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-¿Qué tal ha ido el juicio?
-Mal. Muy mal.

Javi suspira al escuchar mi respuesta y rodea mis hombros con su brazo, como si así me fuese a sentir mejor. Realmente, si le preguntase a cualquier otra persona, le diría que ha ido bien. El hombre que arrestamos hace unos días, que ha resultado llamarse Jon, ha contestado a todas las preguntas que le han hecho, no ha habido apenas violencia en toda la hora que ha durado el juicio, y al terminar le hemos llevado de vuelta a su celda. Sin embargo, mi respuesta ha sido esa por varios motivos. Por un lado está lo agotador que es fingir que me agrada todo esto, que me alegro de ver tras las rejas a este hombre sabiendo que ha dejado solos a dos niños pequeños. Y por otro, precisamente si no supiera ese dato, no sabría que ha mentido en al menos una parte de las preguntas que se le han hecho. Pero lo sé y sé que puede meterse en un lío mucho peor y que como los superiores se enteren de algo toda la calma que ha habido en el juicio de hoy va a desaparecer. Y por si fuera poco, Marta está histérica con todo este tema.

-Voy a ir a ver si me despejo un poco, ¿vale?
-Sí, intentalo. Últimamente siempre andas de bajón y no me gusta nada verte así.

Me despido con un gesto rápido y echo a andar por el pasillo sin saber muy bien a dónde ir pero teniendo claro que quiero alejarme de aquí. A veces me agobia mucho la residencia porque, a pesar de ser un edificio enorme, me siento un poco atrapada. Es como que, vaya a donde vaya, voy a estar rodeada de paredes blancas y de gente. Y últimamente lo de la gente me agobia más de lo que lo ha hecho nunca. ¿Dónde puede ir una para conseguir un poco de calma?

Como si contase con un interruptor que se enciende de pronto, mi mente me da la respuesta: las escaleras. En un edificio con más de treinta plantas, ¿qué clase de persona va a moverse por las escaleras? Echo a andar con decisión y, en cuestión de unos minutos, llego a la gran puerta que da acceso a las escaleras del edificio. La pared que da al exterior está cubierta por una cristalera enorme que cubre desde el suelo hasta el techo, y decido sentarme junto a ella para alejarme aún más de la gente. Fuera, el paisaje seco que estoy acostumbrada a ver desde las plantas más altas parece estar más calmado que nunca. Ni siquiera hay pájaros volando alrededor del edificio, como si hubieran decidido esconderse para no irrumpir el silencio y la quietud que reina hoy. Una quietud que ya me gustaría sentir a mí, un silencio que envidio. En contraste con el paisaje de fuera, mi mente no puede parar, o no quiere, de pensar en qué le va a pasar a ese hombre si se enteran de sus mentiras, en qué va a pasar conmigo si lo hacen, en por qué todo se me hace tan cuesta arriba desde hace unos meses. Es como si tuviera a cientos de mosquitos revoloteando alrededor de mi cabeza y ninguno se callase en ningún momento.

En un intento por acallar a los molestos mosquitos de mi mente, cierro los ojos, como si de esa forma fuese a conectar con la calma de fuera. Sin embargo, como si los astros se hubiesen alineado en contra de mi tranquilidad, una puerta se abre a unos metros de mí y una voz que ya soy capaz de reconocer me obliga a abrir los ojos.

-¡Oye, me has robado mi sitio!-se queja la bajita, cuyo nombre aún sigo sin saber.
-¿Tu sitio?-suspiro.
-Sí, mi sitio. Las que no podemos salir al bosque tendremos que buscar algún sitio para pensar con tranquilidad, ¿no?

Como si le hubiera invitado a hacerlo, se acerca subiendo con rapidez los escalones que dividen el decimocuarto piso de la entreplanta, y se sienta frente a mí.

-Es raro verte sin el uniforme-comenta tras unos segundos observándome con detenimiento-.¿Lo has dejado?

Al hacer esa pregunta, un tono inocente de ilusión invade su voz, consiguiendo que resople.

-Ya te dije que no puedo.
-Te estaba buscando-cambia de tema.
-¿A mí?
-Sí, a ti, el otro día me evitaste.
-No lo hice.
-No, qué va.
-Tenía que ir a darme una ducha-respondo, tratando de cerrar el tema sin tener que darle la razón.
-Ya.
-Además, ¿por qué iba a evitarte si ni siquiera sé cómo te llamas?
-Alba Reche, encantada-estira su mano derecha hacia mí.
-¿Ya no me odias, Alba Reche?-pregunto, ignorando su gesto.
-Puede que no tanto-hace una pausa para achinar los ojos, pensativa-, ¿agente?
-Natalia-digo al fin-. Natalia Lacunza.
-Pues eso, que Natalia Lacunza me evitó el otro día.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora