(82) 2da parte/Capítulo 14

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      Junior dio media vuelta y salió corriendo porque no daba más y no quería ver a nadie. Estaba sin abrigo, pero no le importaba el frío que estaba haciendo, no le importaba nada.
      Blas intentó por todos los medios posibles abrir la puerta, que recibió piñas y patadas. Tenía que explicarle a Junior lo que había pasado, tenía que hablar con él.  Golpeó la puerta con el puño unas cuantas veces más.
    Se alejó hasta el sofá y agarrándose las mejillas mojadas por las lágrimas se arrastró hasta el piso y ahí se quedó, mirando a la nada, las piernas estiradas, el golpe que le había dado Mauro en la cara cerca del ojo palpitaba.
       Sentía cómo todo se iba a la mierda y no  podía hacer nada.

       Junior quiso refugiarse en el playroom. Se sentó en el sillón, agarrándose la cabeza. Pero unos segundos después, agarró su celular y con bronca le mandó un audio a Blas.
    “¿¡Me estás cargando!?”
    De todas las veces que pudo hablar con él de cómo se sentía o de cómo no se sentía y no lo había hecho. Esperó a que estuvieran por comprometerse para salir con eso de que ya no lo amaba. Si no quería hacerlo mierda, le falló terriblemente.
   Apoyó los codos en sus piernas y se agarró la cabeza, mirando hacia bajo. “Esto no puede estar pasando". Recordó cada risa, cada caricia, cada “Te amo" que se habían dicho, aquel pacto de amor…
“ … y que nada ni nadie te haga pensar que no". Junior levantó la cabeza de golpe al recordar eso. “… y que nada ni nadie te haga pensar que no". Y le había creído. Era muy raro todo.
      Se puso de pie y salió del playroom. Encontró a Mauro y Diego en el living.
—Hijo, ¿cómo estás?
    Los miró con los ojos rojos y colorado.
—Voy a hablar con Blas.
—¿Para qué, hijo? ¡Mirá cómo estás!
  Junior lo miró fijamente, y luego fue directo a la puerta para salir. Mauro trataba de que no se le notara el enojo.
    Unas hora después,  Blas seguía tirado y llorando en el piso de su casa, pero una llave en la puerta lo hizo ponerse de pie. ¿Mauro volvía? Pero se trataba de sus padres. Recordó, entonces, que le había dejado una copia de la llave a su padre cuando se había ofrecido a ayudarlo con los arreglos de la casa.
—¡Blas!
—¡Amor!
    Vio cómo sus miradas recaían en el estante. Había cosas tiradas en el suelo.
—¿Qué pasó?
—Entraron a robar.
—¿Vos estás bien? ¿Por eso no fuiste al compromiso?
—Alejandra, vos escuchaste el audio.
    Blas cerró los ojos. Claramente, sabía a qué audio se refería.
—¿Podés explicarnos qué fue eso? —preguntó Martín.
—Tengo que hablar con Junior. Solo con él.  Tengo que hablar con Junior, ahora.
    Sonó el timbre. Los tres dirigieron la vista hacia la puerta.
—Voy yo —ofreció Martín, al ver que su hijo había puesto una cara de susto tremendo.
—Soy Dante.  ¿Blas?
    Martín le abrió y Dante fue directo a Blas, que estaba ahí parado mirando a Dante demasiado afectado.
—¿Se puede saber qué te pasa, chabón? Puedo entender que no lo amés más, pero pedirle compromiso y dejarlo plantado fue una pendejada… Lo dejaste hecho pelota.
—¿Qué hace tu hermano ahora?
—Mi hermano quiso venir a hablar con vos y tres chicos se le acercaron. Le dieron unos golpes.
—¡¿Qué?! ¿Está bien?
—De los golpes está bien y se puede recuperar, pero de la cagada que te mandaste vos no. Junior merece que vayas y des la cara. Yo te quiero, Blas, pero mi hermano está hecho pelota por tu culpa. Hace algo para arreglar esto.
     Dicho esto, Dante dio media vuelta y abandonó el lugar. Junior se encontraba en el cuarto poniéndose hielo en el golpe que le habían dado en la mandíbula. Pero unos golpes no lo iban a detener. En cuanto sus hermanos y Diego lo dejaran de mirar atentos a cualquier movimiento que hiciera, se levantaría e iría a lo de Blas.
—¿Querés que te lleve a lo de Junior? —le preguntó el padre.
—No —respondió Blas, casi sin salírsele la voz—. No quiero hablar con él, ni verlo.
—Blas, ¿qué te pasa? No entiendo nada —le dijo su madre, acercándose al tiempo que su hijo se sentaba en el sillón.
—Nada, no pregunten nada. Solo abrácenme.
   Blas siguió llorando. No podía acercarse más a Junior si veía que le hacían daño, al menos por un tiempo, hasta que Mauro bajara la guardia.
    Ese día Junior se durmió temprano. Se había acostado por orden de Diego, a pesar de que quería hablar con Blas. Él le dijo que esperara a estar mejor. Se acostó, pero iba a esperar a que se fueran para ir a lo de Blas otra vez. Y se había quedado dormido. Durmió de un tirón hasta el mediodía del día siguiente.
—¡No, no, no!  —protestó Junior. Sentía que, si no iba a hablar con Blas cuanto antes, el chico iba a desaparecer, a irse para siempre y no iba a tener la oportunidad.
    Cuando abrió la puerta de calle, ya listo para salir, vio a  Agus, que estaba a punto de tocar el timbre.
—Junior, vine a hablar con vos.
—Cualquier cosa, no me viste.
    Y dicho eso, salió y la dejó a Agus dentro, muy desconcertada.
    Junior tenía la copia de la llave, y como tal vez no lo iría a dejar pasar, decidió usarla. Pero cuando llegó a la casa de Blas e intentó abrir la puerta, no pudo. La llave no encajaba. Habían cambiado la cerradura.
    Se escuchó entonces otra llave dando vueltas en la puerta y esta se abrió. Del otro lado se encontraba el papá de Blas, quien salió y cerró la puerta.
—Quiero hablar con Blas.
—Perdóname. Yo te dejaría entrar…
—¿Pero?
—Blas no quiere hablar con vos.
    Otro golpe en el pecho. Junior cerró los ojos y más lágrimas cayeron.
—Tengo que hablar con él. Tiene que haber una explicación para todo…
—Junior…  Esperá unos días y después, si querés vení otra vez, hoy no es buen momento.
—Ahora es un buen momento. ¡BLAS! —Gritó para que lo escuchara.
    Blas quería ir hacia él y decirle que lo amaba con todo su corazón, que nunca había querido dejarlo plantado, que quería comprometerse con él… pero bajó la cabeza y lloró. Junior seguía llamándolo desde afuera y su padre se acercaba a él. 
—Decile que se vaya. Por favor, papá, decile que se vaya.
    “No puede estar cerca de mí”
    Martín y Alejandra se miraron entre acongojados y confundidos, y luego el hombre volvió afuera, donde Junior seguía gritando el nombre de Blas.
—Junior, por favor, ándate. No sé lo que está pasando, pero Blas está muy mal también, no quiero verlo así.
—¿Que me vaya lo va a hacer sentir mejor? ¿De verdad quiere que me aleje de él?
—Estoy tan confundido como vos. Perdóname.
   Martín volvió a entrar a la casa y le cerró la puerta en la cara. Dolor y enojo se entremezclaba en el interior de Junior.
—¡Blas! ¡No me voy a ir hasta que vengas y me digas mirándome a los ojos que ya no me amás más! ¡Vení y da la cara! ¡Porque así no te voy a creer. Una vez me dijiste: “Te amo para siempre, Junior, y que nada ni nadie te haga pensar que no”! ¡Lo dijiste, Blas. Y yo te creí! ¡Te creí como un boludo! ¡Da la cara y decime que todo era mentira!
    De pronto, Junior tenía miedo. Miedo de que Blas saliera por esa puerta y lo mirara a los ojos. Tenía miedo de escuchar su voz diciéndole que no lo amaba más y que su voz sonara segura al decirlo. ¿Qué estaba haciendo ahí? El audio, dejarlo plantado, no querer hablar con él, ¿aquello no era suficiente?
—¡Sos un mentiroso! ¡Te odio!  —fue lo último que le gritó antes de darse la vuelta y salir corriendo, con las lágrimas cubriendo su rostro y con el deseo de que todo fuera una pesadilla.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora