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Antes de subir a hablar con Víctor he pasado por mi habitación para asearme un poco, ya que ni siquiera me había cambiado desde la redada; y una cosa es estar así con Alba y otra ir al jefe con esas pintas a pedirle un cambio de puesto.

La puerta de su despacho se me antoja enorme y amenazante frente a mí, pero tras un suspiro con el que trato de calmar todos mis nervios, me decido a golpearla suavemente con los nudillos. Un "adelante" al otro lado de esta me invita a pasar, y es en ese momento cuando sé que ya no hay vuelta atrás.

-¡Natalia!-exclama, sorprendido de verme por allí-¿Qué tal, puedo ayudarte en algo?
-Hola, Víctor. En realidad, venía a hablar contigo, pero no sé si me podrás ayudar.
-Cuéntame. Pasa, siéntate-señala la silla que hay al otro lado de su escritorio, mucho menos intimidante que la del despacho de Barusto, el director de la academia; pero intimidante igual.

Obedezco sin dejar de juguetear con el filo de mi camiseta, nerviosa, y observo cómo me mira con curiosidad.

-Verás, he estado pensándolo mucho-hago una pausa, tratando de buscar las palabras correctas-, y me gustaría saber si existe la posibilidad de cambiar mi puesto como agente por uno de profesora para los chicos que se estén formando como agentes.
-¿Y eso? Eres buena agente, estás en la mejor patrulla de la residencia.
-Bueno, precisamente por eso creo que podría ser beneficiosa allí para los chavales. Quiero decir, que les puede ayudar que les entrene alguien con tanta experiencia en las redadas. Además, a mí me parece un trabajo precioso. Quizás no estoy ayudando de primera mano a nuestro país, pero indirectamente, creo que ayudaría incluso el doble, o el triple; porque estaría transmitiéndole a toda esa gente joven la necesidad de limpiar nuestro país de aquellos que no nos aportan nada bueno, sino que amenazan nuestra integridad.

Sé que estoy diciendo lo que tengo que decir, pero solo espero que el asco que me da decirlo no me delate ante Víctor; aunque casi se me atragantan las palabras entre las cuerdas vocales. Sin embargo, no estoy segura de si me ha salido la jugada porque simplemente me observa, dubitativo, jugando con su barba de tres días que suaviza un poco sus rasgos infantiles.

-A ver, Natalia-dice al fin tras aclararse la garganta-. Entiendo lo que me dices, pero yo te tengo que ser sincero.

Me siento como si todo el aire a mi alrededor me aplastase contra la silla, ahogándome, haciéndome más y más pequeña mientras hago el más leve de los movimientos de cabeza. Tan leve que no creo ni que lo haya podido percibir, así que hablo.

-Claro-musito.
-Yo te he estado observando, desde antes incluso del altercado con el director, ¿lo recuerdas? -hace una pausa para esperar a que responda con un nuevo movimiento de cabeza-. Sabía que había algo distinto en ti, algo que no veía en el resto de tus compañeros pero que me hacía verme reflejado de algún modo en ti, Natalia. E igual que pude ver eso, ahora puedo ver que lo que me acabas de decir, no es realmente sincero.

Siento cómo me da un vuelco al corazón y mi pulso se precipita asustado. ¿Habrá avisado ya a alguna patrulla para que vengan a por mí? Trago saliva con dificultad, sin apartar la mirada de su nariz porque me veo incapaz de mirarle a los ojos ahora mismo.

-Y también sé que no puedo aceptar ese cambio de puesto-concluye, tras un análisis exhaustivo de mis gestos y mi reacción.
-Lo comprendo, Víctor. Lo siento y te agradezco tu tiempo.

Arrastro la silla hacia atrás para poder levantarme con más facilidad, pero un firme "espera" hace que me detenga, paralizada, antes de siquiera haber podido levantarme.

-Me gustaría explicarte por qué no puedo aceptar ese cambio-dice, a lo que yo asiento de nuevo con la cabeza-. Ven, para ello vas a tener que acompañarme.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora