CAPÍTULO 20

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— ¿Qué fue eso?, —dijo Lyudmila, sobando su muñeca a causa del fuerte agarre que ocasionó su acompañante.

— ¿Cómo que vas a salir con Tim?, —Damian estaba furioso ante esa idea; no sabía precisamente si era porque ya no podría molestar a su hermano respecto al tema, o por el simple hecho de que la muchacha estaba desobedeciendo a su padre. Por ello, al ver que pasaba cerca de su habitación, tomó la iniciativa de dialogar civilizadamente con ella.

—No es de tu incumbencia, Damian, —dándole la espalda, se dirigió nuevamente a la puerta para salir, pero la mano del joven impidió que lograra su objetivo—, quítate, tengo que ver lo que me pondré.

—Entonces no vayas, problema resuelto.

—Damian—, habló la de obres verdes, con pesadez.

—Si mi padre se entera...

—No te atrevas, Damian, —Mila utilizó un tono amenazante, mientras lo señalaba con su dedo índice en modo de advertencia—, ni se te ocurra decirle.

—No te preocupes.

La indiferencia del ojiverde invadió el pecho de la joven; poniéndola a analizar si lo que hacía estaba correcto.

—Seré directo, —continuó hablando el de cabellos azabaches, al ver que la fémina no decía nada—; no me gusta la idea de que salgas con Tim.

— ¿Pero? —, preguntó a modo que complementara la oración.

—Pero nada, no me gusta lo que estás haciendo, —finalizó, quitando la mano de la puerta para que la de cabellos plateados pudiera salir; —solo ten mucho cuidado, ¿sí?

La muchacha asintió un par de veces y salió a toda prisa de la habitación de Damian. Yendo directo a su recamara, se encerró a buscar la ropa que se pondría esa noche y, lanzó unas cuantas prendas a la cama, cuando tuvo todo listo, se fue al baño para darse una ducha.

Con la toalla enrollada a su cuerpo, comenzó a secarse y a ponerse la ropa, para después arreglarse el cabello con suma lentitud; como sí deseara que nunca llegara la hora de irse.

A mitad del delineado, siguió replanteándose la idea si estaba bien el salir con Tim o quedarse encerrada en su habitación; al fin y al cabo era su rutina, un día más o un día menos no hacía la diferencia. Tenía dos opciones, salir al menos unos instantes o agregar un día más en su calendario, hasta el momento en el que Bruce se dignara a dejarla salir, otra vez.

Terminando de maquillarse, colocó en su cuello, el preciado collar que le había regalado su padre. Nunca iba a dejar de admirar la exótica piedra; aún recordaba la primera vez que la vio, Roman Sionis se lo había dado como regalo de su cumpleaños número tres; desde entonces no se lo quitaba a excepción de cuando se iba dormir, aunque si podía admitir que hubo dos veces en que se llegó a despojar de tan hermoso ámbar; pero solo porque la ocasión lo ameritó.

Dejando todo ordenado, miró su reflejo en el espejo por última vez y, decidida de lo que haría, salió del cuarto ya que no soportaba ni un minuto más encerrada; pero al abrir la puerta se encontró con un par de obres verdes que la sorprendieron. No sabía si Jason entraba a su recámara, pero lo que menos quería era estar frente a él y mucho menos cruzar palabra.

—Así que, Tim, ¿no?

En el rostro de Mila se formó un intento de sonrisa, el cual no pasó desapercibido por el más alto; muy en el fondo, percibía la incomodidad de la muchacha y sabía perfectamente la razón de ello.

—Te ves bien—, continuó Jason; pero el empeño por sacar platica, se esfumaba cada vez más.

—Gracias.

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