Viernes | 19:42

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03.04.20

[Viernes| 19:42]

Aprovechando que era viernes, Alba y Natalia fueron de visita al bar en el que trabaja su padre, como la había invitado hace un par de días. Iban llegando agarradas de la mano por la calle hasta que se pararon en la entrada.

—Mira, es aquí. Te aviso, mi padre va a querer presumir de ti, no te asustes.

—¿En serio? —rió por la advertencia—.

—Es así. Cada vez que viene familia. Probablemente se encargue de hacerle saber a todos sus compañeros que eres mi novia. ¿Estás nerviosa? —la picó—.

—Para nada. Soy esa niña que le cae bien a todos los padres. Es mi don secreto.

—Vamos —tiró de su mano hacis el interior del local—.

Era un bar con toda clase de personas. Cuando Natalia le dijo que trabajaba en un bar, se imaginó el típico bareto donde señores de 40 en adelante veían fútbol y se quejaban de todo lo que les pasaba en la vida. Pero para nada era así. Se trataba más bien de una cafetería donde se reunían familias y amigos a merendar y pasar un rato. Le gustó mucho aquel ambiente tan acogedor.

—¡Natalia! —la llamó su padre desde el otro lado de la barra nada más ver a su hija por la puerta—. Mira, Ramón, ha venido mi hija. Y tú debes ser... —se dirigió esta vez a Alba—.

—Alba —le ofreció su mejor sonrisa al ver la efusividad de su padre—.

—¡Eso es! ¡A venido con su novia, Ramón! Yo soy Miguel. Encantado, Alba. Natalia me ha hablado de ti. No se equivocó cuando dijo que tenías ojazos —Natalia se ruborizó pensando que su padre habría olvidado ese detalle—.

—Papá, no me avergüenzes, porfa.

—Pero si es la verdad. ¿Qué tal estás Alba?

—Muy bien y muy contenta de que me hayáis invitado a venir.

—¡Qué educada! Natalia, más te vale cuidarla como oro en paño. Mi hija a veces es un poco macarra, tenle paciencia —se dirigió esta vez a Alba, que no paraba de sonreirle—.

—Ya, papaaaa —se quejó por las tonterías que decía su padre—.

—Sentaros donde queráis y ahora voy a atenderos.

—Gracias, Miguel. ¿Quieres sentarte fuera por si quieres fumar? —preguntó a Natalia—.

—Mi padre se cree que he dejado de fumar, secreto, shhh —le susurró y la llevó hasta una de las mesas del fondo del local—.

—Entonces, ¿cómo es eso de que tengo ojazos? Eso nunca me lo habías dicho —la miró con picardía—.

—Tengo que practicar eso de decir piropos. Pero sí, eres preciosa y me encantan tus ojos.

—Cursi. A mí me encantan tus labios. Y un par de cosas más que no voy a decir en público —se miraban embobadas, como si no hubiese nadie más alrededor, hasta que se le clavó la mirada de un chico que tenía más o menos la misma edad que ellas en una de las mesas cercanas—.

—¿Qué mierda mira ese tipo? —se molestó Natalia—.

—Algún baboso, no le mires —Alba prefirió restarle importancia, suficiente había tenido el resto de la semana como para preocuparse ahora por un baboso—.

—Bueno, cuéntame bien. ¿Cómo te fue con tu madre ayer?

—Chicas, dos cervezas para las dos reinas del bar —las interrumpió su padre abriéndole los botellines—. Vamos a hacer la vista gorda y pensar que tenéis 18 años ya —les guiñó el ojo—. Me sentaría a hablar un ratito con vosotras, pero el bar está repleto. Vente un día por casa, Alba, así conocemos mejor a la niña que hace que mi hija no deje de sonreir todo el día.

SKAM AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora