(81) 2da parte/Capítulo 13

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El taxi frenó en la cuadra de enfrente a la casa, en la esquina. Estaba en medio de la calle en dirección a su puerta cuando tres chicos se le acercaron. Uno llegó más rápido a él y lo agarró del abrigo. Le dio un codazo fuerte, que hizo que lo soltara, encontró un hueco entre ellos y corrió. Corrió unas cuantas cuadras al azar y luego volvió a su casa al ver que los había perdido. Cerró rápido la puerta. Respiraba agitadamente, su corazón latiendo de miedo.
    Fue a prepararse para dormir, y luego cuando se acostó, avisó a Blas que había llegado bien, para que no se preocupara. Junior tardó bastante en conciliar el sueño.


      Era dieciséis de noviembre, viernes, al día siguiente era el compromiso y los nervios de los dos chicos estaban a flor de piel. Junior no sabía qué hacer. Iba de aquí para allá en su casa, saltaba en el lugar, boxeó con la bolsa un rato, iba a la cocina como cincuenta veces a abrir la heladera para picar algo o solo para quedarse viendo el interior, estático, y luego la cerraba. Todos aquellos que en la casa llegaban a verlo lo miraban petrificados.
      Blas sobrevivía a su nerviosismo sentado en el sillón y pasando los canales de la televisión sin percatarse que había pasado todos los canales como cuatro veces ya.
    En resumen, lo sobrellevaban bastante bien.
     Blas se puso una camisa blanca con pintitas negras y pantalones de Jean bordó. Ese día hacía frío, por lo que se puso su pulóver verde y una bufanda que le había regalado Junior. Se estaba preparando para ir al bar y ayudar en la decoración, aunque los invitados le habían dicho a él y a Junior que no se preocuparan por eso, ellos  querían ayudar. Junior había llegado ya y él todavía seguía en su casa. Pero ya estaba casi listo para salir. Mientras se ponía perfume, el timbre sonó.
     Blas se acercó a la puerta y al abrirla encontró a Mauro al otro lado. El entrecejo se le arrugó.
—Mauro, ¿qué hacés acá?
—Venía a pedirte una gauchada. Estoy sin corbata y quiero ir bien empilchado al compromiso. ¿Te molestaría prestarme una? Dale, ya todos están en el bar.
     Blas se quedó petrificado mirándolo. ¿Qué?
—Pasá.
       Mauro ingresó al interior y cerró la puerta de calle con una sola vuelta de llave, que dejó ahí. Casi sin poder mirarlo, Blas pasó por al lado del hombre para ir a su cuarto. Estaba a medio camino cuando unas manos lo agarrarom del brazo y lo empujaron contra el estante que estaba en la pared. El chico se dio con el estante en el pecho. Una mano lo agarró de la nuca y apretó, Blas pegado contra el estante.
—Ahora me vas a escuchar y hacer lo que te digo, pibe. Vos no vas a comprometerte con mi hijo. Vas a dejar de confundirlo, de picotearle la cabeza, vas a dejar de tocarlo y enfermarlo. Vas a dejar de molestarlo una vez por todas y dejarlo en paz.
—¿Cuánto te duró la aceptación, Mauro? ¿O nunca nos aceptaste?
    Lo soltó bruscamente. Un poco adolorido por el golpe que se había dado con el estante en el pecho y por el agarre fuerte de la mano de Mauro en su nuca, el chico de rulos dio media vuelta a enfrentarlo. Miró inconscientemente a la puerta de calle, pero no vio a la llave colgando. Cuando volvió a mirar a Mauro, este le mostraba un segundo la llave y la guardaba en uno de los bolsillos traseros de su pantalón.
—No te vas a comprometer con Junior. Mándale un audio y decíselo vos, pibe. Decile que no lo amás.
   Blas dio un paso adelante, queriendo escapar de una manera, pero Mauro se acercó y lo acorraló para que no se moviera.
—¿Quién te pensás que mandó a esos pibes a enfrentar a Junior aquella noche? Eran amigos del chico de la navaja. ¿Te acordás? Sí, también lo mandé yo, y al otro pibe que fue unos días después al bar.
—¿Qué querías ganar con eso?
     Blas quería golpearlo, pero no podía moverse. Mauro lo miraba apretando los dientes, y Blas no se quedaba atrás.
—Armar quilombo en el bar y que Dante no tuviera otra opción que echarte.
—Y no te sirvió para nada. Dante no quería ni que renuncie. ¿Y vos mandaste a esos pibes a golpear a tu propio hijo? Sos una basura.
—Ahí pensé que te ibas a avivar, pero no. Todavía te quedaste al lado de mi hijo, manoseándolo, picoteándole la cabeza, enfermándolo. De alguna manera te tengo que hacer entender, pibe. No quiero a mi hijo gay. Ya sabés lo peligroso que soy así que no te hagas el vivito conmigo. ¡Mándale lo que te dije! Mándale un audio que diga que no lo querés más.
—¡No!
—Vas a hacer lo que te digo o le pasa algo a Junior.
—No serías capaz.
—Ya lo hice una vez. ¿Qué me detiene hacerlo otra vez?
   Blas tragó saliva.
—A ver si así reaccionás: en este momento, unos hombres están fuera del bar esperando a que les de órdenes de que entren y les de un sustito. Está Romeo, Dante, Diego, a los que Junior quiere mucho y no le gustaría que les pasara nada, están tus padres, tus amigos, está Junior. Dejá a mi hijo tranquilo y mandá ese mensaje.
    Blas tenía el miedo atorado en la garganta, pero no iba a demostrarlo.
—¿Todavía tenés la caradurez de llamarlo “tu hijo"
—Dejá a Junior tranquilo y les ordeno que se vayan.
     Blas suspiró. Los ojos mirándolo de frente, no podía estar mintiendo. Y sabiendo cómo era…
  Agarró el celular del bolsillo delantero del jean y fue al WhatsApp mientras Mauro se corría un poco para atrás. Entró al chat de Junior al tiempo que pensaba: “De alguna manera voy a hacer para que Junior sepa" y apretó la opción de audio. Tardó unos segundos en hablar, no quería que Mauro se saliera con la suya, pero no podía dejar que le hiciera nada a Junior. Ya sabía qué hacer, solo esperaba que el menor entendiera el mensaje.
—Junior —Mauro lo miraba atentamente—, no voy a ir, no voy a comprometerme con vos, perdón, pero ya no te amo, te lo tenía que haber dicho antes… Solo recordá lo que te dije la última noche de…
—Ya está —dijo Mauro al sacarle el celular. El audio se envió—. ¡No te pedí que le dijeras eso! ¿Qué quisiste decir?
—Nada. La última noche que estuvimos en Mar del Plata hablamos de que si nos separábamos algún día, que no haya ninguna relación entre nosotros, que se corte todo de raíz.
—Bien… ¡Espero no me estés jodiendo, pendejo!
   Mauro lo empujó fuerte contra el estante otra vez,  moviéndolo y tirando algunas cosas. Blas quedó adolorido.
—¡Vos te vas a quedar acá! ¡Ojo con lo que hacés!
    Mauro agarró el teléfono inalámbrico de la casa y puso la llave en la cerradura, Blas se colgó a su cuello, pero Mauro tiró la cabeza fuerte hacia atrás y le dio en la frente, lo que lo hizo soltarlo, un poco aturdido. Después, se acercó y le dio un golpe en la cara que lo hizo caer.
    Mauro abandonó la casa de Blas para apresurarse a El Dante. Blas empezó a llorar, fue a la puerta y empezó a golpear. Mauro se había llevado su celular, sus llaves, el teléfono de la casa y la puerta estaba cerrada con llave.
—¡FORRO! —gritaba Blas, pero Mauro ya no podía escucharlo.
     Ya habían juntado varias mesas para que pudieran caber todos. Los cocineros hacían pizzas, empanadas. Blas prepararía tragos. Blas estaba tardando.
   Junior se sacó el celular del bolsillo con la intención de llamarlo y fue entonces cuando vio que tenía una notificación de whatsapp de él y no se había dado cuenta. Era un audio. Acercó el celular a la oreja e intentó oír lo mejor que podía.
“Junior, no voy a ir, no voy a comprometerme con vos, perdón, pero ya no te amo, te…”
   La voz sonaba con voz temblorosa.
“Pero ya no te amo” Sabía que el audio seguía unos segundos más, pero Junior no dejaba que continuara. Lo escuchaba una y otra vez hasta que decía esa frase y así sucesivamente.
    Era una broma de Blas, seguro. No podía ser cierto. Lo llamó y lo llamó. Blas no atendía. El corazón de Junior empezaba a martillear mientras seguía llamando y mientras salía del bar. Se sentía mareado de pronto.
     Era una broma. Era una broma. Todos lo miraban, pero él no los veía. Manos lo agarraban, le preguntaban qué pasaba, pero su cabeza estaba en Blas. Caminó hasta un árbol cerca del bar y se sentó allí, siguiendo con sus llamados a Blas, pero el chico no atendía.
    Ninguno quiso molestarlo, y Junior tampoco los dejó. Cuando Mauro llegó, se acercó a él.
—¡Hola, hijo, hoy es el gran día, no! —exclamó con una sonrisa amplia y abriéndole los brazos. Dante apareció en ese momento.
—Blas ya tendría que estar acá. Están todos menos él y no atiende.
—Ya va a venir —dijo Junior—. Tal vez tuvo una urgencia o viene con los viejos.
    Pero eso se descartó cuando aparecieron los papás de Blas doblando la esquina.
—¿Le habrá pasado algo? —preguntó Dante—. Voy a preguntarles si saben algo de él. 
  Pero Junior se agarró de la cabeza, fuerte. Se puso de pie y se acercó a ellos, con Mauro siguiéndolo. Y entonces, les hizo escuchar el audio. Junior frenó en “Pero ya no te amo más”, ¿para qué seguir escuchando?
—¿Ustedes pueden encargarse de acomodar el bar?
—No entiendo —dijo Dante. Los padres de Blas se miraban igual de confusos.
    Junior dio media vuelta y salió corriendo porque no daba más y no quería ver a nadie. Estaba sin abrigo, pero no le importaba el frío que estaba haciendo, no le importaba nada.
      Blas intentó por todos los medios posibles abrir la puerta, que recibió piñas y patadas. Tenía que explicarle a Junior lo que había pasado, tenía que hablar con él.  Golpeó la puerta con el puño unas cuantas veces más.
    Se alejó hasta el sofá y agarrándose las mejillas mojadas por las lagrimas se arrastró hasta el piso y ahí se quedó, mirando a la nada, las piernas estiradas, el golpe que le había dado Mauro en la cara cerca del ojo palpitaba.
       Sentía cómo todo se iba a la mierda y no  podía hacer nada.




Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora