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-Alba, cariño, ya hemos llegado-la voz suave de María me obliga a abrir los ojos y me hace volver a donde estoy: una nave llena de gente que no sabe ni a dónde está yendo ni por qué.

Me he dado cuenta de que habíamos aterrizado, pero prefería quedarme en mi burbuja un rato más. Me estiro con cuidado y sonrío al ver que Queen me imita con sigilo, como si ella también hubiera entendido las palabras de María, antes de subirse en su regazo. Acaricio el pelo de Elena con delicadeza, pero no reacciona, así que tengo que mover el hombro con cuidado para balancearla.

-Hora de levantarse-susurro antes de darle un beso en la cabeza.
-Tenemos a gente lista para atenderos en cuanto bajéis, así que si necesitáis cualquier cosa, no dudéis en pedírnoslo-nos informa Mamen, la misma que nos insistió en subir aquí.
-Lo que necesitamos es que nos digáis quiénes sois-le dice alguien, y suena enfadado. Es normal, yo también lo estaría si no tuviera otras cosas más importantes y que me preocupan más en las que pensar.
-Todo a su debido tiempo.

Bajamos del helicóptero, o nave, o como quiera que se llame, con bastante orden. Veo a lo lejos a Lucas y Bruno de la mano de una mujer, y me anoto mentalmente que tengo que ir a verles en cuanto tenga cinco minutos. Efectivamente, nada más salir veo que hay mucha gente mirándonos desde abajo y enseguida se vuelcan a ayudar a quienes van bajando a tierra. Todos parecen llevar simple ropa de calle, pero con un chaleco fino de tela blanca sobre sus abrigos. Enfrente tenemos un edificio grande, pero bastante más bajo que la Residencia. ¿Qué coño es este sitio? Miro a María con el ceño fruncido y veo que ella está igual de confusa, observándolo todo y a todos. Nos guían hacia el interior del edificio casi en fila, y a medida que nos acercamos a la puerta veo que allí hay tres personas apuntando algo en una libreta. Frunzo más el ceño, me fijo en que hablan con quienes van entrando. Les preguntan algo con amabilidad, los demás responden con confusión. Sus nombres, están apuntando sus nombres.

-Creo que ahora mismo preferiría estar en manos de todos los agentes de la Residencia-me susurra María al oído-. ¿Quiénes son estos?

No respondo, simplemente hago una mueca, porque está llegando mi turno. Una mujer sonriente me pregunta cómo me llamo y yo, por algún motivo, respondo. Tengo la cabeza demasiado embotada como para hacer otra cosa, y aunque veo que María se niega a responder después de mí, Marta le insiste y acaba dando su nombre. Busco con la mirada entre la gente, intentando identificar a, al menos, mis amigos, pero la masa me arrastra hacia el interior más rápido de lo que me gustaría. Agarro la mano de Elena, que a su vez ha encontrado a su amiga Alicia entre el barullo, y las arrastro hasta donde están María y Marta.

-Escúchame, esto es lo más raro que me ha pasado en la vida, yo creo que estoy soñando o algo-nos dice Marta.

La gente sigue entrando por las pequeñas puertas a esta gran sala de techos altos a la que nos han guiado, y poco a poco conseguimos reunirnos con Pablo, Vicky, Javi, Víctor, Julia y el hermano de Alicia.

-Yo voto porque ahora nos aniquilan a todos en plan ida de olla total-dice Pablo, mirando a su alrededor.
-¡Pablo!-le regaño y señalo con la mirada a las dos más pequeñas, aunque creo que no se han enterado del comentario.

Agradezco que hayamos sido capaces de encontrarnos cuando nos separan en pequeños grupos de unas diez personas, alegando que eso facilitará lo que toca ahora: las explicaciones. Caemos todos en el mismo grupo, el de Mamen y otra chica que reconozco de haberla visto al subir a la nave. Nos piden que las sigamos hasta unas puertas de cristal, que dan a un pasillo que a su vez llega a otras puertas de cristal. Después nos llevan hasta una habitación grande, con una cristalera que da hacia el patio en el que aterrizamos, una amplia mesa de cristal negro rodeada de sillas y una pantalla coronando la sala.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora