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      Fue a abrir la puerta casi a los saltos. Su sonrisa se congeló y luego fue resbalando hasta desaparecer.

     Su mamá y su papá esperaban al otro lado, con bolsas en sus manos y sonrisas radiantes. Y Blas solo pudo pensar: “¡Otra vez no!”.

    Él estaba esperando a Junior. Otra vez no, por favor.

    La mamá se acercó a abrazarlo mientras lo saludaba y le preguntaba cómo estaba. Pidieron permiso y
entraron a la casa.

—Venimos a visitarte. Queríamos saber cómo estabas, qué tal la casa. Y trajimos comida.

    Blas suspiró. Por un segundo, había creído que estarían un ratito y que aquello no sería inconveniente para que Junior y él siguieran con sus planes, pero si querían quedarse a comer, eso ya era otra cosa.

    Podría decirles que estaba esperando a alguien, pero su madre estaba tan emocionada de verlo y por la sorpresa que le habían hecho, que no quería romperle el corazón. Y en cuanto a su padre, Blas entendía por qué ahora estaba intentando acercarse a él. Quería recomponer una relación que, tal vez, él creía perdida, pero nunca lo fue.

—Qué hermosa casa, Blas —dijo su madre de pronto.

—Quedó muy bien —concordó el padre—. Te felicito.

      Ambos miraban alrededor y Blas los miraba a ellos.

—Gracias.

      El padre vio la barra improvisada y mantuvo la mirada en ella. Pero la mujer miró a su hijo, que estaba serio.

—¿Qué pasa? ¿Por qué tenés esa cara? ¿Estabas ocupado? —preguntó ella—. ¿No deberíamos haber venido? Te queríamos dar una sorpresa. —En ese momento, el padre de Blas volteó a mirar a su esposa—. Tendríamos que haber llamado antes.

—Somos su familia, Alejandra. ¿Cómo no nos va a recibir? —Martín volvió a mirar hacia el estante que hacía de barra y Blas lo vio.

—Iba a venir mi novio a practicar.

—¿Tenés novio? No nos dijiste nada. Pero ahora estamos nosotros —dijo el hombre.

—Sí, vengan a la cocina, dejen las cosas.

—Eso quería escuchar. No nos contaste que tenías novio. —Volvió al tema el papá de Blas.

—Ya les estoy diciendo.

      Dejaron las cosas en la cocina (la mamá dijo que ya se pondría a preparar algo) y luego fueron al comedor y dejaron sacos y carteras en dos respaldos.

—Sientense. Yo tengo que hacer una llamada. —Dicho esto, Blas fue a su cuarto y cerró la puerta. Sacó el celular de uno de los bolsillos traseros de sus pantalones y se sentó en la cama con un resoplido. Paso seguido, se dispuso a llamar a Junior.

       Junior se estaba poniendo una remera y ya casi estaba listo para ir a lo de su novio. De pronto, empezó a sonar su celular, que estaba sobre la cama. Terminó de ponerse bien la remera y vio la pantalla: Blas lo llamaba. Atendió.

—Hola. ¿Blas? ¿Qué pasa?

—Hola, amor… Emmm…

—Ya estaba yendo para allá.

—No, no vengas mejor.

     Junior se puso recto.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Cayeron mis viejos.

—¡No me digas! —exclamó el menor, entre sorprendido y con la ilusión haciéndose trisas. —Estamos meados por cien mil elefantes.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora