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-Que estoy bien-se queja con un hilo de voz y los ojos cerrados.
-Bien hasta arriba de fiebre, Albi-suspiro, comparando una vez más la temperatura de su frente y la mía. Está ardiendo.

Lleva ya cinco días entre estornudos, mocos y algunos brotes febriles, pero nada como lo de hoy: no deja de temblar y tiene el rostro contraído, fatigado, además de más pálido de lo normal.

-Venga, que ya queda poca-levanto la cuchara de sopa en su dirección, y la recibe entre quejas.
-No se me ha olvidado cómo se come, Nat.
-Ya, pero es que si no te la doy yo no comes.
-Porque no tengo hambre-se queja, mirándome con ojos brillantes.
-Eso es culpa de la fiebre, pero te va a venir bien, ya verás. Toma.

Le doy una última cucharada y decido perdonarle el culo que queda en el bol, por no insistirle demasiado. Mientras poso la bandeja en el suelo, lo suficientemente alejada, ella se revuelve entre los cojines, tapándose hasta arriba con la manta.

-Cariño, eso no te va a servir para que baje la fiebre.
-Ven y calla-me ordena, levantando la manta con los ojos cerrados.

Obedezco enseguida, tumbándome a su lado, y ella no tarda en acurrucarse en busca de mi cuello. Yo aprovecho para bajar un poco la manta, a pesar de sus quejas a modo de gruñidos por el frío. Y es verdad que lo tiene, en cuestión de segundos veo cómo el brazo que reposa sobre mi pecho se eriza por completo, pero consigo distraerle con caricias.

-Te vendría mejor estar en una cama-le indico por quinta vez en el tiempo que llevamos aquí.
-Me da igual-responde enfurruñada. Ella me explicó la primera vez que no le apetecía moverse hasta su habitación en la Residencia y que tampoco quería meterse en una de las literas del Refugio rodeada de gente. "Aquí podemos estar nosotras, así", dijo abrazándome con fuerza. La fiebre le pone de un mimoso que no le había visto antes.
-Pero no te enfurruñes así-le doy un toque en la nariz-, es solo que el suelo no es lo más cómodo del mundo.
-Hay cojines-se justifica-. Y no me quiero mover, porfa.

Tres añitos tiene con ese puchero. Suspiro, a sabiendas de que no voy a conseguir convencerla de nada, y cierro los ojos yo también. Con la fiebre es cuestión de esperar a que baje, y ya sé que no hay que temerla porque simplemente es un mecanismo de defensa del cuerpo, pero no puedo negar que me preocupa un poco ver a Alba tan floja y con los ojitos llorosos. Se nota que respira con dificultad, así que trato de calmarla con caricias. Ambas pegamos un bote cuando suena mi teléfono, y enseguida frunzo el ceño porque eso solo puede significar una cosa. Joder.

-Agente Lacunza-respondo malhumorada.
-Nataliuca, tenemos redada.
-¿Tengo que ir sí o sí?
-No, mujer, puedes quedarte durmiendo-se burla Marta-. Total, no es como si fuera tu trabajo ni nada.
-Idiota. Es que está Alba mala y no quiero dejarla sola.
-¿Dónde estáis? Mando a la Mari que está conmigo.
-En las salas del Refugio.
-Vale, pues va pa'allá. Y tú ven, anda, que no se te va a morir la rubia.

Achino los ojos ante su burla, y cuelgo. Ya sé que no se va a morir, pero no por eso me hace gracia tener que irme ahora a correr por ahí.

-¿Te vas?-musita Alba con voz tristona.
-Tengo una redada-me quejo-. Pero está viniendo María, ¿vale?
-Pero yo no quiero estar con María, yo quiero estar contigo-lo que decía, la fiebre la deja más blandita que a Lucas el sueño mañanero.
-Albi es que es mi trabajo. Y María te va a cuidar hasta mejor que yo, ¿no ves que es como una madre?
-Ya, pero no quiero.

Sonrío. Yo tampoco quiero, pero no queda otra. Consigo levantarme a pesar de que se pone en modo pulpo, enganchada a mí como si le fuera la vida en ello, y le lleno la cara de besos suaves mientras espero a que llegue María.

-En cuanto termine vengo a verte, ¿vale? Tú intenta dormir un poco.

Con el ceño fruncido, termina por soltarme y dejarme ir cuando escuchamos a María llamarnos en el pasillo. Me asomo y la recibo con un abrazo, agradecida por que venga a hacerme el relevo.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora