Estoy tan nerviosa que tengo que secarme el sudor de las manos con frecuencia, intentando disimularlo mientras me coloco la chaqueta del uniforme. Es una chaqueta granate oscuro, con numerosos bolsillos, y mucho más ligera de lo que aparenta a simple vista. Con la mirada fija al frente, recorro los últimos pasos que quedan hasta la puerta del despacho del Director de la residencia. Cuando ayer, a la hora de la comida, Víctor me dijo que había pedido reunirse conmigo, entré bastante en pánico. Marta me miró con una expresión similar desde el otro lado de la mesa, y Javi hizo lo mismo, alzando las cejas. Yo respondí a mi jefe con una sonrisa, gesto que no concordaba para nada con lo que sentía en realidad. ¿Por qué iba a querer el director de la residencia hablar específicamente conmigo? Seguro que se debía a mi intervención en el juicio del otro día.
Respiro hondo, en un intento de controlar así mi pulso, que está disparado. Una amplia puerta de madera oscura se alza ante mí, imponente. Tiene una placa plateada en la que se puede leer "Sr. Barusto, Director" con una elegante tipografía oscura. Miro a cada lado del pasillo, sin saber siquiera por qué lo hago. No sé qué necesito más, si alargar este momento todo lo posible para no tener que enfrentarme a ello, o si entrar ya y que termine todo cuanto antes. Finalmente, con una mano temblorosa llamo a la puerta, con dos golpes suaves.
-¡Adelante!-una voz grave me llega desde detrás de la madera, invitándome a entrar.
Giro el pomo con lentitud, respirando hondo una última vez, para descubrir el interior del enorme despacho. Tiene una cristalera detrás del escritorio desde la que se ve el seco paisaje de fuera difuminarse tras el muro.
-¡Oh, Natalia! Te estaba esperando.
El ventanal me ha impresionado tanto que ni siquiera he reparado en el director, que está sentado sobre una silla de cuero negro, que parece ser comodísima. Es un hombre de unos cuarenta y tantos, quizás incluso llegue a los cincuenta, pero está en forma. Se nota que esconde las canas con un tinte oscuro, seguramente para aparentar juventud. En su rostro se dibuja una sonrisa que, muy lejos de tranquilizarme, hace que me ponga más alerta aún.
-Buenos días, señor. Eso me había comentado Víctor-le digo, con una voz más firme de lo que esperaba.
-Ven, toma asiento-estira una mano hacia una de las sillas que descansan frente a él, al otro lado de la amplia mesa de madera.Obedezco en silencio, volviendo a colocarme la chaqueta para poder así secar el sudor de las palmas de mis manos. Cuando me acerco, me invade un olor a colonia tan fuerte que me resulta hasta desagradable, aunque probablemente sea culpa del nudo que hay en mi estómago. Acabo de entrar y ya estoy deseando salir de aquí.
-Bueno, Natalia Lacunza, ¿no es así?-hace una leve pausa, y yo asiento lentamente con la cabeza a modo de respuesta-Entraste hace seis años en la patrulla de Víctor, una de las mejores que tenemos ahora mismo. Habéis arrestado a multitud de salvajes, y no solo eso, también habéis sabido mantener el orden dentro de nuestra residencia sin ningún tipo de problema. Tú, concretamente, has resuelto más de veinte redadas. Son unos datos magníficos.
Mi cabeza da vueltas intentando procesar de qué está hablando. ¿Resumir todos mis logros es la introducción perfecta para despedirme? Joder, no me han despedido nunca. ¿Y ahora qué voy a hacer?
-Sí lo son, señor-esta vez, mi voz suena más temblorosa que antes.
-Por supuesto que lo son, es digno de presumir de ello.
-Estoy bastante orgullosa-le digo, mostrando una de mis mejores sonrisas.
-¿Lo estás?-su tono cambia, suena amenazante.
-Claro, señor-titubeo.El director me atraviesa con su mirada fría, como si me estuviera escaneando en busca de algún gesto que indique que miento. Tengo que mantener la compostura mejor que nunca, pero tiene unos ojos tan intimidantes que me cuesta muchísimo. Al final termino desviando la mirada hacia sus manos, que se entrelazan sobre el escritorio, entre su torso y el mío. Eres idiota, Natalia.
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Sempiterno || Albalia
Fanfiction"-Nat, ¿tú crees en el destino?-Alba gira su cabeza, apoyada en mis piernas, hacia mí. -¿Y esa pregunta? -No sé. ¿No la contestas? -No sé si en el destino como tal-respondo, arrastrando la manta que cubre su cuerpo hasta su hombro-. Creo que eso es...