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-De verdad que siento haberte molestado, Sonia-le digo por vigésima vez-. Es que no sabía qué hacer, y-
-Ay, deja ya de pedir perdón que pareces un disco rayado-me aprieta las manos con las suyas, sonriendo-. Has hecho bien en avisarme, aunque no haya mucho que pueda hacer. Con lo que le he dado debería terminar de bajarle la fiebre, aunque el baño ha ayudado lo suyo también.
-Muchas gracias-echo un vistazo rápido a la cama, donde María está sentada y le acaricia el pelo a Alba.

Después de que la fiebre bajase de nuevo hasta los 38'5°, entre las cuatro la sacamos de la bañera y nos las apañamos para traerla a su habitación, para que descansara mejor, dejando a Bea en el refugio. Tras el brote tan alto que ha tenido, su cuerpo se ha quedado agotado, casi sin fuerzas después de tanta tensión. Hace cinco minutos, bajo el efecto de algún medicamento que le dio Sonia, consiguió quedarse dormida por fin.

-Que ya te he dicho que no las des, mujer.
-Ya, pero es que para un rato que no estás trabajando-me lamento, apretando los labios entre mis dientes en una mueca arrepentida.
-Calla, anda, calla. Con lo que yo os adoro, ¿cómo no voy a venir a ayudar? Si le vuelve a subir, antes de que sea demasiado, le pones la toalla húmeda, y si ves que no funciona me vuelves a llamar antes de que vuelva a acercarse a los 40°, ¿vale? Y me da igual la hora que sea.
-Jo, muchas gracias, de verdad. No te preocupes que vamos a estar vigilándola mejor.
-Anda, y descansad.

Se despide de mí con un abrazo y se va, ondeando su cabello oscuro. Esta mujer es de lo más bueno que me he cruzado en mi vida.

-¿Cómo está?-pregunto en un susurro, sentándome a los pies de la cama.
-Pues mírala, casi roncando-señala con la barbilla el gesto relajado en la cara de Alba. Menos mal.
-María-vuelvo a llamar su atención. Quizás no debería preguntarle, pero no paro de darle vueltas.
-Dime, enana.
-Cuando estaba con la fiebre tan alta...-hago una pausa, buscando las palabras-, ¿sabes por qué llamaba a sus padres? No suele hablar de ellos pero sí sé que desaparecieron hace unos años y les dieron por muertos, y que no dejara de pedir perdón... No sé, no sé si debería preguntarle a ella o si será mejor dejarla tranquila, pero parecía que le dolía demasiado, y...

Dejo de hablar, con el ceño fruncido. Ojalá se me diera mejor decir las cosas que quiero decir con claridad y no hacerme tantos líos.

-¿Solo te ha contado eso, entonces?-yo asiento-. Entonces yo no soy quién para contarte nada. Es algo que le lleva persiguiendo bastante durante todos estos años, y ya no va a cambiar de opinión.

Intento entender las palabras de María, pero no terminan de tener sentido. Supongo que hay algo sobre la desaparición de sus padres que no me ha contado, pero, ¿por qué no lo ha hecho? Es verdad que desde aquella vez no ha surgido el tema, así que quizás sea por eso. O quizás porque no quiere hablarlo, y si es así no puedo obligarla.

-Cuando se recupere, sin agobios, tanteale el tema, y a lo mejor te lo cuenta-me sugiere, y yo la miro poco convencida-. Te quiere mucho, Natalia, y estoy segura de que lo suficiente como para querer que la conozcas bien, del todo. Es solo que hay cosas que duelen mucho y es difícil contarlas.

Contraigo los músculos de mi cara, no me gusta que haya algo que le duela tanto como para no poder hablarlo. Con cuidado, María coloca la cabeza de Alba sobre la almohada, ya que antes reposaba sobre su pierna, y se levanta para acercarse a mí. Me da un abrazo de esos de hermana mayor, de los que te calman el alma, y deja un beso sobre mi coronilla.

-Y tú también la quieres mucho-susurra-, lo suficiente como para saber ayudarle.

Con un toque suave en mi hombro y un "cuídamela", se larga de la habitación y me deja pensando en sus palabras. ¿Es posible ayudar a alguien únicamente con quererle mucho? ¿Basta eso para ser de ayuda? A lo mejor, por mucho que quiera a Alba, no hay nada que pueda hacer para que se sienta mejor. Este último pensamiento viene acompañado de un pinchazo desagradable en mi estómago, e intento sacarlo de mi cabeza. No me gusta que se sienta mal. Con un suspiro me levanto sin hacer ruido y robo algo de su armario que me sirva de pijama, para después tumbarme a su lado y acariciar su rostro, ahora tranquilo pero apesadumbrado, hasta que el sueño termina de vencerme.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora