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—¿Y el trago? —preguntó Blas sobre los labios de Junior.
—¿Qué trago? —contestó Junior, y Blas rio.
     Seguían besándose, las lenguas jugando, las manos acariciando. Se movieron y Junior chocó contra el estante. Se movió todo y se cayó el agitador. Se separaron un poco, asustados, luego rieron y volvieron a besarse como si se acabara el mundo pronto, mientras caminaban hasta el cuarto chocándose con todo y tirando algunas cosas, lo que los hacían reír. Se podía estar cayendo el mundo que ellos ni cuenta. Afortunadamente, llegaron vivos a la cama, más vivos que nunca. Tanto ellos, como sus corazones, sus sensaciones, su piel, y cierta parte del cuerpo.
    
     Más tarde, estaban desnudos acostados en la cama, tapados. Estaban abrazados, Junior con la cara y la mano en el pecho del mayor. Blas le acariciaba el hombro.
—Me gustó el trago —dijo Junior de pronto. Blas rio.
—A mí también.
—Hay que repetir.
—Cuando quieras.
     Junior se levantó un poco y lo miró.
—No hace falta que digas nada —respondió Blas a esa mirada.
     Entonces, el chico de rulos se incorporó un poco para besarlo y todo comenzó otra vez.
     Minutos más tarde, estaban mirando el techo con cara embobada.
—¿Qué nos pasó hoy? —preguntó Junior, refiriéndose a lo de la ducha y a lo de esa noche. Se miraron sonriendo.
—Vos me pasaste. Estás muy bueno y te amo —respondió Blas. —¿Y a vos qué te pasó?
—Vos me pasaste —le respondió Junior. —Sos muy lindo y te amo.
—¿De verdad? —preguntó un dudoso Blas.
—No me creés. Tal vez deberíamos empezar otra vez y así me creés.
—Buena idea.
      Y dicho y hecho, empezaron otra vez.
       Diez minutos después, era Blas el que estaba con la cara sobre el pecho de Junior y Junior lo rodeaba con el brazo.
—¿Sabés en qué estuve pensando? —preguntó Blas de repente.
—¿En qué? —quiso saber Junior, ceñudo de la intriga y confusión.
—Eso que dijiste que querías estar lejos de todo y de todos conmigo. Creo que no estaría mal.
     Junior empezó a entusiasmarse.
—Solo un par de días, un fin de semana, nosotros dos solos.
—Sin nadie que nos rompa las pelotas.
—Tengo una aplicación para eso.
—¿Para que no nos rompan las pelotas?
      Blas rio.
—Para alquilar una cabaña.
—Es lo mismo.
     Blas agarró de pronto la mano de Junior y empezó a tocarle la pulserita roja.
—¿Qué pasa? —preguntó Junior.
—La pulserita roja. La encontraste en la calle, ¿no?
    Junior resopló.
—Mentí.
—Ya sé, nabo —dijo Blas, riendo. —Me di cuenta.
—Soy un tarado, ¿no?
—Y bueno…
—¡Ey!
    Se rieron.
—Me la hiciste difícil.
     Junior trató de mirarlo desde esa posición.
—Soy un tarado. Siempre lo fui. Y por eso te fuiste a Canadá. Y yo no quería que te alejaras, Blas.
—Me demostrabas todo lo contario, Junior.
    Junior tenía mirada de arrepentimiento.
—Ojalá las cosas hubieran sido diferentes. ¿Qué hora es?
     Blas se levantó a mirar la hora en el celular, que estaba en la mesita de luz, al lado.
—Las doce.
     Después, miró a Junior, con una sonrisita, y le dijo:
—No es muy tarde.
     Y lo que siguió ya se lo imaginarán.    
     Blas durmió con la cabeza apoyada en el pecho de Junior y este despertó primero. Sonrió y empezó a acariciarle la cabeza y los rulos a su novio. Como pudo, se fijó la hora y salió de la cama despacio para no despertarlo. Fue al baño a hacer sus necesidades, lavarse los dientes con el cepillo que había llevado y darse una ducha de diez minutos.
     Junior estaba en calzoncillos y remera que le había robado a Blas, porque la suya estaba sucia del trago. También le robó un saco finito aunque no lo necesitaba porque tenía el suyo, pero se sentía bien usar su ropa.
    Limpió el living y corrió el estante a su lugar original. Tiró el trago que todavía había quedado de la noche anterior, ordenó y después lavó los elementos. Al terminar, se puso a hacer el desayuno. En ese momento, le sonó su celular, que había encendido antes de ponerse a limpiar. Corrió para atender y que no despertara Blas. Que durmiera hasta que sonara la alarma, debía estar muy cansado.
—¡Hola! —Susurró el chico, volviendo a la cocina.
—¡Junior, por fin! Te estuve llamando toda la noche.
—Apagué para que nadie interrumpiera. ¿Te molesta que Blas llegue algo tarde hoy?
—¿Por qué?
—Está muy cansado.
—¿Vos también vas a llegar tarde?
—¿Qué?
—Te llamaba para dos cosas. Escuché que hablabas con el tío ayer.
     Junior suspiró.
—Sí.
—Estuviste muy bien. ¿Cómo te sentís?
     Junior se apoyó en la mesada luego de poner el pan a tostar.
—Mejor que nunca.
—¡Bien ahí!
—¿Por qué otra cosa me llamaste?
—Para que empecés a trabajar en el bar. Hoy. Blas te quiere muchísimo como para que insista tanto en que trabajes aquí.
—¿Aceptaste porque Blas insistió, no porque yo te dije? ¿Gracias?
—De nada. A las diez.
—¿Qué?
—Les doy permiso para que vengan al bar a las diez.
—A las diez y media.
—Diez y cuarto.
—Está bien.
—Ni un minuto más, ni un minuto más.
—Ni un minuto más, ni un minuto menos.
—Si quieren venir un minuto menos, no me enojo.
—Qué tarado.
—Chau, a las diez y cuarto.
—Allá estaremos, Capitán.
—Y el tarado soy yo.
     Junior colgó y fue en ese momento cuando empezó a sentir un olorcito a tostadas a la Junior.
—¡Uh! —Y se apuró a sacarlas.
     Puso una nueva tanda de panes y fue apresurado a apagar la alarma del celular de Blas: tenía tiempo para que durmiera un poco más. Se quedó colgado viendo a Blas hasta que se acordó de las tostadas y salió corriendo.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora