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Junior le dio la plata rápido, no esperó el cambio y bajó del coche. Estaba en la esquina y vio el auto estacionado enfrente de la puerta de la casa del mayor. Empezó a acercarse caminando rápido y entonces vio a Blas, que salía de su casa con valijas, que guardaba casi sin esfuerzo dentro del auto. Se lo veía desganado. Junior frenó de golpe, la respiración agitada, las lágrimas saliendo, el miedo invadiéndolo.
      Blas se iba otra vez. Aceptó la propuesta del padre y se iba a Canadá.

       Cuando Junior se dio cuenta de lo que estaba pasando, el mundo se le derrumbó por completo. ¿Otra vez se iba a ir? ¿La había cagado peor de lo que pensaba? Al caer en la cuenta, Blas ya había guardado sus valijas, subía al auto y arrancaba.
—¡No! No, no, no, no, ¡no! —Desesperado, el menor comenzó a correr detrás del auto mientras este se ponía en movimiento—. ¡Blas! ¡Blas! —Los brazos agitándose en el aire mientras corría. —¡BLAS! —seguía gritando el chico, como podía porque tenía el llanto atorado en la garganta, la cara roja y las lágrimas caían.
     Blas no lo escuchaba o se hacía el tonto, pero frenó ante un semáforo en rojo luego de hacer una cuadra. Tenía los ojos rojos de tanto llorar. Junior corrió más rápido, pero el semáforo iba a ponerse en verde otra vez. En el semáforo amarillo, Junior se puso frente al auto cuando empezaba a arrancar. Blas frenó con toda al ver a Junior delante de su auto, y abrazándolo. Sus miradas se encontraron a través del parabrisas.
—¡Blas!
—¿¡Junior!? —Blas bajó del auto, con el corazón latiendo a mil por hora. —¡Junior, qué hacés! ¿¡Estás loco!? —Se había puesto frente a Junior delante del auto. Junior tenía la respiración agitada por correr y por la desesperación de ver a Blas irse. Las lágrimas caían por su rostro, a la vez que los ojos de Blas empezaban a llenarse de lágrimas de nuevo.
—¡No te vayas, por favor, no te vayas! —Junior seguía con la desesperación dentro del cuerpo.
—Pero, Junior…
—¿De verdad creés que no te quiero? ¿No te lo demostré lo suficiente? ¡Yo te quiero, Blas! ¡Yo te amo! Es como cuando se queman las tostadas, pero las hago con mucho amor. Soy un boludo. Soy un boludo que te ama. Y sí hablé de vos. A Dante le hablé de vos, a Agustina le hablé de lo nuestro también, a Romeo, a mi tío, a tu viejo, hasta Renata lo sabe… Ah, y a esa señora que nos está mirando con atención en esa casa.
      La señora a la que le había dicho que era el novio de Blas había salido de su casa a tirar la basura en el contenedor.
—Soy un boludo que te dejó ir una vez, pero que no va a dejarte ir esta vez. No te vayas a Canadá, Blas. Si no querés estar conmigo, te puedo comprender, vos merecías y merecés a alguien que se la juegue todo por vos, pero no te vayas que no podré soportarlo.
—Pero pará, Junior, no me voy a ir a ningún lado. ¿De dónde sacaste eso?
     Junior miró hacia el auto y lo señaló.
—Las valijas —dijo suavecito. 
—Ah. Se las iba a llevar a mi viejo, porque las necesita.
—Ah. —Junior sintió cómo le ardía toda la cara.
      Blas se lo había quedado mirando. Y Junior a él.
—¿Y por qué cada vez que pasa algo conmigo desaparecés?
—Porque no te quiero poner incómodo, porque quiero que estés tranquilo, porque tengo miedo de mirarte y no tenerte, porque no quiero sufrir… Esta vez el boludo fui yo. —Casi sonrió Blas al decirlo.
     Junior soltó una risa de alivio.
—Le dije a mi viejo que mi vida está acá. Mi vida sos vos, Junior. ¿Cómo me iba a ir?
—Y vos sos la mía, Blas. ¿Y cómo voy a estar con vos si no te quiero? ¿Me creés? —preguntó aquello último asustado.
—Sí, te creo.
    Junior sonrió mostrando los dientes. Y sin más, se acercaron a besarse. Se separaron.
—Perdóname, Blas —dijo Junior. —Te amo.
—Perdóname vos —respondió Blas—. Yo también te amo.
    Y el beso comenzó otra vez. Un beso desesperado, un beso de “te quiero conmigo para siempre”, un beso de “te amo para toda la vida”, un beso de “no voy a dejarte ir”, un beso de “trataré de no ser más un boludo”.
    Dejaron de besarse, pero sus frentes quedaron pegadas.
—No quiero que te quede ninguna duda de que te amo. De  que sos el amor de mi vida. ¿Escuchaste, Blas? Sos el amor de mi vida.
—Qué tonto fui.
—Sí.
—¿No lo vas a negar? —le preguntó luego Blas, alejándose un poco para mirarlo mejor.
—No. Pero te amo así de tonto. Me asustaste mucho, no me hagas esto nunca más. ¡Nunca más!
     Apretó nuevamente su frente con la del mayor.
—Casi hacés que te mate con el auto y el que te asusté fui yo.
—Porque vos me asustaste primero.
—Vos fuiste el que pensaste que me iba a Canadá.
—Bueno, ganaste.
            En ese momento, empezó a sonar una bocina. Un coche esperaba atrás del de Blas y apremiaba a que se moviera.
—Uh. —Reaccionó Blas, separándose de Junior. —Subamos al auto.
    Dentro del auto, al empezar a conducir, Blas dijo:
—Será mejor que volvamos al bar.
—¿Vos decís?
—Sí, Junior, dejamos a Dante con todo el trabajo.
—Uh, y con Renata —se acordó Junior, agarrándose la cabeza casi con desesperación.
—No seas así.
—¿Vos no tenés que llevar las valijas a tu viejo?
—Puede esperar.
    Blas y Junior entraron corriendo al bar y Dante los vio y se les acercó, haciendo que frenaran de golpe.
—No me importa quién la cagó. Los dos son dos boludos —espetó Dante de una.
—Sí, no debimos irnos del bar… —dijo Blas, avergonzado.
—No hablo del bar, hablo de ustedes. Están juntos. Se aman. ¡Disfruten! Los veo felices, animándose a ser quiénes son. No pueden estar sin el otro. Nunca los había visto así de enamorados y felices, con nadie. Pónganse las pilas y déjense de joder… Y no vuelvan a irse del bar, nos dejaron el trabajo a Renata y a mí, había mucha gente… Ahora sí hablo del bar.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora