(72) 2da parte/Capítulo 4.

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El mayor había hablado con Junior sobre la cena, había tardado en contestar, pero, finalmente, había respondido que sí, por lo que habló con Dante y con su padre sobre que irían esa noche.

     Aquella noche, Blas iría a su casa a prepararse mientras Junior iría a la suya por el mismo motivo. Después Blas llegaría a lo de los Guerrico para buscar a su novio e ir a la casa de sus papás.
     Cuando Blas entró al cuarto de Junior aquella noche, Junior se terminaba de poner un saco negro de traje.
—Llegaste tarde —le dijo el menor a Blas—. Ya me puse la ropa.
     La ropa se trataba de una camisa negra con dibujos blancos, tiradores, que todavía no se había enganchado como correspondía, el saco y un jean negro sin roturas, lo que le pareció extraño a Blas, pero no hizo ningún comentario sobre eso.
—Bueno, la próxima llámame cuando te desvistas —solo le dijo el mayor, así, de una.
     Junior sonrió anchamente mientras se ponía los tiradores al hombro y Blas también sonrió un poco ante su propio atrevimiento.
     En comparación con Junior, Blas estaba bastante normal vestido. Remera, buzo y jeans.
—Anotado —respondió Junior.
—¿Te acordás del reto que me debés?
     Junior no se había dado cuenta, pero Blas iba con los brazos en la espalda.
—Sí, ¿ya sabés qué?
    Blas sonrió jodidamente divertido y malvado y pícaro… Y se veía hermoso, pensaba Junior, babeándose.
—Sí  —contestó Blas eso, se acercó a la mesita de luz y pegó algo a la pared. Junior lo miraba con los brazos cruzados, la cabeza inclinada, las cejas fruncidas, sin entender nada.
      Cuando Blas se corrió, dejó de taparle la vista, y entonces, lo vio.
—¡No, no, no, no!
     El chico había pegado un cartel con forma de escudo de boca.
—Sí, sí, sí, sí.
     Blas sonreía.
—Vas a tener que bancártela.
—¿Por cuántos minutos?
—¿Minutos?
—¿Horas?
—Para siempre.
     Junior rio sarcásticamente.
—Y ojito que Dante se va a fijar que no lo saques.
—Dante traidor.
    Se quedaron mirando unos segundos hasta que Junior corrió para sacar el cartel de la pared, pero Blas se puso en su camino.
—Esto no se compara al reto que pensé para vos. No me hagas esto —protestó Junior, haciendo pucherito—. ¿No va a funcionar?
—No —respondió Blas, haciéndose el duro, con los brazos cruzados.
—¿Y si te bailo con mi movimiento sexi? —preguntó el menor mientras empezaba a menear. Blas trató de mantener la calma.
—No voy a caer.
    Junior le dio un besito en la boca.
—No voy a caer.
—No te voy a llamar cuando me desvista.
—Vos querés llamarme cuando te desvistas.
—¿Estás seguro?
    La cara de Blas daba a entender que empezó a dudar un poco.
—Bueno, hasta que no saques eso de ahí —decía Junior, apuntando a Blas con el dedo índice—. No hay más mimitos. Me voy a peinar.
     Dio media vuelta y se dirigió al baño.
—¡No! —protestó Blas ahora, al ver que el muchacho se alejaba y se metía en el baño.
    Pero a los dos segundos la puerta del baño volvía a abrirse, Junior salía e iba directo hacia él. 
—¡No, mentira! ¡Vení! —decía el menor mientras se acercaba—. ¡Te extraño! —Luego lo abrazó y le dio un besito en la nariz. Blas se rio.
—Bueno, vamos que se hace tarde —lo apuró Blas.
—Sí, solo falta peinarme. —Y sin más, corrió al baño.
    Salió diez minutos después, peinado con gel. Blas lo miró confundido. Nunca se peinaba con gel. Ahora parecía un muñequito.
    Blas achicó los ojos, sin dejar de mirarlo.
—¿No te gusta? ¿Estoy feo?
—Vos nunca estás feo. ¿Pero por qué te hiciste eso?
—Tengo que causar una buena impresión.
—Podés causar buena impresión con los pelos como antes. No tenés que cambiar. Ni siquiera te gusta.
—Tenés toda la razón, me conocés, eh. Pero voy a hacer el esfuerzo.
—No tenés que hacer ningún esfuerzo para ser como sos, Junior. Vamos.
     Blas dio media vuelta y Junior agarró su celular y billetera y lo siguió, cuando llegó a la altura del escudo de boca, estiró el brazo… la mano de Blas se cerró en su muñeca.
—Ni se te ocurra.
    Junior protestó como niño chiquito y siguieron camino.
     Les abrieron la puerta ambos padres. Junior se arregló el pelo, se acomodó la camisa y puso sus manos adelante, una mano agarrando la muñeca de la otra.
    La mamá de Blas les sonrió y saludó efusivamente, mientras que el padre sonreía con los labios cerrados, permitiéndoles el paso.
—Buenas noches, señor —le dijo Junior al padre de Blas luego de que este cerrara la puerta. Blas y su madre se abrazaban. Pero se separaron y Blas miró a Junior como si estuviera loco.
    Junior le estiraba la mano al hombre, para un apretón. 
—Junior… —susurró  Blas.
—Así se saluda a la gente, Blas.
     Se dieron la mano, el padre bastante confundido, y luego el menor fue directo hacia la mamá de Blas y  le mostró  la palma para que pusiera su mano y él pudiera darle un beso.
      Martín y Blas miraban la escena con la misma expresión perpleja.
—Pero qué jovencito más educado —dijo la mujer.
—Bueno, pasemos al comedor  —instó Martín, frotándose las manos. Alejandra y Blas lo siguieron. Junior quedó rezagado en la puerta, nervioso, se acomodó  los tiradores, resopló, aflojó el cuerpo y el codo fue a parar a un jarrón que estaba en una mesita al lado de la puerta. Logró agarrarlo antes de que se cayera.
—¿Junior? —llamó Blas. Junior acomodó el jarrón y fue hacia la voz.
   La mesa en el comedor ya estaba preparada. Se sentaron y se sirvieron. Se trataba de pollo al horno con papas. Blas les había dicho que a Junior le encantaba y lo habían preparado por él.  Se sirvieron. Todo en silencio.
   Junior se había puesto la servilleta de tela sobre las piernas. Casi a cada bocado que comía se pasaba la servilleta por los labios. Comía y bebía todo correctito.
   Entonces, el padre les preguntó por el viaje que habían hecho a Mar del Plata. Obviando algunos detalles, contaron más  o menos lo que podían contar. Después la madre preguntó a Junior qué le gustaba hacer en su tiempo libre.
    “Estar con Blas”, pensó Junior, pero no lo dijo. Habló de la banda, que tocaba la batería.
     En un momento, el jugo de la jarra ya había desaparecido. Alejandra estaba apunto de ir a buscar, pero Junior se ofreció. En la cocina, solo, mientras buscaba la otra jarra con jugo, se permitió respirar aliviado, pero aun así su corazón latía rápido.
—Sabés que no tenés por qué hacer esto, ¿no?
    Blas había entrado a la cocina al momento en que Junior salía.
—¿Hacer qué? —preguntó el menor.
—Esto. Ya sabés. Vos no sos así.
—Trato de comportarme.
—Este no sos vos, Junior —dijo Blas serio, después sonrió—: A mí me gusta cuando tu boca se mancha de comida y tardás mil años en limpiarte.
—¿Me veo muy sexi? —sonrió Junior, y se lamió los labios.
    Blas suspiró.
—No sabés cuánto —respondió el chico de rulos, quien dio media vuelta y fue hacia el comedor, con un Junior sonriente siguiéndolo.
—¿Les sirvo? —preguntó Junior, poniéndose al lado de donde se sentaba el papá de Blas.
—No hace falta…
    Martín alzó la mano para agarrar la jarra, pero Junior la alejó de él con un “No, yo lo hago". La jarra estaba casi llena. En el intento de alejarla de la mano de Martín, la jarra se inclinó y cayó un chorro de jugo en la camisa y pantalones del señor.
—Uy.
   El hombre tiró la silla para atrás y se puso de pie.
—Perdón, perdón —Junior estaba preocupado—. Soy un desastre —dijo, y fue hacia el living, lejos de la vista de todos. Se sentó en el sofá.
     Blas y sus padres se miraron.
—Voy a hablar con él — dijo Blas, levantándose de la silla, pero su padre lo retuvo levantando una mano.
—Voy yo —dijo el hombre. Blas y su mamá se miraron boquiabiertos. —Esto tiene que ver conmigo.
    Blas miró confundido cuando su papá empezó a ir por la dirección que Junior había tomado.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora