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-Ya veo que sigues comiendo igual de despacio, ¿eh?-se ríe mi padre, apartándome un mechón de pelo de la cara con ternura.
-¡Déjala! Mejor eso a que se atragante.

Levanto la mirada del plato y me encuentro con ambos observándome casi diría que con adoración, como si fuese una especie de aparición divina.

-¿Podéis dejar de mirarme así?-me ruborizo-. Me estáis poniendo nerviosa.
-Ay, hija, es que me parece tan increíble tenerte aquí-mi madre se aparta rápidamente una lágrima del ojo, y no puedo evitar sonreír.
-Lo que es increíble es que estéis vosotros aquí-le corrijo, y estiro una mano hacia ella para que la acoja entre las suyas-. Pero por favor, no me miréis como si fuese una niña de tres años. Por raro que os pueda parecer tengo veintisiete y soy bastante adulta ya.
-Ya lo sé, hija. Vamos a tener que adaptarnos a esto, los tres-suspira mi padre.
-Es raro-reflexiono en voz alta, soltando la cuchara sobre el plato-. He aprendido a ser yo sola, ¿sabes? Porque estaba la Mari y estaban mis amigos y la gente del Refugio, pero yo tuve que adaptarme a estar sola de un día para otro. Y me costó mucho trabajo, y ahora estáis aquí... ¿Está bien que no sepa cómo sentirme?
-Claro que lo está, Alba. Ni siquiera nosotros lo sabemos.
-¿De verdad?-me alivia un poco saber eso, porque me estaba empezando a sentir mal por no ser la alegría personificada.
-Claro-responde mi padre-. Para nosotros también es raro todo esto. La última vez que te vimos tenías diecisiete años y estabas estudiando y de pronto nos encontramos con una hija con la vida resuelta ya.
-Bueno, eso de resuelta...-murmuro.
-Vamos a tener que tomarnos esto con calma, y darnos tiempo los tres, para no agobiarnos.
-Gracias-sonrío, algo más tranquila tras haber tenido esta conversación-. No es que no me alegre de esto, de verdad, claro que lo hago. Es solo que... Son tantas cosas en tan poco tiempo que no siento ni que me estén pasando a mí.
-No te preocupes, Alba, tenemos tiempo-mi madre agarra mi mano por encima de la mesa y me sonríe de una forma que hace que sienta que me puedo abrir.
-Al principio...-suspiro-, al principio os culpé a vosotros, por salir a por mí cuando solo era un berrinche tonto. Pero luego empecé a culparme a mí misma, porque si no hubiera ido a ningún lado, vosotros no habríais tenido que ir a buscarme.
-Alba, la culpa no fue de nadie.
-Ya lo sé, pero siempre he tenido ese sentimiento de culpa aquí dentro, siempre ha habido una voz preguntándose cómo serían las cosas si no me hubiera marchado así.
-No podemos saber cómo serían. Y ahora estamos aquí, los tres juntos, y no hay que hacer más caso a ninguna voz, ¿vale?
-Lo siento-murmuro con la cabeza gacha, casi avergonzada por tener que pedirles perdón por culparles a ellos.
-No tienes nada que sentir. Venga, yo recojo esto, id a sentaros vosotras-se ofrece mi padre tras apretarme el hombro con cariño.
-No, da igual, yo os ayudo-cojo mi plato y mi vaso mientras me pongo en pie, pero me los quita de las manos.
-No, no, me niego. Te toca relajarte.
-Como si fuera muy fácil relajarme mientras como con unos padres que llevaban diez años muertos-respondo casi más para mí que para ellos-. Perdón, es que...
-Anda, hazle caso a tu padre y vamos al sofá.

Mi madre casi me arrastra hasta el salón, y nos sentamos una al lado de la otra. Me encantaría que esto fuese como había imaginado, todo bonito y feliz y risas y diversión. Así debería ser, ¿no? Pero no soy capaz de sentirme cómoda del todo, supongo que lo conseguiré con el tiempo. También debe ser normal estar tensa con esta situación, por mucho que fueran mis padres, diez años es mucho tiempo sin verles y ahora somos casi extraños entre nosotros.

-Estás guapísima con ese pelo, Alba-me dice sin dejar de sonreír-. Te sienta bien el flequillo.
-Gracias, mamá-hago una mueca con la boca-. Se me hace raro llamarte mamá después de tanto tiempo sin usar esa palabra en alto.
-No hace falta que me llames mamá. Puedo ser Rafi, ¿vale? Total, ya me llamabas así desde que eras una renacuaja.
-Es que Rafi mola-sonrío, acordándome de cómo fingía picarse cuando la llamaba así de pequeña.
-Pues Rafi entonces.
-Pues gracias, Rafi.
-¿Pero cómo que gracias? Solo hay que tener dos ojos en la cara para ver lo guapísima que eres.
-Eres una exagerada-me río, e intento disimular el rubor que ha llegado a mis mejillas.
-Lo digo en serio. Seguro que hay alguien que se ha fijado también, ¿eh?
-¡Rafi!-la riño. Lo indiscreta no lo ha perdido en estos años.
-¿No lo hay?-alza una ceja, con aire interrogante.
-Bueno-mi voz se hace pequeñita al pensar en Natalia y en su sonrisa emocionada al aprender algo nuevo, y en sus manos moviéndose como si su cerebro no pudiera procesar tanta emoción.
-¡Lo sabía!-exclama, y se recuesta en el respaldo del sofá, girada hacia mí-. Esos ojitos no mienten. ¿Quién es el afortunado?
-En realidad...-carraspeo, imitando su postura-. En realidad es una chica.
-Ah, perdona-se pone seria, como asustada-. Perdón, Alba, yo no sabía... Perdona, estoy más vieja y más tonta.
-No te preocupes, es normal-sonrío para tranquilizarla-. No pasa nada.
-¿Quién es la afortunada entonces?
-Pues se llama Natalia. Y era agente en la Residencia, pero no es mala-me apresuro a aclarar cuando veo su cara al decir que era agente-. Conocía el Refugio y nos ayudaba mucho.
-Eso está bien-sonríe, más tranquila.
-Es...-hago una pausa, pensativa. No sé por qué una parte de mí siente que hablarle de Natalia está bien-. Es muy alta, es tan alta y tan guapa que de primeras la ves e intimida, como si fuera a molestarle hasta que la miraras. Pero luego la conoces y es todo lo contrario, abre la boca y es diminuta.
-No hay que fiarse de lo que dicen las apariencias.
-En su caso no, nada de nada. Impone mucho hasta que se pone a dar saltitos porque ha probado una comida nueva que le ha encantado.
-Suena maja-me dice, sonriendo con ternura.
-Lo es-suspiro.
-¿Pero estáis en serio o es un rollo de esos de los jóvenes? ¿O ya eres demasiado mayor para un rollo de esos? Ay, hija, es que no me hago yo a la idea de que seas una adulta ya.
-Va a costar acostumbrarnos-le digo, y me abrazo las rodillas, acoplándome del todo en el sofá. ¿Hasta qué punto se supone que una persona de veintisiete años le habla de su vida amorosa a su madre? Yo me quedé en los diecisiete, cuando te da todo demasiada vergüenza como para contarle nada. Pero con veintisiete... creo que ahora es distinto, como de igual a igual, una conversación entre dos adultas-. Y no es un rollo de esos de adolescentes-me río un poco-. Es en serio, bastante en serio.
-¿Pero cómo qué bastante? ¿Cuánto lleváis juntas, os vais a casar? ¡Miguel Ángel, que se nos casa la niña! ¡Que ya no es una niña y se casa!
-¡Rafi!-vuelvo a soltar una carcajada cuando veo a mi padre aparecer por la puerta con la cara pálida y el estropajo en la mano-. ¿Pero cómo sacas esas conclusiones? ¡Yo no he dicho eso!
-Bueno, pero es que "bastante en serio" significa "bastante en serio", ¿no?
-¿Pero te casas? ¿Con quién?
-Con Natalia-le dice mi madre-, su novia. Que van super en serio.
-Ahora me acuerdo de por qué no os quería contar nada de mi vida amorosa.
-Cariño, pero entiende que nos alteremos.
-Que la última vez que te vimos tenías diecisiete años y ahora te vas a casar-mi padre se sienta en el brazo del otro sofá con la mirada perdida.
-¡Por dios, no me voy a casar! No me voy a casar, eso ha sido cosa de la Rafi, pero yo no he dicho eso.
-¿No lo has dicho?
-No lo ha dicho-admite mi madre.
-Solo le estaba contando que..., pues que tengo pareja, tengo novia-noto cómo se encienden mis mejillas, nerviosa-. De todas formas, no sé por cuánto tiempo.
-¿Y eso?-mi madre se inclina sobre mí, preocupada, porque mi tono de voz ha cambiado considerablemente con la última frase.
-Pues anoche la pillaron cuando estaba saliendo de la Residencia y...-siento un escalofrío recorrerme la espalda y fijo mi mirada en la tela del sofá mientras suelto todo el aire que tengo en los pulmones-. Y no sabemos cómo está.
-Seguro que está bien-susurra mi madre, cogiéndome la mano.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora