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—¿No te molesta?
—¿Por qué me iba a molestar? ¿Sos feliz?
—Muy.
—Perfecto —dijo el tío, dándole palmaditas en el hombro. —Bueno, andá, y ojo, eh.
    Junior le sonrió y salió. Mientras iba a la casa de Blas en taxi, Junior pensaba que no había sido tan difícil como había  pensado.
  
      Cuando Blas le abrió la puerta a Junior, Junior lo abrazó.
—¿Qué pasó?
—Estoy contento —Junior se alejó un poco, dejó sus brazos rodeando el cuello al mayor—. Le dije lo nuestro a mi tío.
—¡Bien! ¿A él solo?... Bueno, sí, sí, de a poco, está bien. Me encanta que le hayas dicho —sonrió Blas y se acercó a darle un beso. Después, Blas lo agarró de la cara—. ¿Estás contento por eso?
—Sí —sonrió Junior—. Es como que mi corazón está cada vez más desajustado.
—¿Desajustado? —rio Blas—. ¿Menos aprisionado, más liberado?
—Ya me entendiste.
—Me alegro. Así quiero verte todos los días.
—También estoy contento porque estoy con vos.
—Imaginate yo. Soy muy feliz con vos.
—Ay, ¿sí?
—Sí.
    Junior sonrió y volvió a besarlo. Cuando se separó, dijo:
—Estoy ansioso por esos tragos. No me distraigas —le pidió Junior. Lo soltó y fue hasta el sillón a sacarse el abrigo y dejarlo ahí. Blas estaba en pijama.
    Blas lo esperaba ante la barra improvisada. Junior se acercó, frotándose las manos, y se puso al lado de él.
—Comencemos.
—¿El de siempre?
—El de siempre. Ah, pero el que me debés lo vas a hacer vo' solo. —Se cruzó de brazos, esperando.
—Bueno, vos mirá.
—Con Gusto.
—Mirá cómo hago el trago —aclaró el otro.
—Claro, sí, eso iba a mirar.
—Ah.
    Pero cuando Blas empezó a hacer el trago, se lo quedó mirando embobado a él.
—Entonces, agitás —Blas empezó a agitar el agitador y miró a Junior, que tenía los ojos clavados en él.
—Ah, sí, sí —decía Junior algo ido.
   Blas siguió en lo suyo y los ojos de Junior recorrían la mirada de concentración de Blas, las manos de dedos largos que se movían para agarrar botellas y utensilios, los hombros del mayor moviéndose en sincronía, el cuello, otra vez la cara. Miraba esas manos que lo acariciaron; ese torso, que, desnudo, se había apretado contra él; ese hombro, que le encantaba besar; esos ojos que lo miraban y resplandecían, esa boca que lo besó una y otra vez, esa boca que él mismo besó y quería besar otra vez.
—¿Estás prestando atención?
—Mucha.
—Después lo vas a hacer vos solo —advirtió Blas mientras dejaba el agitador en el estante. Entonces, empezó a servir la bebida y se la entregó.
—¡Pero muy bien! —felicitó Junior mientras aplaudía.
    Junior agarró el vaso y tomó un poquito, y después le acercó el vaso a Blas a la boca. Este tomó y luego dejó el vaso en el estante. Blas se lo había quedado mirando.
—Ahora te toca a vos. El mismo.
    Junior se frotó las manos y puso manos a la obra. Cuando terminó de agitar con el elemento correspondiente, intentó abrirlo. Al principio, le costó, pero al abrir, salpicó un poco de trago en la remera de Blas.
—Uh, perdón —dijo, dejando el utensilio—. No fue mi intención.
—No pasa nada. Seguí.
—Evaluando lo daños, puede ser muy peligroso. Te la tenés que sacar. No podés estar así y puede mancharse más. Si no queré no, pero es recomendable.
    Junior hablaba como todo un experto en remeras. Blas alzó las cejas de la sorpresa. ¿Eso era una provocación?... Eso era una provocación. Se miraron a los ojos y sonrieron.
—Ah, ¿sí? ¿Decís que me la tengo que sacar?
—Sí, te la tenés que sacar, lo dice la ciencia.
—Antes dabas excusas para quedarte a dormir en casa. ¿Ahora das excusas para que me saque la ropa?
—Lo dice la ciencia, no yo.
—Vamos a hacerle caso a la ciencia, entonces.
     Blas agarró la parte de abajo de su remera y tiró para arriba, pero hizo como si se hubiera atascado y se la volvió a bajar.
     Blas se acercó un poco más a Junior.
—Hay un problema. No puedo sacarme la remera solo.
—Yo te ayudo —dijo Junior, y agarró la parte de abajo de la remera, y mientras lo miraba con una sonrisa y mordiéndose los labios (los ojos de Blas clavados en ellos y en esa acción), tiró para arriba con suavidad, procurando acariciar la piel de Blas con delicadeza a medida que la iba subiendo.
—Listo —dijo cuando terminó y tiró la remera más allá. —Bueno, a ver cómo salió…
    A continuación, sirvió el trago y estaba por agarrar el vaso.
—Lo pruebo yo primero —se adelantó Blas, sacándoselo de las manos.
    Blas dio un trago.
—¿Un diez, no?
     Blas hizo que saboreaba y se quedaba pensando.
—¿Qué? —se asustó Junior.
    Blas rio.
—Está perfecto. Muy bien.
    Junior sonrió.
—Ahora dame a mí.
     Agarró el vaso y tiró. Parte del contenido cayó en los abdominales que Blas entrenaba ciertos días. El mayor se quedó como una estatua.
—Perdón. Voy a asumir las consecuencias.
    Blas estaba por agarrar un trapo mojado que había dejado allí, pero Junior le agarró la mano y lo frenó.
—No. Yo te ayudo. ¿Me dejás?
    Blas no entendía nada hasta que Junior se agachó un poco y desde el ombligo le empezó a recorrer con la boca las partes manchadas con el trago. En un momento lo miró, Blas le sonrió, le dijo: “Seguí”, y Junior siguió dándole pequeños y suaves chupones en la piel hasta subir a su hombro y darle unos besitos cerca del cuello.
    Blas suspiró, agarró lo que quedaba de trago y se lo tiró a Junior.
—Ahora te tenés que sacar la remera vos.
     Junior rio, y al segundo, se sacaba la remera. Se quedaron mirando con una sonrisa y entonces Blas empezó a rozarle el pecho con los dedos bajando hasta su ombligo y volviendo a subir. Después metió un dedo en la bebida y lo pasó por el pantalón de Junior.
—Uy, el pantalón también… No, no, los tragos son muy peligrosos para la ropa.
—Sí, mejor me saco el pantalón, que es nuevo.
—Y yo me saco este pantalón, para prevenir, porque no tengo otro pijama.
     Junior volvió a reír. Ambos se sacaron la prenda al mismo tiempo. Repasaron el cuerpo del otro de arriba abajo con la mirada y después Blas empezó a pasar sus manos por la piel de sus hombros, el pecho, por la espalda y lo atrajo hacia sí hasta que sus cuerpos chocaron y empezaron a besarse. Se rodearon con los brazos, desesperados, ansiosos, sus manos bajaron por la espalda del otro hasta encontrar el borde del bóxer y tirar hacia abajo. No esperaron nada que ya se sacaban también la ropa interior.
—¿Y el trago? —preguntó Blas sobre los labios de Junior.
—¿Qué trago? —contestó Junior, y Blas rio.
     Seguían besándose, las lenguas jugando, las manos acariciando. Se movieron y Junior chocó contra el estante. Se movió todo y se cayó el agitador. Se separaron un poco, asustados, luego rieron y volvieron a besarse como si se acabara el mundo pronto, mientras caminaban hasta el cuarto chocándose con todo y tirando algunas cosas, lo que los hacía reír. Se podía estar cayendo el mundo que ellos ni cuenta. Afortunadamente, llegaron vivos a la cama, más vivos que nunca. Tanto ellos, como sus corazones, sus sensaciones, su piel, y cierta parte del cuerpo.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora