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En la mañana, Blas despertó con ganas de abrazar a Junior, que no estaba en la cama. Eso hizo que borrara su sonrisa y abriera los ojos de golpe. Tampoco escuchaba sonido alguno que viniera de la casa. Salió de la cama y recorrió la casa, todo estaba a oscuras. No estaba en el patio, tampoco, en la ducha, ni en la cocina, ni en el living, no estaba.

Buscó por las mesitas, estantes, por si le había dejado alguna nota, tal vez había salido a comprar. También buscó su celular por si le había mandado mensaje o para llamarlo, pero Junior tenía el celular apagado, y luego, cuando cortó, vio el teléfono del chico en el sillón.
      Y no le había dejado ni siquiera una nota. ¿Dónde estaría? ¿Estaría en el supermercado? Pegó una corrida hasta ahí, dio unas vueltas, pero no lo vio. Llegó a la casa y todavía no había aparecido.
      Decidió esperar. Junior era grande, sabía lo que hacía. Pero no conocía el lugar, se podía perder, le podía pasar cualquier cosa. Eran las diez y media de la mañana, se había ido hacía rato, ¿cuánto más podría tardar?
     Se preparó el desayuno y con el corazón en la boca, comía como podía, pensando en Junior. No tenía ni idea de adónde podría haber ido. Estaba pasando el tiempo, Junior no volvía y se estaba empezando a desesperar.
     Doce y media. La una. Ni siquiera un llamado. De vez en cuando, abría la puerta y chusmeaba de aquí para allá y ni rastros de Junior.
     Que él recordara no les había faltado comprar nada. La comida para ese día la habían comprado el día anterior después de comprar los recuerdos.
     ¿Y qué tenía que estar haciendo solo por estos lados? Tal vez necesitaba estar solo un rato, descansar de él, y estaba bien, ¡pero podría haber avisado!
    Él sabía cuidarse, pensaba a ratos, él sabía cuidarse.
    Se desplomó en el sillón soltando un resoplido de preocupación. Agarraba su celular a cada rato para ver si había llamado desde un locutorio y su celular no había sonado o no lo había escuchado, pero nada.
     Las dos de la tarde.
     Se había puesto a ordenar toda la casa, vació la piscina, trató de estar ocupado, pero estaba distraído y en muchas ocasiones no sabía ni lo que estaba haciendo. Como cuando tiró a la basura la cucharita del desayuno que había lavado, en vez de ponerla a secar.
      Las tres.
     No sabía qué hacer, hasta que a las tres y media se escuchó la llave en la puerta, y Blas, que estaba haciendo la cama, dejó todo como estaba y fue corriendo al encuentro del menor.
—¡Buenas tardes, Mi Rulitos! —sonreía Junior. Se sacó el abrigo y lo dejó en el sillón, ante la mirada seria y atenta de Blas.
    Luego, se acercó al mayor y le dio un beso, pero Blas ni se movió y lo miraba serio, con las manos en la cintura. Junior se alejó.
—¿Dónde estabas? —le preguntó disgustado—. ¡Te fuiste hace horas!
—Sí, sí, fui…
—¡No conocés estos lugares! ¡Estabas solo!
—Pará, Blas, no pasó nada.
—¡Podrías haberme dejado una nota! ¡Podrías haber llevado tu celular, llamarme y avisarme! ¡Me asusté!
     Los ojos de Blas empezaron a llenarse de lágrimas.
—Pará, Blas, perdóname, no pasó nada.
—Si querías estar solo, estaba bien, podrías haberme dicho antes.
—Perdón, perdón, perdón, es que fui a comprar algo. Ayer no me alcanzaba la plata, porque habíamos comprado mucho y todavía teníamos que ir a comprar la comida. Pero quería comprarlas desde que las vi ahí.
—¿Horas para comprar algo?
—Me perdí en un momento y después no encontraba el lugar donde las había visto. Y me entretuve viendo otras cosas por si necesitaba algo más.
      Blas se sacó las lágrimas que hacían caído en su rostro.
—Perdóname. ¿Me perdonás?
—¿Qué fuiste a comprar?
     Junior se acercó al abrigo y sacó del bolsillo un paquetito. De ahí sacó dos pulseras rojas mientras nuevamente se acercaba a Blas.
—No son de Brasil, pero… No quería que te enteraras… Iba a ser una sorpresa.
—Podrías haberme avisado.
—Sí, perdón, no sé, era una sorpresa, pero podría haberte dicho, no sé, que iba a ver si llovía.
—Qué tonto —dijo Blas, pero estaba más tranquilo y sonreía—. ¿Nos la ponemos? —preguntó Blas, estirando la mano para agarrar una de las pulseras, pero Junior sacó la mano del alcance de Blas, quien se sorprendió por aquel acto y elevó las cejas.
—No, todavía no.
—¿Por qué? —se sorprendía y confundía cada vez más Blas.
—Aah… —expresó Junior, como diciendo: “Ya vas a ver”.
—¿Estás enojado por cómo te traté?
—¿Vos no estás enojado?
     Blas suspiró.
—Vení acá, bebé —le dijo el mayor, y lo agarró de los hombros para atraerlo hacia sí y abrazarlo fuerte—. Me asusté.
—Perdón.
    Blas se soltó y luego, agarrándolo de la cara, lo besó. Al separarse:
—¿Comiste?
—No —respondió Junior.
—Vayamos a almorzar afuera. Dale.
—Vamos. Pero primero voy al baño.
     Junior entonces fue al baño. Cerró la puerta con rapidez, sacó su celular, que había agarrado de la mesita que estaba al lado del sillón, donde Blas lo había dejado, y llamó a Dante.
—¿Junior? ¿Todo bien?
—Sí, sí, todo bien.
—¿Qué pasa?
—¿Te acordás del día que te hablé de que me gustan los chicos? ¿Y hablamos de Blas? Me dijiste: “Me hago cura solo para casarlos”.

Amor en el silencio (Blasnior)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora