(86) 2da parte/Capítulo 18

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Pero Blas se la quedó mirando sin decir nada y entonces explotó. Empezó a llorar con todo y se tapó la cara, mientras las lágrimas caían sin parar, sin querer estar en su interior ni un rato más, y Ailín se puso de pie y se acercó a él para abrazarlo.
—Blas.
—Fue por Mauro, Ailín, fue por él. Él me dijo que me alejara de Junior si no quería que Junior saliera lastimado.
    Y entonces, empezó a contarle como fue todo.



   El cumpleaños de Junior llegó. Él estuvo la mitad del día durmiendo y la otra mitad preparando pochoclos para llevar al playroom y acostarse en el sillón y ver algunas películas que ya había elegido la noche anterior.
   Lucas le había enviado un mensaje para ver si quería juntarse, pero Junior le respondió que no tenía ganas. Hasta el primo de Leo, Agustín, le había mandado un mensaje para felicitarlo. Solo le dijo “Gracias", y cuando le preguntó si querían salir algún día de estos, le dijo que lo pensaría, pero solamente para sacárselo de encima.
    Estaba en la cocina, con el sonido del maíz saltando en la sartén, cuando entraron Dante y Romeo.
—¿Seguís con eso?
—¿Con qué?
—Con eso de que querés pasarla solo. Solo o acompañado no va a hacer que extrañes menos a Blas, pero si no estás solo, al menos podrías olvidarte un poco y pasarla bien.
—No lo extraño a Blas.
—No, claro, no, no —respondió Romeo.
—No, seguro  —Lo siguió Dante.    
—Que no lo extraño.
     Dante y Romeo lo trataron de convencer de que por lo menos comieran algo en el bar. Después podría volver a la casa, solo, para hacer lo que a él le apeteciera. Les costó unos buenos minutos, pero, finalmente, lo lograron. 

      La fiesta estaba casi lista y Ailín trataba de convencer a Blas de que fuera al cumpleaños de Junior, haciéndole entender que Mauro no iría, que no lo habían invitado porque Junior no lo quería cerca y no se lo permitiría. Blas, por su parte, intentaba convencerla de que llevara su regalo por él.
—Yo ya me tengo que ir al cumpleaños —dijo la chica, sin agarrar el regalo que Blas le entregaba para que se lo diera a Junior. Después de que le había contado a Ailín por qué había cortado con Junior, la chica le insistió para que hablara con el menor porque las cosas no podían quedar así si se amaban, pero aquello tampoco daba sus frutos y Blas permanecía en el silencio. —Nos vemos, Blas —dijo la chica, yendo a la puerta de calle. A Blas no le quedó otra que ir a abrirle la puerta.
    Momento después, el chico se acercaba al regalo, que estaba sobre la mesita, y se lo quedaba mirando, pensativo.

   Dante y Romeo iban delante de Junior, ya llegando a El Dante. Junior iba caminando despacio, sin ganas.
—¿Podés apurarte, Junior? —Le insistió Dante.
—¡Dale! —apremió Romeo.
    Dante abrió la puerta y dio unos pasos. Romeo frenó y miró a Junior, que seguía caminando como un zombi. Romeo rodó los ojos, se le acercó, agarró su brazo y tiró de él, que dio pasos apresurados.
—¡Apúrate, Junior! —Pidió Romeo y lo empujó dentro, no sin resistencia.
—¡SORPRESA!
     Ailín, Agus, Chipi, Piru (comiendo por ahí), Leo, Agustín, Simona, Lucas y unas cuantas personas más, de las que Junior apenas recordaba cómo se llamaban, sostenían globos en la mano. Después de varios días, Dante y Romeo podían decir que Junior había largado una sonrisa sincera y no podían estar más contentos.

    Blas estuvo un buen tiempo pensando en qué hacer. El regalo llamaba su atención una y otra vez. Fue después de dos horas desde que se había ido Ailín de su casa que no lo pensó más, se preparó, agarró el regalo y se dirigió al bar. Solo dejaría el regalo y se iría. Llamaría a Dante desde afuera y le daría el regalo él, no sin antes espiar el interior, en busca de Junior.
  Cuando llegó, se quedó quieto en la puerta, justo en el momento en el que le ponían un pañuelo en la cabeza a Junior, para cubrir sus ojos. El mayor vio un oportunidad perfecta y entró.
   Lo marearon a Junior y empezó el tumulto. Corridas, risas, Junior empezó a ir con los brazos extendidos por si atrapaba a alguien. Sonreía. Después de mucho tiempo estaba pasándola bien. Junior se movía entre la gente.
   Blas dejó el regalo donde otros lo habían dejado: en una mesita sobre el escenario. La mano de Dante se cerró en su muñeca y la mirada penetrante que le dirigió fue un: “No te vayas", pero Blas negó con la cabeza y desprendiéndose del agarre de su amigo, fue en dirección de la salida, pero tropezó con el menor. Quiso correr, pero una de sus manos lo agarró del antebrazo. Todo el bar contuvo el aliento. Silencio mortal.
—¡Te atrapé! —exclamó Junior.
  Blas miró a los demás, que no decían nada. La mano bajó por el brazo. Junior reconocía esa pulsera que estaba tocando justo ahora.
   Blas sentía que iba a desmayarse en cualquier momento.
   Unos dedos empezaron a toquetearlo por encima de la campera finita. Reconocía la curva de su cadera, la dureza de sus músculos, el abdomen plano, y pecho ancho y duro. Se acercó más. Todo estaba en silencio, parecía que nadie respiraba.
   Su nariz chocó contra la mejilla del otro. No había querido invadir tanto su espacio, por lo que se alejó, aunque sólo unos milímetros, pero incluso a aquella distancia reconocía su olor, al natural.
   Tocó su cara, su pelo, sus rulos y se alejó como si el chico ardiera. Su respiración entrecortada, una lágrima cayendo por debajo del pañuelo, algunos pasos, silencio. Lo soltó y Blas vio el momento perfecto para largarse de ahí. Otra vez el tumulto de la gente. La expresión de Junior era de dolor.
—¡¿Blas?! —exclamó Junior, con la voz estrangulada y se sacó el pañuelo.
    El primo de Leo estaba en frente de él. Blas no estaba en ningún lado. Tragó saliva. Su corazón apretó fuerte.
—¡Qué estúpido soy! —dijo, llorando, y salió corriendo fuera del bar.
    Blas se escondió tras un auto estacionado al ver al menor salir del bar. Se quedó apoyado al lado de la entrada, donde estaba la ventana. Lloraba.
   Quería ir y abrazarlo, que no estuviera mal, que no llorara.
     Agustín salió del bar y se puso al lado de él. Junior lo miró y no podía creer que lo hubiera confundido con Blas. ¿Cuándo podría olvidarse de Blas para siempre?
—¿Qué pasó? ¿No te estabas divirtiendo?
—Sí, un montón —le contestó Junior, pero no sonreía.
—Estuvo lindo el juego.
     Agustín lo agarró de la mano a Junior y Blas se sintió morir.
—Sos muy lindo.
—Gracias.
   Pero la mano de Junior trató de zafarse del agarre del otro chico.
—¿No querés que vayamos a otro lugar?
    Blas escuchó y apretó los labios. Soltó el aire.
—¿Qué? —reaccionó Junior—. No, estoy bien acá.
    Agustín le puso la mano en el hombro y bajó por su brazo.  Junior agarró su mano y la alejó de sí, un poco brusco.
—Pensé que ahí dentro te estabas divirtiendo, que te gustó el juego.
     Junior había pensando que era Blas.
—No, no me gustó. Y no me toqués más, pibe.
—No te creo.
    Y le tocó la cara.
—¡Ey, flaco, te dijo que no!
    Blas había salido del escondite y se dirigía derecho hacia Agustín, con la cara transformada. Llegó a él y le dio un empujón al chico, que chocó contra la vidriera del bar. Junior se quedó mirando como si fuera un espejismo.
—¡Pará! —gritó el primo de Leo.
—Lo vas a dejar tranquilo o te cago a trompadas.
—Ya no sos el novio —le escupió Agustín, pero  el muchacho regresó al bar.
    Blas tragó saliva. Junior seguía mirando petrificado. El mayor miraba en dirección por la que se había ido Agustín, con las manos en la cintura, respirando agitadamente. Cuando sus ojos miraron a Junior, este espetó:
—¿Qué hacés?
—Te estaba molestando.
—¿Y? No sé qué estás haciendo acá. No tenés nada que hacer acá —dijo Junior, bajando la mirada.
    Los ojos de Blas se estaban llenando de lágrimas, solo deseaba que no cayeran.
—Perdón, tenés razón.
   Entonces, los ojos de Junior, de los que ya cayeron algunas lágrimas que no quería que Blas viera, se fijaron en la pulserita roja que aún llevaba el mayor.
—Tenés la pulserita todavía —dijo Junior.
   Ahora los ojos de Blas se fijaron en el brazo de Junior.
—Vos no la tenés más —susurró Blas, su corazón apretando fuerte, la garganta haciéndose un nudo.
—La tiré. ¿Para qué la iba a tener? —Preguntó Junior, alzando la mirada, ya sin importarle que viera que estaba llorando. —Sácatela —ordenó de pronto Junior—. No quiero que la tengas.
—Hola, Junior.
    La voz de Mauro llegó a ellos. Blas y Junior le dirigieron la mirada al mismo tiempo. Blas empezó a asustarse. Él no debería estar ahí, ¿qué hacía ahí? Aunque pensándolo mejor, Mauro tenía más derecho de estar ahí que él. No  debería haber ido. Ahora Mauro lo había visto cerca de Junior… Su corazón latía asustado.
   Mauro miraba a uno y a otro.
—Tengo que irme —dijo apresuradamente Blas y sin esperar que nadie lo detuviera, se fue, esta vez sí. Junior se lo quedó mirando triste mientras Blas se alejaba y luego volvió a mirar a su padre.
—¿Qué hacés acá?
—Quería desearte un feliz cumpleaños, hijo.
—No quiero que estés acá. Ándate. 
    Mauro miraba el interior del bar por la vidriera.
—Nadie me dijo que festejabas tu cumpleaños acá.
—Por algo fue. No quiero verte nunca más en la vida, viejo, ¿cuándo lo vas a entender?
—No me digas eso, hijo. Me partís el alma.
—¡Ja!
—¿Qué hacía Blas acá? ¿Volvieron?
—¿Qué te importa? Pero no, no volvimos. Él solo se apareció. ¿Estás feliz, no? Ándate, no te lo digo más.
—Hijo…
—¡Basta de llamarme “hijo”!
—¿El otro pibe te estaba molestando, no? Blas lo echó…
—Que te vayas, ¿no entendés?
    Junior dio media vuelta y estaba por entrar al bar, pero la mano de su padre rodeó su brazo.
—¡Sóltame!
   Dante y Romeo salieron al ver el lío y ayudaron a que Mauro finalmente se fuera.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora