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    Mauro abrió la carpeta. Llena de fotos de gran tamaño.
    Blas con Junior. Abrazados. Besándose. Fuera del bar, fuera de la casa de Blas, en la calle.

—¡¿Qué es esto?! ¡No, no, no! —Mauro, furioso, daba golpes con el puño en la mesa.
—¡Es hora, Junior, dale!
     Blas ya se había levantado y Junior seguía roncando. El mayor abrió el armario. Ya había dos bolsos sobre la cama, uno abierto, ya preparado para que guardaran cosas en él.
—Mmm… —Junior no quería abrir los ojos, pero, entonces, se acordó por qué estaba en lo de Blas y saltó de la cama a las apuradas, todo entusiasmado. Se cambió mientras Blas ponía algunas prendas sobre su cama y luego corrió al baño.
     Mauro fue a buscar respuestas a la casa de los Guerrico. Lucre abrió la puerta y el hombre entró a la casa como si nada.
—¡Ey! —se quejó la mujer mientras este iba a la planta alta buscando a su hijo. Al no encontrarlo, bajó casi corriendo, encontrando a Lucre mirando las escaleras desde abajo.
—¿Dónde está Junior?
—¡No está!
      Los chicos empezaron a salir del playroom en ese momento. Se habían quedado a dormir ahí, salvo Romeo y Lula.
—Quiero hablar con Junior. ¿Dónde está? —les dijo Mauro de una, acercándose a ellos, quienes se quedaron petrificados mirándolo.
—Qué te importa dónde está —espetó Dante. Lo tenía cansado Mauro ya.
—Dante…
—¿Qué querés?
—Hablar con él.
—Bueno, no está, hablá con él cuando lo veas.
     Mauro suspiró.
—¡Que le vamo a hacer! —dijo Simona, acercándose y palmeándole el hombro. Mauro miró en dirección de su hombro. ¿Esta chica qué lo tocaba?
—No estoy para pelotudeces —dijo Mauro y sin más salió a la calle.
—Pero este tipo está loco —soltó Leo.
     Mauro subió al auto de Julián, quien manejaba, y le dijo:
—Vos sabés dónde vive ese pibe.
     Blas estaba guardando la ropa en uno de los bolsos, pero cuando estaba por guardar una remera vio que el bolso estaba vacío. Junior escondía su ropa por la espalda. Blas rio.
—¡Dale, Junior! ¡Si me escondés la ropa no nos vamos más!
    El auto de Julián arrancaba en dirección de las casa de Blas.
—¡Dale, Junior!
     Junior empezó a correr por toda la casa, con una sonrisa de pícara diversión.
—¡No, Junior!
    Blas corrió tras él, lo alcanzó y lo rodeó por la cintura con los brazos para que pudiera alcanzar sus manos, que sostenían sus prendas. Pero se distrajo con la nuca de Junior y empezó a darle besitos.
     El auto en el que iba Mauro seguía acercándose, inexorablemente, a la casa del mayor.
—Dame mi ropa… —le decía Blas a Junior mientras le daba besitos en el cuello. Ahora empezaba a hacerlo apropósito para que le soltara sus cosas.
     “No vale”, pensó Junior, que estaba cayendo rendido por los besitos que le daba su novio. Entonces, Junior bajó la guardia, se relajó en los brazos del mayor con esos besos, y entonces Blas logró sacarle la ropa y salió corriendo hacia los bolsos. Junior fue tras él.
—Si esa es tu estrategia para que te devuelva la ropa, con gusto te la saco otra vez.
—¡No, dale, Junior, no nos vamos más sino! —pidió Blas, poniendo los bolsos con la ropa fuera del alcance del otro.
—Me refiero a la ropa que tenés puesta.
    Blas lo miró sorprendido.
—Ah, mirá, directo.
     Junior lo miró pícaro a su novio y rio por su ocurrencia. También se había puesto algo colorado.
     Mauro llegó a la casa de Blas y se plantó frente a la puerta. Tocó timbre. Silencio. Otra vez tocó timbre. Otra vez silencio. Como nadie lo atendía, empezó a desesperarse y a golpear casi con furia la puerta mientras gritaba el nombre de su hijo y el de Blas.
     Pero Blas y Junior estaban riendo y cantando en el auto. Ya habían pasado por una estación de servicio y estaban rumbo a la costa. Mauro pidió que se quedaran vigilando la casa de Blas, la casa de los Guerrico y el bar.
—Mi papá está llamando.
     Junior apagó el celular sin muchas contemplaciones.
—No quiero saber de nadie. No puedo creer que vamos a estar solos unos días. Nadie nos va a romper las pelotas si no queremos… Y lo que menos quiero es que mi papá nos rompa las pelotas. La vamos a pasar bien.
—Si querés, hablo con tu viejo y le digo que deje de joder.
—Mi viejo no sabe nada.
—¿Por qué, Junior?
—No quiero que te haga nada.
—Pero se va a enterar. Es mejor que se lo digas vos.
—Ahora no. Disfrutemos estos días.
     Blas suspiró.
—Está bien.
—Solo nosotros dos.
—Solo nosotros dos.
—Te amo, Blas.
—Y yo te amo a vos, Junior. Y quiero que te quede claro: Si a Mauro le molesta, es cosa de él, que mire para otro lado. Y si no puede mirar para otro lado, si estoy con vos, me enfrento a todo. Y si es por vos, me enfrento mucho más.
      Mauro volvió a la casa de Junior más tarde. Esta vez le abrieron la puerta Romeo y Dante y se pusieron firmes ante él.
—Junior está bien, papá, no te preocupes —le dijo Romeo, lo más calmo que pudo.
—¿Dónde está?
—No sabemos —respondió Romeo de una.
—Y si lo supiéramos, tampoco te lo íbamos a decir —espetó Dante.
—Está con ese pibe…
—Blas —corrigió Romeo—. ¿Y qué te importa con quién esté? Mientras él esté bien. No jodas.
    Horas más tarde, llegaron a la casa de la costa y tuvieron que ponerse a limpiar. Al terminar, exhaustos, se tiraron en el sofá. Junior se acercó a Blas y lo abrazó, quedando su mejilla en su pecho.
—Esas fotos deben estar mal —decía Mauro a Julián. Ambos estaban en la casa de Mauro nuevamente. —Mi hijo no debe ser novio de otro chico, no, no.
—Bueno, se estaban besando.
—Eso no quiere decir nada. Blas puede estar acosándolo. Acá debe haber algo. Mi hijo no es así.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora