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He mirado el reloj tres veces en los últimos dos minutos, pero el tiempo parece no avanzar. 18:57. Estoy tan nerviosa que no paro de trastear con el borde de mi chaqueta del uniforme, en un intento de distraerme mínimamente y de controlar mi pulso. Levanto la mirada y observo a la gente pasear, ajena a lo que va a ocurrir en apenas unos minutos. Un grupo de jóvenes de unos veinte años pasan por mi lado riéndose, una mujer se sienta en un banco probablemente para descansar de sus compras durante un minuto, un par de amigos se despiden, con sus tatuajes recién hechos aún al aire. Inconscientemente, me llevo la mano a las flores que Alba dibujó de manera permanente en el dorso de mi mano, hace ya un tiempo, y sonrío al recordar el día que lo hizo. Con esa cara de ilusión que se le pone, ¿cómo no iba a caer en un segundo tatuaje? Además, tengo que admitir que cada vez me gustan más. Javi está al otro lado del hueco del jardín, le veo a través de la cristalera. 18:59. A lo lejos, diviso también a mi rubia asomarse a la puerta de su estudio, y enseguida la sigue María. Les sonrío como puedo sabiendo que ha llegado el momento, y antes de que ellas puedan responderme, una especie de pitido agudo capta mi atención. Es el sonido que indica el principio del vídeo. Nuestro vídeo, el vídeo que va a contar la verdad. Busco la pantalla que esté más cerca para poder verlo, porque no lo había visto acabado y porque tengo que fingir que esto me está sorprendiendo tanto como a todos los que están a mi alrededor. Una voz, distorsionada para mantener el anonimato, empieza a hacerse eco entre los pasillos de esta planta, y sé que lo está haciendo por toda la Residencia. Siento cómo me da un vuelco al corazón y tengo que aguantarme las ganas de salir corriendo al estudio y abrazarme a María y Alba para ver lo que hemos hecho entre sus brazos, protegida; así que fijo la vista en la pantalla del mapa que tenía más cerca, aunque lo que ahora veo en ella son imágenes del Refugio. Quien yo sé que es Víctor explica a toda la Residencia que siempre hemos creído en lo que nos han contado: el famoso quinto par de cromosomas defectuoso, que provocó la guerra en su tiempo y que ha hecho que no podamos confiar en aquellos que viven más allá de nuestros muros. Habla de cómo ese par no existe, no defectuoso, quiero decir; de que todo ha sido un engaño, de que aquellos que llamamos salvajes no son distintos a ninguno de nosotros. Mientras tanto, se suceden por la pantalla fotografías hechas en el Refugio. Han intentado seleccionar aquellas en las que no se les vieran demasiado las caras a los protagonistas porque, aunque ahora están en un sitio seguro, preferíamos mantener todo el anonimato posible de nuestros protegidos, pero a mí no me hace falta verles las caras al completo para saber quiénes aparecen en la pantalla. Reconozco a Julia en una foto, de espaldas, cocinando y bromeando en el Refugio junto a Pedro. En otra veo a Elena abrazando a Alicia, entre las literas de la habitación, mientras el hermano de esta última les propina un golpe con una almohada. Intento evitar sonreír cuando me reconozco a mí misma en la pantalla, aunque completamente de espaldas, con los bracitos de Lucas enganchados a mi cintura, y Bruno y Elena corriendo hacia mí. Me acuerdo perfectamente de ese día, pero no tenía ni idea de que Alba lo había inmortalizado con fotos. Y así, imagen tras imagen, dejamos reflejada la vida del Refugio en las pantallas de un lugar tan distinto a ese. La Residencia es mucho más fría, más triste. Aquí hay menos felicidad y solo con ver esas fotos se puede dar una cuenta. Cuando acaba la explicación sobre la realidad de los salvajes, la pantalla da paso a un plano medio de Pedro, sentado en una silla delante de una pared blanca. Empieza a narrar su historia, cómo vivió en el bosque durante los primeros años de su vida y cómo perdió a su hermana allí, no volviendo a verla tras una redada. Explica cómo luego vivió entre las ruinas de los edificios, algo más protegido, pero en peligro igualmente. Y finalmente habla de cuando encontró el refugio, y de cómo ha sido su vida desde entonces. Mientras vuelven a proyectarse imágenes de los "salvajes", me obligo a mí misma a tragar con fuerza para deshacer el nudo que hormiguea en mi garganta, amenazando con hacerme llorar en cualquier momento. Sorbo por la nariz y me concentro de nuevo en la pantalla que tengo delante, cada vez más rodeada de curiosos.El murmullo no ha cesado a mi alrededor, aunque cada vez es más y más fuerte, pues la gente está empezando a salir del shock inicial. Ahora, quien cuenta su historia a través de los altavoces es Bea. Ella no tuvo que vivir fuera porque nació dentro del Refugio, pero perdió a sus padres con tan solo 21 años. Lo que narra me recuerda a lo que le pasó a Alba, y le lanzo una mirada rápida, una mirada que se encuentra con unos ojos brillantes. Es gracias a ese movimiento que veo lo que está pasando a unos metros de su estudio: hay un pequeño corro de gente alrededor de dos hombres que forcejean a gritos.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora