya con una remera gris y jeans azules, le daba besos mientras le susurraba: “Lucre nos preparó para almorzar. Te estoy esperando, pero tengo hambre, amor”.
    Bajaron al living comedor unos quince minutos después. Blas con la ropa del día anterior. Eran las dos de la tarde y ya estaban todos a la mesa, comiendo: Romeo, Lula, Diego y Dante. Había dos sillas, una al lado de la otra, libres para que pudieran  sentarse ellos.
      Cuando terminaron de comer, Blas dijo rápido:
—Tengo que ayudar a mis viejos con unas cosas antes de que se vayan a Canadá. Me había olvidado.
—¿Todo el día? —preguntó Junior.
—Primero tengo que ir a casa y después voy para allá. Pero sí, todo el día.
—¿A la noche te desocupás? —La pregunta de Junior escondía un: “que responda que sí, que responda que sí".
—No sé, sí, creo, no sé. Iré a mi casa a descansar, seguro. ¿Y vos qué vas a hacer? —En ese momento, el mayor se ponía de pie.
—No sé, pero seguro me quedo acá. Voy a pasar el rato en el playroom.
    Dante y Blas se miraron, y la mirada de Diego fue a ellos dos. Romeo y Lula se miraron entre sí y después dirigieron la mirada a Blas y Junior.
—¿Por qué no venís al cine con Simona y conmigo? —le preguntó Dante a su hermano menor. 
—No, no, no, todo bien. Ustedes vayan.
—Dale, Junior, no te vas a quedar acá solo, aburrido.
—Tiene razón Dante, Junior —habló Diego—. Si no, venís a la clínica conmigo…
—Un rato —aceptó de la desesperación.
—Y sí, no nos vamos a quedar a vivir. A las cinco empieza la peli. Nos vamos a la cuatro.
—Bueno, yo ya me voy —volvió a hablar Blas.
—Yo te abro —ofreció Dante.
—Gracias por la comida.
     Le dio un besito en los labios a Junior y siguió a Dante hasta la puerta. Le dio un abrazo antes de que este le abriera la puerta para que saliera. Junior miraba algo afligido la puerta de calle.
—Recién se fue y ya lo extraño —dijo.
    En la mesa rieron y Diego le dio un empujón cariñoso.
       Al tiempo que Junior llegaba al shopping con los chicos, Blas entraba a un local a comprar lucecitas.
      Después de la película, los chicos querían ir a jugar un poco a los juegos del shopping, pero Junior sentía que se le estaba haciendo tarde. Miró a Simona y a Dante, que estaban delante de él, hablando y riendo. También merecían estar solos los dos. Dio media vuelta y se alejó. ¿Para qué avisarles si ellos irían a insistirle que se quedara?
    Los dos se dieron cuenta de que no estaba un minuto después cuando llegaron al mostrador de los juegos para comprar una tarjeta. Llegaron y voltearon para verlo, pero encontraron el vacío.
—¿Junior? —empezó Dante, mientras iba hasta la entrada del lugar y miraba afuera.
     Esperaron un poco por si había ido al baño, pero pasó casi media hora y todavía no aparecía. Se había ido.
—¡Este pendejo! —expresó en voz alta y en seguida sacó el celular para llamar a Blas.
    Blas salía de la cocina de los Guerrico. Había ido hasta ahí para hablar con Javi y con Lucre. Salía al mismo tiempo que entraba Junior a la casa. Este, con la cabeza gacha, dio la vuelta para cerrar la puerta. Los ojos de Blas se abrieron ampliamente y regresó a la cocina.
—¡Junior! —les susurró a las mujeres y Lucre tiró de él para esconderlo bajo la mesada cuando el menor entraba.
—¡Hola! —se acercó  a la heladera y agarró una jarra de jugo. Javi y Lucre se pusieron más cerca de Blas, para taparlo por las dudas. Junior se sirvió el jugo mientras miraba a las dos mujeres, que lo miraban con afectación. —Tomo el jugo y me voy. Tengo que hacer cosas. ¿Qué pasa?
—Nada —Lucre tiró más abajo a Blas, a quien le estaban empezando a doler las rodillas de estar así agachado.
     Junior volvió a guardar la jarra en la heladera y con un “Chau, me voy, no me esperen” volvió a salir. Blas se alivió, pero a la vez se quedó confundido. ¿A dónde iría Junior? ¿Y por qué el “no me esperen”? No podía irse a dónde fuera que se iría y volver a cualquier hora. No justo esa noche.
     El menor fue a su cuarto, buscó en el interior del armario la bolsa con el delantal y el gorro de chef y volvió a salir. Cuando bajaba las escaleras, Blas volvía a entrar a la cocina y espió. Junior se acercaba a la puerta de calle. 
      De verdad, ¿adónde iría? ¿y por qué no estaba con Dante y Simona? Quiso agarrar su celular y llamar a Dante, pero no lo encontró en sus bolsillos. Lo había dejado en el playroom cuando había llevado las cosas. Vio que, finalmente, la puerta se cerraba tras Junior y corrió hasta el playroom.
     Eran las ocho de la noche y Junior estaba en la casa de Blas. Diez minutos después, el chico estaba en cuero con el delantal y el gorro de chef puestos y preparaba una salsa. Estaba picando cebolla cuando le sonó el celular.
—Junior, ¿dónde estás? —fue lo que escuchó del mayor apenas el chico dijo: “¿Blas?”
—En ningún lado —respondió Junior sin saber qué decirle—. ¿Vos?
—Acá con mis viejos todavía.
—Ah, bueno, tenés cosas que hacer. Chau.
—Chau.
    Junior resopló y siguió con lo que estaba haciendo. Hasta que pensó que tendría que haberle preguntado a qué hora estaría libre. Lo llamó otra vez cuando terminó con la sala, que dejó en el fuego, y ponía una vela gorda en la mesita del comedor.
—Blas, ¿a qué hora estás libre?
—Me falta algo para terminar.
—¿Cuánto es “algo"? —preguntó el menor.
—¿Dónde estás, Junior?
    Junior suspiró.  Tal vez era mejor decirle.
—Estoy en tu casa. Esperándote.
—¿Qué? Pero todavía me falta mucho para terminar.
    Hacia rato era “algo", ahora “mucho". Dios, Blas ya no sabía qué inventar. Por suerte, Junior ni se dio cuenta.
—Bueno, no importa. Me quedo acá y te espero.
—Pero no sé cuándo voy.
—No pasa nada. Te espero acá. Pero, si querés, averiguá cuándo estás libre y avísame.
—Está bien —Blas ya no sabía qué decir. Cortó la llamada y se quedó pensando.
    Junior hizo los fideos para él solo y empezó a comer. Más  tarde, Blas lo volvió a llamar.
—Amor, vuelvo mañana recién.
—Eh, ¿tanto tenés que hacer? Bueno, pero igual me quedó a dormir acá. Ya lo tenía pensado.
   Blas se dio un golpe en la frente con la palma de la mano libre.
—¿Qué estás haciendo? —Le preguntó Blas a su novio.
—Nada.
    Junior miraba el interior del armario. Varias remeras y pantalones estaban desparramados por la cama. Ya se había sacado el delantal y el gorro y estaba listo para vestirse con la ropa de Blas.
    Se despidieron y Blas decidió llamar a Dante otra vez para que lo ayudara a sacar a Junior de ahí  y fuera para su casa.
     Junior se decidió por la remera de pijama que el mayor se ponía casi todas las noches. Pensaba que sería la remera con más olorcito a Blas que había.
     Un paquete de pochoclos lo esperaba en el sillón del living, para ver una película en la televisión de ahí. Le encantaba estar en la casa de su novio. Todo era Blas ahí. Sentía que Blas estaba ahí, aunque, en realidad, no estaba con él. 
     La lluvia empezó mientras guardaba nuevamente la ropa en el armario. Y su celular sonó cuando se despatarró en el sillón. Esta vez era Dante.
—Hola —respondió aburrido.
—Tenés que venir para casa. El tío quiere que lo ayudés en algo —dijo la voz de Dante.
—¿Ahora tiene que ser?
—No, el año que viene. Sí, ahora, pendejo.
—¿Y por qué no me habla él?
—Está ocupado.
—¿No lo puede ayudar otro?
—Se ve que no.
    Junior resopló furioso.
—Bueno, ya voy.
    Como ya había lavado los platos, no se preocupó por eso. Fue al baño a lavarse los dientes y luego buscó el paraguas de Blas por todo el lugar. No lo encontró, por lo que, cuando llegó a su casa, estaba chorreando de pies a cabeza. Llegó a su cuarto y vio a Dante sentado en la cama.
—El tío te espera en el playroom.
—Me voy a bañar. Son diez minutos.
Abrió el armario y sacó un pantalón de jogging, otros pares de medias y zapatillas. Por último, agarró un bóxer y corrió al baño. Dante le mandó un mensaje a Blas, avisándole. 
     El chico salió del baño ya vestido, todavía con la remera de Blas, que no se había mojado, y fue a sentarse al borde de su cama para ponerse las zapatillas. Dante lo miraba impaciente.
—¿Es en serio, chabón? ¡Apúrate!
    Junior se cruzó de brazos cuando solo se había puesto una de las zapatillas.
—Ahora no hago nada.
—¡Dale! —y le tiró un almohada.
   Junior suspiró y se dispuso a ponerse la otra zapatilla. Después, se puso de pie, y entonces sí, fue derecho hacia el playroom. 

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora