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-¿Hola?-pregunto al descolgar el teléfono.
-Alba, cariño, hola.
-Mamá-sonrío, aunque no pueda verme-, ¿puedes hablar ahora?
-Claro, dime. ¿Ha pasado algo?
-No, no. Bueno, sí, pero no tienes que preocuparte ni nada. Me gustaría contároslo en persona, porque sabes que estos chismes no me gustan demasiado, pero es que sentía que necesitaba contártelo y no quería esperar más. Luego llamaré a papá.
-Alba, mi vida, pero dime porque me estoy poniendo un poco nerviosa.
-Perdón-me río, imaginándola entrar en panico-. Es... es Natalia. A ver, el viernes por la tarde me fui con María y con África, que es una compañera suya de trabajo, a ver muebles y cositas de decoración para el piso de Mari, que ya sabes que ahora está viviendo con Pablo.
-¿Pero y qué tiene eso que ver con Natalia, hija?-me pregunta impaciente.
-Pues que cuando volvimos Natalia estaba esperándome para hablar conmigo, porque resulta que había estado por la tarde con su psicóloga y se acordó.
-¿Se acordó?
-Sí, mamá-sonrío tan grande que creo que me duelen los mofletes-. Se acuerda de casi todo.
-Ay, Alba-suspira ella al otro lado-. Me alegro muchísimo, de verdad.
-Yo también-casi no me doy cuenta de que estoy sonriendo como una idiota.
-¿Tú cómo estás?
-Procesándolo todavía. No sé, es como que no termino de creérmelo, ¿sabes? Estaba empezando a acostumbrarme a la nueva Natalia, y ahora de un día para otro volver a la normalidad es rarísimo, no me esperaba que fuera tan de golpe. Pero supongo que si me he adaptado a lo vuestro con esto también puedo, ¿no?
-Claro que puedes, Alba. Son muchos cambios y muchos altibajos los que has tenido este último mes y pico, pero esta noticia es estupenda, así que tienes que aferrarte a eso. A partir de ahora va a ser todo para arriba, ya verás.
-Ya-musito, jugando distraídamente con el pelo del lomo de Queen, que está dormida en mi regazo-. No sé, es que es la primera vez que tengo la sensación de que ahora ya sí puedo centrarme en reconstruir mi vida.
-Ay, cariño, de verdad que me pone muy feliz todo esto. Te lo mereces.
-A mí también me pone muy feliz, mamá. Me gustaría... me gustaría poder darte un abrazo ahora.
-Y a mí otro, así que espero que nos avises de cuando tengas el más mínimo ratito y vengas a pasar un rato a casa. Y ya que estás, si quieres traer a Natalia y la conocemos... Esta mediodía puedo hacer un arroz, si quieres.
-¡Mamá! ¿Es que esa es tu única prioridad?
-A ver, única, única, no. Pero tengo ganas de conocer a la novia de mi hija.
-Pues siento decirte que esta mediodía no va a poder ser-me río-. Nat se ha ido con Elena y van a comer juntas, así que te han fastidiado los planes de interrogar a la novia de tu hija.
-Oye, un respeto que esos no eran mis planes.
-No, qué va-me río-. Además, todavía no le he contado lo vuestro.
-¿Y eso?
-No sé, mamá, no es tan fácil estar comiendo y de pronto decirle "ah, ¿te acuerdas de mis padres que murieron hace diez años? Bueno, pues no murieron, ¿comemos con tus suegros mañana?"-me río yo misma al imaginar esa conversación y la cara que se le quedaría a Natalia, y escucho a mi madre también reírse.
-Bueno, tampoco hace falta contárselo así-se ríe-. Puedes ser más delicada.
-No se me ocurre una manera delicada de hacer esto, mamá-sonrío-. No sé, pero tengo ganas de contárselo, siento como que le estoy mintiendo, ¿sabes? Sobre todo ahora, que sí que lo recuerda casi todo.
-No es mentirle, hija, pero es normal que quieras buscar la mejor manera de hacer esto. Tú no tengas prisa, pero cuando se lo cuentes acuérdate de invitarla a comer un día a casa, ¿vale? ¿El arroz le gusta? ¿O hago mejor una lasaña de esas de verduras que te hago a ti? ¿Y el bizcocho de limón?
-Mamá, relaja-me río-. Se lo contaré y le daré un tiempo para procesarlo y prepararse mentalmente antes de plantarla en tu casa. Y cuando lo haga, puedes hacer lo que más te apetezca para comer, eso es lo de menos.
-Ay, pero mira si voy a hacerle algo que no le gusta. Que una cuando come bien se relaja más, te lo digo yo.
-Tú lo que quieres es que se relaje para que hable más-me río.
-Oye, que no es eso, hombre ya-finge ofenderse-. Lo que pasa es que soy una madre que lleva diez años sin ver ni saber nada de su hija, y de pronto me la encuentro hecha una mujer y enamorada perdida, y tengo ganas de conocer a la persona que la tiene así.
-Bueno, tampoco exageres, mamá-me sonrojo un poco.
-¿Yo? Yo no estoy exagerando, cariño, si se te nota en los ojitos cuando hablas de ella. Y quiero llevarme bien, que conste, pero también advertirle de que ni se le ocurra hacer daño a mi hija.
-Esa parte te la puedes ahorrar-me río, y escucho unos golpes insistentes en la puerta-. Oye, ha venido alguien, te dejo, ¿vale?
-Vale, hija. Pero dime si arroz o lasaña.
-Lo que te apetezca a ti, mamá-me río-. Nos vemos.
-Un beso grande.
-Otro para ti. Y no le digas nada a papá, que quiero hablar yo con él, ¿vale?
-Soy una tumba.
-Mejor déjate de ser tumbas-me río, cada vez más cómoda bromeando sobre esto-. Bueno, te dejo que quien sea está insistiendo.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora