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-Está bien-susurro, después de cinco minutos de silencio entre ambos sillones, mi cabeza sujeta por las palmas de mis manos, mirando al suelo, la de Víctor quien sabe cómo, hace demasiado que no le miro como para saberlo.
-¿Estás segura?
-Sí-hago una pequeña pausa-. Ahora que sé todo esto no voy a ser capaz de quedarme de brazos cruzados.
-Está bien-espera, dándome tregua hasta que levanto mi mirada hacia la suya-. ¿Quieres que te enseñe esto?
-Supongo que sí.

Víctor se levanta para poner su enorme mano sobre mi hombro, como en una especie de gesto cariñoso, o de apoyo, que nunca había visto en él a pesar de la buena relación que hemos tenido en todos estos años. Empiezo a caminar detrás suya pero enseguida retrocede un par de pasos para ponerse a mi lado, como si quisiera mostrarse igual a mí, y no superior de ningún modo.

-Bueno, pues este es el hall-empieza a hablar una vez llegamos al centro de la estancia-. La puerta por la que hemos entrado es la que conecta con la residencia, para los aliados de dentro.  Aunque hay un par más por ahí que ya te enseñaré, esa es la principal y la que más usamos porque es la que mejor disimulada está.
-No hace falta que lo jures-le digo, a lo que él me responde con una sonrisa.
-Aquí no hay treinta plantas, ni despachos, ni restaurantes, ni tiendas. Es más bien como una especie de campamento. Tenemos las habitaciones, el comedor con su cocina, y el hall. No necesitamos mucho más: algunos espacios comunes para pasar el tiempo, unos más grandes que otros, y poco más.

Nos cruzamos a un par de personas que sonríen a Víctor y a mí me miran con un poco de recelo, pero ahora que sé qué es este sitio, puedo comprenderlo. No es ninguna tontería, es algo peligroso y que si cae en manos de ciertas personas puede conllevar unas consecuencias escalofriantes; es totalmente lícito que sean recelosos con los nuevos aquí. Por mi parte, intento decirles con la mirada que su secreto está a salvo conmigo.

-Por allí está la puerta que da al Exterior-Víctor señala hacia el fondo del hall, aunque no consigo ver la puerta a la que se refiere-. Eso te lo puedo enseñar otro día. Y aquí está el comedor.

Abre una puerta grande a su izquierda, y me muestra una sala más o menos del mismo tamaño que el hall pero llena de mesas largas y bancos. Hay poca gente comiendo y me doy cuenta de que debe ser porque ya es bastante tarde.

-Allí al fondo está la cocina, pero no funciona como en la residencia. Aquí nadie tiene un trabajo concreto, sino que más bien cada uno ayuda en lo que puede; así que los cocineros van cambiando cada día.
-¿Cómo se organizan?
-Buena pregunta-se ríe-, yo tampoco lo he llegado a entender nunca. Ven, te voy a enseñar las habitaciones.

Salimos del comedor para retomar nuestro camino por el hall, que ahora tenemos que atravesar hasta la otra punta. Mientras andamos, nos cruzamos a una mujer con los ojos rojos y la cara hinchada que parece llevar horas llorando, abrazada a otra casi igual de afligida, y es entonces cuando realmente entiendo que toda esta gente podían ser familiares o amigos de los que han muerto hoy en manos de mis compañeros de patrulla, y un escalofrío recorre mi cuerpo de principio a fin. De pronto me siento sucia, tan sucia que siento náuseas. Estoy conociendo su secreto y descubriendo su hogar cuando hoy mismo he sido partícipe de la desgracia que ahora lloran. Víctor, que se ha dado cuenta de mi cambio de ritmo, se para a mirarme y suspira, entendiendo lo que me ocurre.

-No ha sido tu culpa-dice con firmeza, como si pudiera escuchar todo lo que está pasando por mi mente.
-Podía haberlo evitado.
-No podías, y no deberías torturarte con eso.
-Sí podía-torturarme con la culpa es uno de los pasatiempos favoritos.
-Natalia, escúchame-con un tímido movimiento levanta mi barbilla hacia él, para asegurarse de que le miro a los ojos-. Lo que ha pasado hoy no ha sido responsabilidad tuya. Simplemente has tenido la mala suerte de estar allí. Y te aseguro que aquí nadie va a juzgarte por eso, ¿vale? Ahora eres una más de nosotros y nadie va a odiarte por ser agente porque, a partir de ahora, vas a ayudar a muchísima gente.
-No ayudas haciéndome sentir tanta responsabilidad-intento bromear, y dejo que me rodee los hombros con un brazo en un gesto tranquilizador.
-Venga, anda, que ya estamos llegando.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora