Cierro los ojos, aprovechando el sol que hace varios días que no daba señales de vida siquiera, desde la terraza de la casa de mis padres. Quedé con ellos el martes en venir a comer a su casa hoy, y entre esto, el trabajo que he estado haciendo para el estudio y las visitas de Natalia a la psicóloga y el hospital, no nos hemos visto más desde el miércoles. Sonrío un poco al recordar cómo fue el final de nuestra cita (porque visto lo visto ya me he permitido a mí misma llamarlo así), y el abrazo que me dio antes de que entráramos cada una en nuestro piso. Fue como uno de los nuestros, de los que se agachaba para quedar a la altura de mi hombro. No sé si lo hizo por inercia, por comodidad o porque una parte de ella recordaba el gesto, pero a mí me ha tenido sonriendo como una tonta estos tres días. Cada vez está más cerca de recuperarse, o eso parece, al menos; así que estoy deseando verla esta tarde, que es cuando hemos quedado para que vaya a ver a Bruno y Lucas. El sonido de las llaves abriendo la puerta principal nos trae a mi madre y a mí de vuelta a la realidad, porque significa que ya ha llegado mi padre con el pan que nos faltaba y que podemos ponernos a comer. Antes de sentarnos fuera a esperar dejamos la mesa puesta y la comida lista para servir, así que cuando él llega solo tenemos que sentarnos a la mesa y servir. Les cuento cómo ha ido todo en los cuatro días que he ido al estudio, e intentan poner entusiasmo cuando les explico lo de las pieles falsas, pero veo en sus caras que les pasa un poco como a Natalia y en el fondo les da grima.
-Ayer me dijo Bruno que hoy vais a ir al parque-me comenta mi padre.
Siempre se le dieron muy bien los niños, así que después de la debida formación, como un año después de que ellos llegaran a Barcelona, empezó a dar clases en un colegio. Él mismo movió los pocos hilos que podía para escolarizar a los peques que llegaron con nosotros hace ya cerca de un mes, y es en su cole donde han acabado entrando la mayoría de ellos. A Bruno, según nos cuenta, le está costando un poco adaptarse a todo eso del cole, pero con él ha hecho buenas migas porque sabe que es mi padre, y eso le inspira confianza de algún modo, supongo.
-Ah, sí-respondo después de tragar-. Hemos quedado con Natalia, quería verles.
-¿Tu Natalia?-pregunta mi madre.
-Sí.
-¿Pero...
-No, no se acuerda de ellos. Pero el otro día me lo pidió y no vi que fuese una mala idea. O sea, si ella quiere, no creo que sea algo malo.
-A mí me parece bien-sonríe él-. Bruno me había chivado ya lo de Natalia y está la mar de contento.
-¿Sí?-pregunto yo. Más o menos lo sabía, porque cuando les dije que iríamos hoy al parque y que Natalia también vendría montaron los dos una fiesta-. Les intenté explicar que tienen que tener cuidado con ella porque ha estado un poco mala, porque no sabía cómo explicarles lo de la amnesia.
-Te sorprendería lo inteligentes que pueden llegar a ser los niños-me dice él, y mi madre asiente para darle la razón.Terminamos de comer mientras les cuento los avances que va habiendo con Nat, omitiendo el detalle de que recordaba que estaban muertos, porque le prometí a ella que sería nuestro secreto. Les hablo por encima de la conversación en la terraza del martes por la noche, y de la tarde del miércoles. Cuando estás tan acostumbrada a que falte alguien en tu vida y esa falta lleva siendo rutina tantos años, ni siquiera echas de menos. O sea, claro que echas de menos, y que la pérdida no se supera, como muchos dicen. Lo que quiero decir es que tu cuerpo está tan acostumbrado a no tener a esa persona que ya no echas en falta las conversaciones que tendríais, las bromas por las que os reiríais juntas..., sino más bien su presencia. Al menos, eso me pasaba a mí con mis padres. Al principio sí que echaba en falta poder contarles que había discutido con Julia o que estaba agobiada con algún trabajo de clase; pero eso acabó convirtiéndose en echar de menos la figura de mis padres, porque esas conversaciones ya las tenía con otras personas. O eso es lo que yo creía, porque ahora que estoy aquí con ellos, comiendo y contándoles cómo avanzo con mi novia que no sabe que es mi novia, me doy cuenta de que en realidad sí que echaba esto de menos. Creía que estar acostumbrada a que no estuvieran en mi día a día había hecho que no echase de menos sentarme con mi madre a contarle lo mal que me caía mi profesor de dibujo, pero en realidad sólo era eso: costumbre. Nuestros cuerpos se amoldan rápidamente, por supervivencia, a las circunstancias, y el mío estaba tan amoldado a no tenerles que creía que lo único que echaba de menos era a ellos como padres, cuando en realidad echaba de menos la cotidianeidad de sentarme al sol con mi madre o de que mi padre nos contase cualquier cosa que le había pasado durante el día. Recogemos la cocina entre los tres porque les insisto en que quiero ayudarles. Aún no se han acostumbrado ni a tenerme por aquí ni a que sea ya una adulta, así que siguen queriendo tratarme entre algodones, como si a la mínima me fuese a volver a ir.
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Sempiterno || Albalia
Fanfiction"-Nat, ¿tú crees en el destino?-Alba gira su cabeza, apoyada en mis piernas, hacia mí. -¿Y esa pregunta? -No sé. ¿No la contestas? -No sé si en el destino como tal-respondo, arrastrando la manta que cubre su cuerpo hasta su hombro-. Creo que eso es...