Leyenda 110: En coma III.

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Cuando ya no se escuchaban las carcajadas de Antonio en el pasillo, entro Armando en la habitación con una cara estoica. Al verlo entrar, Rebecca se sorprendió y trago saliva con cierto desconcierto.

-Ven conmigo, tienes muchas cosas que aclarar.

-¿Y-yo? -Respondió con miedo.

-Sí, la mayoría de los hombres de Rigoberto ya han presentado sus informes, pero no tenemos claro que sucedió hacia el final de la batalla y al seer tu la única que quedo consciente, pensamos que lo mejor seria que tu nos diera los detalles que nos hacen falta. Es lo mínimo que puedes hacer por nosotros, de lo contrario... -elevo su dedo indice con sutileza hacia los escoltas y estos agarraron de golpe a Alex y Alberto- Ellos se convertirán en mis propiedades.

Ante esta intimidación, Rebecca se sintió asustada, desvió la mirada al medico y vio que este no se inmuto por la situación, redirigió su mirada sobre sus hermanos y confirmo que estos estaban igual de asustados que ella; la frialdad con la que Armando la miraba, la indiferencia con la que el medico estaba actuando y el estado en el que estaba Julian la hicieron sentir sumamente impotente, en esa situación se encontraba prácticamente sola, entre la espada y la pared, por lo que sin más opción decidió acceder sin oposición a la petición -que parecía más una orden- de Armando.

-Iré, déjalos en paz. Te contare todo lo que quieras saber.

-Suéltenlos.

Acto seguido los guardias soltaron a los niños y estos de inmediato se acercaron a su hermana y la abrazaron con fuerza. Ante esto Rebecca no dijo nada y en silencio total se retiro de la habitación junto con Armando.    

Los niños al verla salir, quisieron ir tras ella y se acercaron velozmente a la puerta.

-No lo hagan. Si se van, es probable que nunca vuelvan a ver su hermana. -Dijo el medico con tono solemne mientras se giraba hacia ellos.

Ellos al oírlo se detuvieron y se sentaron frente a frente a cada lado de la puerta, por su lado, el medico, tomo una silla y se sentó al lado de Julian, pues pensó que lo mínimo que podía hacer era vigilar a esos chiquillos tan inquietos.




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