(84) 2da parte/Capítulo 16

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—¿Tiene un millón de pizzerías cerca de su casa y justo va a venir a esta?
    Mauro se encogió de hombros.
—Andá a saber hijo lo que le pasó por la cabeza.
—¿No te dijo nada?
—Yo le pregunté por qué te había hecho eso.
—No te contestó nada, seguro.
—Me dijo que porque no te amaba más, que lo tenían que respetar… Lo decía como si no quisiera que lo molestaran más con eso.
    Cada palabra que su padre decía era un golpe que recibía su corazón.
     Cada palabra que su padre decía era una lágrima que se asomaba a sus ojos y caía.
—Perdón, papito, te lo tenía que decir.


      Cuando Dante llegó al trabajo de Mauro, solo vio a Junior que hablaba con él.  Miró a los alrededores, pero no consiguió ver a Blas. La única opción que le quedaba era ir a la casa.
       Intentando que no lo vean, fue en camino a la casa de su amigo, y cuando tocó el timbre y Blas le abrió, se sintió el peor amigo del mundo. Blas estaba igual de hecho mierda que su hermano. Los ojos rojos y con lágrimas. Se miraron sin animarse ninguno a hablar.
—¿Puedo pasar? —preguntó Dante finalmente.
—Sí, sí, claro, pasa.
    Dante entró despacio y Blas cerró la puerta.
—¿Cómo estás? —quiso saber Dante. —Perdóname por cómo te traté.
—No tenés que pedirme perdón por nada. Sé que lo hice pelota a tu hermano.
—Sí, y no entiendo por qué, parecía que todo iba bien. Pero ahora quiero hablar sobre lo de Mauro.
    Blas abrió los ojos grandes. ¿Sabía?
—¿Qué?
—Que fuiste a enfrentarlo porque pensás que él mandó a pegar a Junior. 
    Blas dio media vuelta para ir a sentarse en el sillón. Dante lo siguió y se sentó al lado.
—No fue él. Dije eso porque me preocupé por Junior y mezclé todo. Pensé cualquier cosa. Me la quise agarrar con alguien nada más.
—¿Y lo de que Mauro mandó a golpearte? Ailín me contó. No te enojés con ella.
—Sí, me di cuenta de que no se iba a quedar callada. No puedo enojarme con ella. —Una de las primeras personas que se preocupó por él en todo ese asunto, difícil que se olvidara de eso—. Él me mandó a pegar, lo descubrí un día con los tipos que me golpearon, y él mandó al bar a esos chicos para que se pelearan conmigo y vos me echaras, él me lo dijo.
—¡No, no, Cabezón…!
—Si no me creés, está bien.
—Te creo, no seas tonto. ¿Te pusiste mal al enterarte que golpearon a mi hermano?
—Sí, ¿cómo no iba a ponerme mal? Si le pasa algo a Junior, yo me muero.
—Tienen que hablar.
—No. No quiero seguir lastimándolo. Ya se va a olvidar de mí… Yo ya me olvidé de él…
    Esas palabras le dolieron a él mismo. No quiso llorar, pero lo hizo. Se derrumbó con Dante, quien lo abrazó. 
       Pero los días pasaban y ninguno podía olvidarse del otro. Querían arrancarse el corazón, como Junior arrancó el cartel de boca de su pared, para no sufrir más.
      Junior se quedó trabajando en el bar, pero ni eso lo distraía. Blas buscaba trabajo todavía y Dante seguía insistiéndole de que trabajara en el bar en el turno de la mañana porque Junior trabajaba en el turno tarde, pero Blas se negaba. No iba al bar ni a la casa, sería muy arriesgado. Pero las ganas que tenía eran impresionantes.
    Había veces en que decidía ir, pero luego la amenaza de Mauro regresaba a su mente y desistía.
     Era domingo, la milésima vez que desistía de su intento de ir a lo de los Guerrico, y Ailín se apareció en su casa, como muchas otras veces. No había dado un pie adentro todavía que ya le hablaba.
—¿Mate?
—Plaza. Mate en la plaza si querés. Pero no podés vivir encerrado todo el día.
—Lo extraño un montón. Quiero que esté conmigo.
     Quería sus tostadas a la Junior, despertarlo con besitos, hablar de cualquier cosa, hacer chistes y que Junior no se ría, porque casi nunca se reía de sus chistes, besarlo…
    Ailín lo agarró de su cara enrojecida y mojada por las lágrimas, que habían empezado a caer sin darse cuenta. Le dio un consolador beso en la mejilla y después tiró de él para que se abrazaran fuerte.
—Me vas a tener que contar por qué lo dejaste si lo seguís amando. Y por qué dijiste que no lo amás más.
     Qué idiota. Se le había ido por la borda, había hablado de más y había quedado en evidencia. ¿Ahora qué le decía?
—Extraño pasar tiempo con él, pero lo extraño como amigo.
—A mí con esas no. Espero que algún día te animés  a decirme. ¿Vamos a la plaza?
—Vamos.

   Dante, Romeo y Leo estaban en la plaza jugando a la pelota. Junior también estaba ahí, pero sin ánimos de nada, así que se quedó en el banco. Ailín también había estado con ellos, pero hacía rato se había ido.
—Dale, Junior, jugá un poco —le dijo Romeo al acercarse para tomar agua.
—No quiero.
    Romeo volvió con los otros y Leo le gritó:
—¡Vení a Jugar, Junior!
—¡Que no!
   Leo miró a sus amigos.
—Parece un cachorrito mojado. Creo que a este chico le falta una buena…
—¡Eh!
—¡Ey!
—Una buena noche de emoción.
—Aaah.
—Bueno, dale, sigamos jugando.
   Junior recibió un mensaje de Mauro en ese momento, que le decía que a la noche iría  a pasar por la casa a llevarles pizza y a hablar con él de algo importante.
  Ailín se acercaba a ellos, arrastrando a Blas con ella. Habían llegado al lugar de la plaza donde estaban los chicos y Blas había frenado al verlos.
—Sabías que iba a estar acá.
   Ailín había parado su caminata también.
—No —le contestó—, o puede ser, creí que iban a estar en otra plaza —sonrió angelicalmente. 
—Bueno, yo me voy —y el chico estaba dándose la vuelta pero Ailín lo había agarrado del brazo y se lo llevaba a donde estaban los chicos.
    Junior le envió una respuesta a su padre y levantó la cabeza, fue cuando los vio acercarse.
    Junior se puso de pie y Blas pudo zafarse del agarre de Ailín y estaba dándose la vuelta para irse cuando la voz y las palabras de Junior lo atravesaron como dardos y lo hizo quedarse quieto.
—¿No fuiste a Canadá todavía?
    Dante, Romeo y Leo lo escucharon y pararon el juego, dándose cuenta de la presencia de Blas.
—¿Qué hacés todavía acá?
   Blas se dio la vuelta a mirarlo, el menor se acercaba a pasos lentos. Los ojos llenos de lágrimas, los de ambos.
    Ailín se estaba empezando a sentir mal por todo aquello. Ella había tenido la idea de llevar a Blas ahí para que se vieran y todo estaba terminando en desastre.
—Cuando te tenés que ir, ¿no te vas? Podés irte ahora y para siempre. ¿Por qué no lo hacés?
    Blas solo lo miraba: ¿qué iba a decir?, y si tenía algo que decir, sentía que no podría hablar, porque las palabras quedaron atoradas en su garganta en un nudo que las aprisionaba. Le dolía que le dijera esas cosas, le dolía verlo así de destrozado. Estaba claro que, si seguía ahí, Junior iría a ponerse peor, por lo que dio media vuelta y se fue. Los chicos se miraron entre sí, Junior con los ojos fijos en la espalda del mayor, y Ailín corrió tras el chico de rulos.
     Junior volvió a su casa solo y se echó en el sillón del playroom para pensar en Blas. Quería pensar en cosas bonitas, pero lo que había pasado, ese momento feo, lo atacaba una y otra vez.
     Abrió los ojos al escuchar que lo llamaban por su nombre. Se había quedado dormido y su padre estaba sentado al lado de él en el sillón, llamándolo para despertarlo.
—Hola.
—Hola —respondió el saludo Junior mientras se removía en el sillón para sentarse al lado de Mauro.
—Quiero que veas algo.
     Y le mostró unas fotos que tenía en el celular. Blas con Ailín. Abrazados. O Ailín dándole un beso en el cachete.
—Quiero que veas bien. Está con una chica, ¿ves? Está con alguien más y es una chica. Te enfermó a vos, para que después te deje por una chica. ¿Viste? Solo te quería confundir para jugar un rato con vos. Te arruinó la vida, pero ahora todo se va a arreglar. Ya sos libre.
     Junior miraba a su padre con la boca abierta. No podía creer lo que estaba escuchando.
—Pará, papá, ¿qué estás diciendo? ¡Nunca me entendiste! ¡Nunca lo aceptaste! ¡Estabas fingiendo! —Se puso de pie—.  ¡A mí me gustan los chicos, soy gay, que te entre en esa cabeza! ¡No va a cambiar eso!
¿Y estuviste espiando a Blas? ¡No te vuelvas a acercar a él! ¡Ya está! No estamos más juntos. Déjalo en paz.
—¿Lo seguís protegiendo a pesar de lo que te hizo?
—¡Yo todavía lo amo!... Pero ya me voy a olvidar de él, poco a poco, y a vos no te tiene que importar lo que yo haga o lo que sienta o por quién sienta, ¿me entendiste? ¡Me estuviste mintiendo todo este tiempo! ¡Seguro nos estuviste deseando lo peor! Y ganaste, porque Blas me dejó. ¿Era lo que querías, no?
     Junior gritaba y lloraba.
—¡Quiero que te vayas! ¡No te quiero ver nunca más! Y te lo repito: dejá a Blas en paz.
    Dio media vuelta y salió del playroom corriendo. Mauro se lo quedó mirando, algo impactado.



Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora