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Necesito salir de aquí, irme y sentirme limpia. Necesito que me saquen de la cabeza esta culpabilidad y estos impulsos por ponerme a gritar que es a mí a quien tienen que pegar, que soy yo la persona que están buscando. Y sé perfectamente quién me puede ayudar con eso. Dejamos a Diego de nuevo en su celda, pero esta vez con unas gafas rotas, un rostro magullado y muchas menos fuerzas de las que tenía cuando le sacamos de aquí, y no me paro ni a mirarle, ni a ofrecerle un pañuelo para que se limpie, como he hecho otras veces tras los juicios. No lo hago porque sé que si me paro a observar cómo está, me va a resultar mucho más difícil de lo que ya está siendo mantenerme tranquila. Salgo casi corriendo haciendo caso omiso a Marta, que me llama varias veces en un intento de que pare y le escuche. Lo siento, Marta, lo que necesito ahora no es pararme y escucharte.

Había quedado con Alba en el comedor después del juicio, y efectivamente, cuando me acerco a la puerta la veo, dedicándome una amplia sonrisa. Sin embargo, cuando me aseguro de que me ha visto, en lugar de seguir avanzando hasta ella y entrar al comedor para cenar como se suponía que íbamos a hacer, me doy la vuelta y echo a andar hacia los baños del jardín, que es el único sitio más apartado que se me ocurre. Lo siento, Alba, fingir que somos amigas tampoco es lo que necesito ahora, necesito que me borres el asco de la piel a mordiscos y lametones. Sé que me sigue, así que no me giro para comprobarlo, y continúo andando con determinación hasta los baños que tan familiares son para mí.

-¿Nat? ¿Qué pasa?-está cerca, pero también lo suficientemente lejos como para que me dé tiempo a comprobar que efectivamente están vacíos, antes de que ella entre tras mí.

Cuando lo hace, y habiendo comprobado ya que no hay nadie más aquí, me giro hacia ella con quizás demasiada brusquedad, y me lanzo a su boca. Mi movimiento la desestabiliza y confunde un poco, pero enseguida me devuelve el beso. Aunque esto está vacío, la empujo sin despegarme de ella hasta uno de los cubículos para asegurarme de que, si de pronto entrara alguien, no podría vernos.

-¿Y esto?-se ríe, separándose para coger aire.
-Bésame-le gruño, atacando esta vez su cuello.

Repaso con la lengua cada uno de sus lunares y subo con la misma urgencia hasta su oreja, arrancándole un gemido de los labios cuando muerdo su lóbulo.

-Nat-esta vez ella también gruñe, pero no me besa. Joder, Alba, bésame y límpiame.
-Por favor-le pido-, cállate y bésame.

Sin previo aviso, introduzco la mano por debajo de su jersey y acaricio con urgencia desde el ombligo hasta el pecho, buscando escuchar otro gemido que me diga que no soy un monstruo, que al menos ella me desea, que no todo lo que soy está mal. Pero no lo escucho, no me lo da, así que decido cambiar el rumbo de mi mano con desesperación. Vuelvo a su boca, a sus labios, a recorrerlos con la lengua en un intento de así despertar la suya y que me corresponda, pero la única respuesta que obtengo son sus manos frenando con delicadeza la mía, que intentaba desabrochar sus vaqueros con torpeza. Y aunque responde un poco a mi beso, con la respiración entrecortada, luego se separa y me mira con unos ojos llenos de preguntas, y de amor.

-Nat-repite, pero esta vez en un susurro, mientras sube las manos hasta mis mejillas-, ¿qué pasa?
-¿Qué va a pasar? Estoy cachonda y quiero un polvo rápido antes de cenar-me encojo de hombros, como si así me fuera a convencer también a mí misma de que todo esto es solo por eso-. Por favor, bésame.

Pero la desesperación en mi voz me delata, delata que esto va más allá de estar cachonda, que es una necesidad. Es desesperación por sentirme querida y por borrar de mi cabeza las imágenes del juicio, por dejar de sentirme asqueada de mí misma, aunque solo sea mientras consigo que Alba alcance el orgasmo. Intento volver a refugiarme en la suavidad de sus labios, pero con un movimiento suave me separa de ella.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora