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-Oye, Nat, que si no quieres quedarte no pasa nada, de verdad. Debes estar super saturada y cansada y solo te he preguntado por si te apetecía mucho, mucho, muchísimo, pero que si no, no pasa nada.
-¿De verdad te he dicho yo que temía que no me lo fueras a preguntar para esto?-da los dos pasos que nos separan y rodea mi cintura con sus brazos-. Me apetece quedarme mucho, mucho, muchísimo, muchimás.
-Eres tonta-me río, rodeando su espalda.
-Tú más, que no me crees.
-Hay una cosa que me da un poco de miedo-le digo, mordiéndome el labio inferior.
-¿El qué?-deja de centrarse en acariciarme con la nariz para mirarme preocupada.
-Que realmente seamos las pastelosas que nuestros amigos dicen que somos y demos ganas de potar arcoiris y algodón de azúcar rosa.

La cara de Natalia pasa de la preocupación a la carcajada en cuestión de medio segundo, contagiándome la risa a mí.

-Igual un poco lo somos-se inclina para darme un beso suave.
-¿Verdad? Y te juro que yo nunca he sido así, no sé lo que me pasa porque siempre he odiado las romantizaciones excesivas.
-¿Esa palabra existe?
-No sé-me río un poco-. Pero las he odiado, y a la gente moñas y pastelosa también.
-A mí tampoco me gusta mucho eso-susurra, balanceándose de un lado a otro y arrastrándome a mí a hacerlo con ella-. Pero estamos en condiciones especiales, creo que tenemos derecho a hacerlo. ¿Un par de días de pastelosismo excesivo?
-Me parece bien-cierro los ojos, con mi nariz pegada a la suya-. Aunque creo que esa palabra tampoco existe.
-¿Sabes cuál si existe?
-¿Cuál?
-La palabra "no me he traído pijama y me vas a tener que dejar algo".
-Joder, Nat, creía que me ibas a soltar un "te quiero" o algo así, como estamos de permiso moñas-abro los ojos y me río.
-Oye, es que depende de cómo te lo quieras tomar-finge ofenderse-. Lo del pijama puede ser también muy moñas.
-¿Moñas?
-Bueno, igual moñas no es la palabra. Pero es que no has sabido aprovechar la oportunidad, porque podrías haber contestado con un "¿y quién dice que te vaya a hacer falta pijama?", por ejemplo, y lo habrías bordado.

Suelto una carcajada ante el tono inocente con el que me dice eso, pero por dentro me pongo nerviosa ante la posibilidad de que realmente no le haga falta pijama. Aún así, tiro de ella hasta mi habitación, abro el armario y busco la ropa más cómoda y grande que tenga para que se la pruebe. Nos cambiamos cada una a un lado de la cama, como si nos quisiéramos dar espacio por si acaso, pero ni ella me quita los ojos de encima ni yo lo hago con ella.

-Me estás mirando-sonríe, cuando se quita la camiseta.

Yo siento que me falta el aire mientras recorro con los ojos sus abdominales tan marcados, su ombligo y, después, su pecho. No entiendo por qué me pongo nerviosa, no es como si no la hubiera visto antes así, como si no la hubiera tocado así cientos de veces, pero por algún motivo mi corazón late con fuerza y se me olvida que yo también me estaba desvistiendo.

-Puede-musito al fin, y ella se ríe.
-¿Puede?
-Lo estaba haciendo-frunzo el ceño cuando se pone la camiseta que le he dado, y me bloquea así las vistas.
-Ahora me toca-señala con el mentón mi camiseta, para que me la quite, y obedezco despacio.

En otras circunstancias me habría dado vergüenza desnudarme con alguien mirándome, sobre todo después de tanto tiempo sin hacerlo. No es que no me guste mi cuerpo, pero siempre me ha dado mucho respeto esto, porque me siento muy vulnerable. Sin embargo, lo que siento ahora no es vergüenza. Yo la observo a ella y ella me observa a mí, con ojos brillantes y el labio inferior atrapado entre sus dientes.

-Eres impresionante-murmura al fin, incluso unos segundos después de que me haya puesto la camiseta de mi pijama, y eso sí que me hace sonrojarme un poco.
-Calla-le digo, abriendo el edredón, y doy un par de golpes en el colchón-. Ven.

No tardamos ni dos segundos en acoplarnos las dos en la cama, tan acostumbradas como estábamos a hacerlo. En la Residencia, una buena parte del tiempo que podíamos pasar juntas era únicamente en las habitaciones, así que pasar el tiempo en la cama podría decirse que era una de nuestras especialidades. Muchas veces Nat se tumbaba boca arriba y yo apoyaba la cabeza en su pecho, pero esta vez no quiero hacerlo así, quiero mirarla, porque todavía no termino de creerme que esto esté pasando. Así que enredamos nuestras piernas hasta que no dan más de sí, entrelazamos nuestras manos entre su pecho y el mío y nos miramos desde tan cerca que su nariz y la mía chocan. Suspiro, porque echaba de menos esto y porque creo que por fin me siento en calma, después de tanto tiempo.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora