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No tardamos ni cinco segundos en salir todos corriendo por la misma puerta por la que hace apenas veinte minutos estaban terminando de salir todos los asistentes a la reunión. El frío nos azota con fuerza en cuanto ponemos un pie en la calle, pero aún así me aseguro de que todo el mundo ha salido antes de empezar a alejarme del edificio. No se ve una mierda, porque la luna menguante de esta noche apenas ilumina nada, así que priorizamos el alejarnos lentamente y sin hacer demasiado ruido para no llamar la atención por si se les ocurre cubrir esta puerta.

-¡Eh! ¡Quietos ahí!-escucho a lo lejos, a espaldas. Mierda, para qué coño pienso nada.
-¡Corred!-grito, y aunque algunos de los no agentes parecen dudar durante unos segundos, enseguida se dan cuenta de que es lo que estamos haciendo todos.
-¡Que pareis! ¡Es una orden!

Empiezo a ver por el borde de mi campo de visión los halos brillantes de las linternas de los agentes que nos persiguen, moviéndose de arriba a abajo siguiendo el ritmo de sus carreras, e intento centrarme únicamente en mis zancadas para no bajar el ritmo. Esquivo las raíces de los árboles que rodean la residencia, aún dentro del muro, con cierta agilidad; y me muevo en zigzag para distraerles más aún. Cada uno tiene su ritmo y, como estamos concentrados únicamente en huir, cuando levanto la cabeza me doy cuenta de que estamos realmente dispersos. Bien, así les será más difícil acorralarnos. Veo una rama frente a mí, me agacho para esquivarla, y antes de que pueda volver a levantarme algo impacta contra mi espalda con tanta fuerza que me tira al suelo. El primer pinchazo es en la espalda  pero pronto se extiende por todo mi cuerpo, paralizando cada músculo y haciéndome gritar de tal forma que ni siquiera reconozco mi propia voz. Duele, duele mucho, y mientras se me nubla la visión, entre convulsiones involuntarias, me arrepiento de todas las veces que he disparado mi taser contra alguien.

-Natalia Lacunza-dice Héctor con burla-. La mismísima Natalia Lacunza.

Levanto la vista con rabia, aunque solo de hacerlo me duele todo el cuerpo. Aún me recorren los calambres provocados por la descarga eléctrica que me ha paralizado y me ha hecho caer en medio del bosque. Joder.

-Parecía tonta, ¿eh?-reconozco la voz de Guille a mis espaldas, y me dan ganas de vomitar. Lo último que querría es estar encerrada con estos dos. Y encima indefensa.

Estoy sentada en una silla metálica, con las bragas y una camiseta de tirantes como única vestimenta. Hace un frío que te cagas en esta celda, y sé que por eso me han dejado así, pero eso solo me mosquea más. Los cabrones solo quieren debilitarme.

-¿Parecía?-pregunto, con un atisbo de sonrisa burlona en mis labios-¿En pasado? ¿Será que os habéis dado cuenta de que no lo soy y estáis un poquito acojonados?
-Cállate-Guille me da un tirón del pelo mientras habla, tan fuerte que tengo que apretar la mandíbula para reprimir un quejido.
-Yo siempre he pensado que eras rarita-dice Héctor-. Pero joder, ¿hasta este punto? Mira que estás buena, pero todo ese cuerpazo perdido en una salvaje más.

Ignoro su comentario, porque se que no merece la pena entrar al trapo.

-¿Qué queréis?
-¿Que qué queremos?-se ríe Guille-. Pues mira, Héctor, ¿sabes en qué más hemos perdido a este pibonazo?
-¿En qué?
-Aquí la señorita es una desviada-noto la mano del rubio dibujar líneas sobre mi mandíbula y siento la necesidad de vomitar, de nuevo.
-¡No jodas!-suelta una carcajada mi compañero de patrulla.
-Y ahora mismo hay cincuenta agentes persiguiendo a tu novia de los cojones, y es cuestión de tiempo que la pillen.

Intento mantener una expresión lo más neutra posible ante sus palabras, aunque por dentro se me remueve todo. Es verdad, en cualquier momento pueden encontrarles, y a saber lo que harán con ellos. No quiero imaginármelo, no quiero imaginarme a Alba en esta situación, ni a María, ni a Marta, ni Javi. No quiero imaginarme a ninguno de mis amigos así, por lo que tengo que confiar en que van a conseguir escapar.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora