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He perdido la noción del tiempo que llevamos aquí, entre abrazos y caricias; y diría que me sorprende pero, por otra parte, no me extraña nada que me pase eso si estoy con Alba. El sol ya pronto va a ponerse, por lo que el aire está tomando un color anaranjado precioso, tiñendo todo el paisaje. No me extraña que le guste venir aquí: es pequeño, no tienes ante ti la grandiosidad de la distancia que tienes desde la azotea, pero es sinónimo de calma. Giro la cabeza, en busca de la comisura de sus labios, y me topo con una piel mojada. Tomo distancia y veo que tiene los ojos y la nariz enrojecidos, y que sus mejillas han sido surcadas por un par de lágrimas rebeldes.

-Albi-musito, sintiendo un pequeño pinchazo en el pecho-. Ven aquí.

Casi sin perder el contacto con ella, coloco mi chaqueta a modo de almohada y nos tumbo en el suelo. No es lo más cómodo del mundo, pero es suficiente. No hace falta mediar palabra para que Alba se acurruque en busca del hueco de mi cuello, con la cabeza sobre el brazo con el que ahora yo rodeo su espalda.

-Ya está, ¿vale?

Pero no está. Solo basta que susurre esas palabras para que Alba se rompa entre mis brazos. Y yo la entiendo, ya tenía suficiente con todo lo de Ana, y ahora encima le hacen esto. Es normal que necesite desahogar, así que me limito a abrazarla con fuerza contra mi cuerpo mientras le dejo llorar todo que necesite. Una parte de mí está nerviosa porque ella me ha ayudado cada vez que yo he estado así después de una redada, y me da miedo no ser capaz de hacer lo suficiente por ella.

-Cariño-susurro, una vez los sollozos parecen cesar un poco-. ¿Quieres hablarlo?

Alba se encoge de hombros, y yo no puedo evitar separarme un poco para poder acunar su mejilla con la mano que tengo libre, y me mira con unos ojos tan enrojecidos que el color de su iris se ve más verde que nunca.

-Se te ponen los ojitos más claritos al llorar-le digo con una sonrisa tierna.
-Es porque al llorar se irritan y se ponen rojos, y los colores no se ven igual junto a todos los colores. O sea, que con un poco de verde que tenga mi iris, el rojo, que es su complementario, hace que se vea mucho más-responde, con la nariz taponada, haciendo que me ría ante lo técnica que se ha puesto en mitad de esta situación-¿Qué?
-Que eres monísima-rompo con la distancia para darle un beso salado, que me devuelve con suavidad-¿Prefieres que lo hablemos o que no?
-No sé.
-Mira, vamos a probar a hablarlo. Si ves que es peor, lo dejamos, ¿vale?-ella asiente, mordiéndose el labio inferior- ¿Te sientes mejor ahora que has soltado todo?
-Un poco, pero hay cosas que por mucho que las llore no se van.
-Ya lo sé-no me hace falta mucho más para saber que habla de Ana, y decido tantear el terreno con cuidado-. María me contó que era como tu sombra.
-Sí-en sus labios se dibuja una sonrisa triste-, siempre que podía andaba detrás mía. Era una niña super especial.
-Es injusto-no quiero decirle el típico "lo siento" porque, aunque sí que lo sienta, siempre da la sensación de que se dice por quedar bien-¿Y si me cuentas cosas de ella? ¿Crees que será mejor o peor?
-No sé-hace una pausa mientras acaricio su mejilla para secar una lágrima que aún rueda por ahí, sintiendo enfado conmigo misma por no saber manejar mejor esta situación-, ¿qué quieres que te cuente?
-No sé, seguro que tienes mil historias de ella. O de cómo era, dices que era especial, ¿no? ¿Por qué?
-Porque lo era. Cualquiera que la haya conocido te diría lo mismo. Mira que aquí convivimos mucho más con los niños que en la residencia, y más o menos los conoces a todos; pero lo de esa niña era especial. Siempre andaba riéndose y todo le hacía feliz. Hace un mes o así me estaba observando trabajar en el diseño de un tatuaje. Yo dibujaba y ella me miraba ensimismada, así que dejé el diseño a un lado para hacer un dibujo de ella. No sabes cómo saltó cuando se reconoció, Nat-se sorbe los mocos, sonriendo al recordar a la niña-. Era solo un bocetillo rápido, así a lápiz pequeñito, pero le hizo tanta ilusión que yo hubiese hecho un dibujo de ella que me pidió si se lo podía quedar, y desde entonces lo llevaba siempre en su mochilita.
-Qué mona-sonrío, contagiada de la ternura que expresan los ojos de Alba-. Yo solo quiero que tú estés bien-le confieso.
-Me va a costar un ratito, ¿vale?-dice ella, secándose las mejillas y con la voz medio rota-. Pero te prometo que sí.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora