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Como me imaginaba, la tarde ha sido de lo más aburrida. Una mísera pelea de una pareja ha sido lo único que ha interrumpido mis paseos por los fríos pasillos de la residencia. El resto del tiempo lo he dedicado a caminar, atenta a cada movimiento a mi alrededor. Aunque los dos así son aburridos, prefiero esto muchísimo antes que estar ahí fuera dando cada a la gente.

El turno por fin ha terminado a las ocho, así que me dirijo a la planta baja con la esperanza de que el comedor no esté muy lleno aún. Sin embargo, el pitido agudo de mi teléfono interrumpe mi paseo, lo cual solo puede significar que hay algún tipo de urgencia.

-Agente Lacunza.
-Natalia, vente a la puerta corriendo. Nos vamos de redada.
-¿Ahora?-pregunto, extrañada.
-¡Sí, corre!-me apura Marta al otro lado de la línea.

Veo a lo lejos la cola que hay en los ascensores y decido que lo más rápido va a ser tomar la escalera, así que apuro mi paso hacia la puerta. La abro de un golpe y empiezo a bajar los escalones de dos en dos, como si me fuera la vida en ello, hasta que llego a la primera planta, medio mareada y con el corazón en la boca. Apenas paro unos segundos para coger aire y vuelvo a ponerme en marcha, para ver a dos patrullas de agentes reunidas tras la puerta principal de la residencia. Sea lo que sea lo que hayan visto ahí fuera, es algo fuerte.

-¿Estamos todos?-pregunta Ale, el jefe de la otra patrulla.
-¡Sí!-responden varios, al unísono.

El sol ya casi se ha escondido del todo, así que me cuesta contar en la oscuridad, pero al final consigo descubrir que estamos 14 personas, para dividirnos en dos furgonetas, más otras dos que nos seguirán. Giro la cabeza una última vez hacia la residencia antes de subirme al vehículo, y entre los curiosos reconozco la cara de Alba, observándome directamente a mí. A su lado, la chica del mostrador tiene la misma expresión que ella, una mezcla entre sorpresa, confusión e incluso miedo. Seguramente no estén acostumbradas a ver este revuelo por parte de los agentes y estarán preocupadas por si está ocurriendo algo grave.

-¿Sabes qué ha pasado?-me pregunta Javi, a mi lado.
-¿Yo? Yo solo sé que me ha llamado Marta metiéndome prisa para que me reuniera con vosotros.
-¡Ha pasado que han localizado un refugio de salvajes!-exclama Héctor, desde el asiento del copiloto-¡Vamos a cargarnos a toda esa gente, joder!

Lucía sonríe, pero parece estar mucho menos segura de esto que Héctor. Yo, sin embargo, siento que me derrumbo por dentro. Le dirijo a Javi una mirada en la que le digo todo lo que no le puedo decir en alto: "Dime que no es verdad que vamos a arrasar con toda esa gente". Él se limita a posar una mano sobre mi rodilla, aunque no consigue que deje de mover la pierna de arriba a abajo, nerviosa.

La furgoneta nos lleva por un camino de tierra bastante irregular, así que el traqueteo de la carrocería es lo único que escuchamos durante el trayecto. Ni siquiera Héctor, que está emocionado y se muere de ganas por llegar, dice media palabra.

-Vale, chicos-habla al fin Víctor, parando la furgoneta de pronto-. El resto del camino lo tenemos que hacer a pie. En cuanto nos juntemos con la patrulla de Ale, elaboraremos el plan con mayor detalle. Por ahora, ya sabéis cómo trabajamos nosotros: siempre os respaldaréis de dos en dos. Javi y Natalia; Marta y Joan; y Héctor y Lucía. Independientemente del plan de ataque que se decida, esta regla se mantiene, ¿está claro?
-Sí-contestamos los seis, como si fuéramos una sola persona.
-Y, por favor, tened cuidado-dice mientras abre la puerta para encontrarse con Ale, que acaba de aparcar a nuestro lado.

Sé que esta redada es especial porque nunca nos habíamos enfrentado a un refugio completo; pero, aún así, hay algo en el tono de Víctor que me ha puesto nerviosa. Marta, a mi lado, me coge la mano mientras formamos un círculo irregular para poder hablar mejor. Yo me fijo en sus uñas nuevas, espero que le aguanten a la redada de hoy o será dinero perdido. Entre Ale y Víctor nos explican la situación y cómo vamos a atacar. Nos dividimos en grupos de cuatro, excepto ellos dos, que irán solos. Nos dan nuestros auriculares para que mantengamos en todo momento la comunicación entre todos, y nos reparten las armas. El frío tacto del metal me pone aún más nerviosa: aunque entrené mucho con ellas, es la primera vez que nos dan una para una redada, ya que solemos utilizar únicamente el taser. En silencio y, camuflados entre las ramas y la oscuridad, emprendemos nuestro camino tal y como nos han indicado. Javi y yo vamos con Ana y Gonzalo, de la otra patrulla, hacia la parte trasera del edificio que hay a unos cien metros de donde hemos dejado las furgonetas. Es un edificio pequeño medio destruido, cubierto por plantas enredaderas que le dan un aspecto bastante siniestro. Una vez en nuestras posiciones, nos colocamos bien los cascos y chalecos que nos han dado por protección, y nos miramos entre los cuatro a la espera de que nos den la señal. Javi posa una mano sobre mi hombro, y me pesa más que nunca, no sé si por los nervios o por lo poco que me agrada la situación en general.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora