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-¡Natalia! ¡Por allí!-Marta señala hacia el edificio que hay a mi izquierda, haciendo que frene en seco mi carrera para poder adentrarme en él.

Llevamos casi una hora de redada, vamos en busca de un salvaje al que llevamos buscando un par de meses, desde la primera vez que lo vieron por los alrededores. Empezamos barriendo la zona entre todos, dispersándonos por las calles abandonadas; hasta que hace diez minutos Javi le vio salir corriendo de una pequeña casa, y desde entonces ha sido fácil seguirle la pista. ¿Por qué habrá hecho eso? Estaba bien escondido, hemos tardado cerca de una hora en encontrarle, ¿y de pronto sale? No tiene ningún sentido.

El edificio que Marta me ha indicado está casi destruido, y en cuanto mis ojos se acostumbran a la oscuridad del interior consigo distinguir la puerta de lo que solía ser un ascensor y, justo al lado, el comienzo de unas escaleras. Me rodea el repiqueteo de los pasos corriendo y haciendo eco por todas partes: Marta me sigue muy de cerca, pero además, sobre nosotras, el salvaje al que perseguimos está subiendo las escaleras como si así fuese a encontrar alguna escapatoria. Suspiro, todavía sin entender qué es lo que pretende, y echo a correr escaleras arriba, agudizando el oído todo lo que puedo. Las primeras tres plantas las subo sin problema, pero los otros dos tramos me resultan más difíciles, con los músculos de las piernas palpitando con fuerza, cada vez más cansados. El ruido de una puerta al cerrarse me motiva a dar una última carrera hasta la sexta planta, a la que llego en un abrir y cerrar de ojos, dispuesta a llevarme conmigo al sospechoso. Sin embargo, cuando me planto delante de la puerta cerrada y la echo abajo de una patada, mi mente cambia de idea de inmediato. El cuestión de segundos todos mis planes se desmoronan.

-¡Joder!-musito, propinando otra patada, esta vez al marco de la puerta.
-¿Qué pas-

Marta llega a mi lado solo unos segundos después, para observar la misma estampa que yo: dos niños, que no tendrán más de seis o siete años, nos observan aterrorizados, y el hombre al que estábamos buscando, que supongo que es su padre, está agazapado sobre ellos, con actitud protectora. Todas las piezas del puzzle parecen hacer clic en mi cabeza, dándole sentido a lo que ha hecho. Este hombre no estaba intentando huir de nosotros, sino proteger a sus propios hijos.

-Joder-repito, en un susurro, y me giro hacia mi amiga-Vámonos, no hemos visto nada.

Intento tirar de ella para que me acompañe, pero no se mueve.

-¿Qué dices?
-Lo que oyes.
-Natalia.
-¡No, Marta, Natalia nada! ¡No me voy a llevar a unos niños a la residencia!

Con la tranquilidad de que estamos en una sexta planta y que no tienen otro sitio por el que salir, Marta tira de mí para alejarnos unos centímetros de la puerta. Me da tiempo a dirigir a los pequeños una mirada rápida, en la que veo los ojos grandes del que creo que es el mayor, tapados por una cascada de pelo rizado muy oscuro.

-Natalia-vuelve a decir Marta, como intentando hacerme entrar en razón.
-¿Qué?
-Eres consciente de que no puedes volver de esta redada con las manos vacías, ¿verdad?

Frunzo el ceño, valorando su planteamiento. Apenas hace cinco días desde mi reunión con el director de la residencia, tengo todos los focos puestos sobre mí. Mi cabeza funciona a toda velocidad, intentando encontrar una manera de dejar a estas tres personas libres sin aumentar las sospechas sobre mí.

Cuando alguna patrulla llega a la Residencia con niños del exterior, allí no se les trata como a niños sino como a salvajes. No les importa la edad, son hijos de salvajes y por tanto han heredado su gen defectuoso, y eso significa que en cualquier momento pueden suponer un peligro para nosotros, independientemente de la edad que tengan. Sin embargo, como maltratar a un niño parece que está peor visto, les encierran en una celda hasta que cumplen la mayoría de edad y pueden llevar a cabo su juicio. El problema es que, para ese momento, la mayoría ya se han vuelto locos o enfermado por culpa de las condiciones en las que les tienen. Es escalofriante.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora