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Tardo más de lo que me habría gustado en encontrar a Elena, pero es que entre tener que localizarla sin saber dónde está, y que me he cruzado a Lucas correteando por el hall y me ha entretenido, he acabado perdiendo quince minutos desde que llegué al refugio hasta que la encuentro en la esquina de una de las habitaciones. La cabrona sabe cómo esconderse, encima.

-¿Se puede saber qué hace mi persona favorita aquí escondida?-pregunto cuando me acerco lo suficiente, consiguiendo que levante la vista y sonría.
-Tu persona favorita es tu novia, a mí no me engañas.
-¿No puedo tener más de una persona favorita?
-Es que entonces ya no es tu favorita.
-Is qii intincis yi ni is ti fiviriti-le pico, y señalo el suelo junto a ella-¿Puedo?

Elena asiente, y en cuanto me siento a su lado me abraza. Al principio me chocaban un poco sus muestras de cariño tan abiertas e intensas, ahora me resultan casi necesarias. Le devuelvo el gesto con una sonrisa, aunque sin poder evitar preocuparme mínimamente.

-Pero bueno, ¿y estos amores?-ella se limita a encogerse de hombros, agazapada sobre mí-¿Está todo bien?

Vuelve a encogerse de hombros y yo frunzo los labios en un gesto preocupado.

-A ver, enana-me separo un poco, para que me mire-, ¿pero ha pasado algo?
-No, si no estoy mal ni nada.
-Pero tampoco bien-deduzco-. Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad?
-Es que...-hace una pausa, como pensándose cómo seguir, y baja la voz para continuar hablando-. Es que ayer me bajó la regla.
-Huy, ya lo entiendo todo entonces-suelto una risita, sintiéndome más tranquila-. Andamos con las hormonas revueltas.
-¡Pero no lo digas tan alto!
-Elena, cariño-me río-. Estamos al fondo de una habitación para sesenta personas que está vacía, realmente dudo que nos vaya escuchar alguien. Además, eso de que nos dé vergüenza que lo sepa la gente, es una tontería. Si es lo más normal del mundo.
-Ya, pero es que es como asqueroso.
-Oye, no, no es asqueroso. Es tu cuerpo. Es biología, es bonito.
-Sí, claro, Natalia, ¿cómo van a ser bonitos esos pegotes asquerosos?

Suelto una carcajada, no se me puede olvidar que solo tiene 15 años.

-¿Cuánto hace que te bajó la primera vez?-le pregunto.
-Ay, no sé-noto cómo se sonroja levemente.
-Pues a mí con 12 años. Fue horrible.
-¿Por?-sonrío al ver que se interesa. A ver si que normalice yo mi experiencia funciona para que le resulte más fácil a ella también.
-Pues porque me bajó en clase. Y no un poco, no. Me levanté de la silla y estaba llena de sangre. Y todo el culo rojo, imagínate.
-¿En serio?-se ríe.
-Y tanto, me llevé un susto. Me habían hablado un poco sobre la regla, pero yo no me imaginaba que fuera así. Yo vi eso y pensé que me estaba muriendo o algo-suelta otra carcajada.
-¿Y a ti te duele mucho?
-Depende, aunque los dos primeros días siempre son peores. ¿A ti te duele mucho?
-Muchísimo. Pero es que no sé si es normal, porque a veces me quedo como muy floja.

Le dedico una sonrisa tierna. Por cómo habla de ello, por sus dudas, por el brillo que hay en su mirada, algo me dice que no es un tema que haya hablado nunca con nadie. Y, que a su edad no tenga a alguien con quien normalizar la situación, hace comprensible que le dé tanto palo hablarlo. Me invade una sensación de responsabilidad que asusta un poco, jamás me habría imaginado que a mis 26 años estaría educando sobre la menstruación a una niña de 15, pero aquí estamos. Tampoco habría imaginado nunca que acabaría trabajando para proteger a quienes siempre me han dicho que eran salvajes, y aquí estamos también.   Hablamos sobre los dolores, los suyos y los míos; le cuento mis trucos para los peores días; le explico por qué la tenemos y lo que ocurre en nuestro cuerpo durante la menstruación. En esa parte me regaña por contarle algo tan asqueroso, con una mueca de asco y dolor juntos que me hace reír.

-¿Sabes lo que siempre viene bien un día de regla?-le digo, dándole una palmada en la rodilla.
-¿El qué?
-Vente.

Me levanto con agilidad y le ayudo a hacer lo mismo, para que me siga hasta la cocina. Es un secreto que Alba me enseñó hace poco: en el congelador de la pared del fondo hay reservas para momentos como este. La verdad, no sé a quién se le ocurrió meter helados de chocolate en la cocina de un refugio clandestino, pero creo que fue la mejor idea que ha tenido una persona en la historia de la humanidad. Elena observa la tarrina con curiosidad, confirmándome que nunca ha probado uno de estos. Saber esto me hace un poco de ilusión: voy a ser testigo de la primera vez que come helado. Pocas veces vive una eso. Cojo dos cucharas y me voy hacia una de esas salas que sirven para todo y para nada; tanto tiempo aquí y todavía no sé ni cómo llamarlas. Me echo sobre los cojines del suelo y la animo a hacer lo mismo conmigo, tapándonos a ambas con la misma manta.

Sempiterno || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora